Barcelona

Relevo en el episcopado

Después del cardenal Tarancón, que pilotó la Iglesia con acierto y sabiduría en los difíciles años de la Transición a la democracia, no ha habido una personalidad tan determinante en la reciente historia del episcopado español como Antonio María Rouco, cardenal arzobispo de Madrid desde 1994 y presidente de la Conferencia Episcopal durante 12 años. A lo largo de todo este tiempo asumió el liderazgo de la Iglesia española respaldado por los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Nada de lo que sucedía en España le pasaba desapercibido; nada de lo que decidía Roma le era ajeno. Le tocó en suerte dirigir a una comunidad eclesial necesitada de un nuevo impulso evangelizador, en unos tiempos marcados por el relativismo y la secularización, a la vez que padecía el clima hostil de un laicismo radical alimentado por la izquierda. No han sido años fáciles y el cardenal Rouco se empleó en salvaguardar la libertad y el derecho de la Iglesia a predicar el mensaje evangélico, desde la defensa incondicional de la vida hasta la educación en libertad, pasando por la reivindicación de la familia y promoviendo la ayuda a los más necesitados. Enarboló también la defensa de cuestiones que afectaban al bien común más allá de lo estrictamente religioso, como la unidad de España, la lucha contra el terrorismo o la regeneración democrática. Ayer mismo, en su discurso de despedida, lo recordó: «Nos encontramos ante una cultura que arrincona a Dios en la vida privada y lo excluye del ámbito público... Sufrimos el envejecimiento alarmante de nuestra sociedad, con el matrimonio y la familia atravesando una crisis profunda... La misma nación española se encuentra con graves problemas de identidad, amenazada por posibles rupturas insolidarias... El nivel inte­lectual del discurso público es más bien pobre, afectado por el relativismo y el emotivismo». Rouco no fue nunca un prelado complaciente y no ha querido serlo en su último discurso. Se abre ahora una nueva etapa, marcada por el relevo no sólo en la cúpula de la Conferencia Episcopal, sino también en las principales sedes de Madrid y Barcelona, lo que a su vez provocará otros cambios colaterales. Que coincida con el primer aniversario de la elección del Papa Francisco es una feliz circunstancia que refuerza la oportunidad de este cambio de etapa. Más allá de la personalidad concreta de quien asuma el papel de líder, los obispos españoles se enfrentan a retos poderosos, el principal de los cuales es transmitir con eficacia a los jóvenes el mensaje evangélico y sumarlos al proyecto de regenerar espiritualmente la sociedad desde los compromisos de la fe cristiana. Aunque no son pocos los obstáculos que se le oponen, la Iglesia española sigue gozando del vigor , la fuerza y la vitalidad necesarios para superarlos.