Ciudadanos
Rivera ante los cantos de sirena
El propio líder de Ciudadanos, Albert Rivera, se refirió ayer a la melancolía del tiempo perdido que parece aquejar al nuevo secretario general socialista, Pedro Sánchez, con una imagen afortunada: el bucle que, inexorablemente, siempre devuelve al mismo lugar. Y es que en ese desconocimiento voluntario de la realidad social y política española se encuentra el principal obstáculo de la actual dirección socialista para conformar una alternativa creíble de Gobierno. Ni estamos en 2016, cuando Podemos hizo fracasar la investidura de Pedro Sánchez, ni han desaparecido las enormes diferencias ideológicas y programáticas que separan al partido naranja de la izquierda populista de Pablo Iglesias. Muy al contrario, lo que tenemos es un razonable pacto de Gobierno entre el Partido Popular y Ciudadanos que, pese a los inevitables desacuerdos puntuales, ha conseguido devolver la estabilidad institucional a España y que, desde el esfuerzo negociador y de diálogo, ha sabido sumar a otros partidos en la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado. Un acuerdo respetado con lealtad por ambas partes y que, como tuvo que recordar el propio Albert Rivera a los nuevos portavoces socialistas, ha hecho posible que el Gobierno asuma como suyas propuestas de Ciudadanos en el ámbito social, como el llamado «rescate a los jóvenes». Pero no sólo la situación política española dista mucho de la descripción catastrofista de Pedro Sánchez, empeñado en obviar que fue el sentido de Estado de la anterior gestora socialista lo que permitió salir a España del bloqueo institucional, sino que la economía está en franco proceso de consolidación, con crecimientos del PIB superiores al 3 por ciento y recuperación del mercado laboral, gracias a un programa de Gobierno de innegable éxito. Asimismo, la descripción quedaría corta si no nos refiriéramos al desafío separatista planeado por la Generalitat de Cataluña, frente al que Ciudadanos y el Partido Popular mantienen posiciones prácticamente idénticas, sin opción a las veleidades semánticas de la nueva dirección socialista y muy alejadas de los planteamientos de la izquierda podemita. Frente a esta realidad, la propuesta de Pedro Sánchez de formar una «oficina de Gobierno» en la sombra, con el respaldo y participación de Podemos y Ciudadanos, sólo puede responder a una estrategia de proyección personal del secretario general socialista, que, no lo olvidemos, no tiene escaño parlamentario. Pero si esa idea de trasladar la sede de la oposición a extramuros del Congreso puede tener eco en Pablo Iglesias, no puede ser aceptada por el líder del partido naranja, convencido de que una cambio de Gobierno sólo puede venir de unas elecciones. Una vez más, confrontado con los hechos, Pedro Sánchez elige el camino equivocado del atajo y lo justifica en razones que, salvo a ojo de la propaganda, no resisten el menor examen. Demasiadas prisas cuando, además, ni siquiera ha conseguido cerrar las heridas internas abiertas en su partido. Por todo ello, la respuesta de Albert Rivera, excluyendo cualquier tentación de oportunismo político, no podía ser distinta a la que ha sido: que los acuerdos de oposición tienen que materializarse por la vía parlamentaria, como, por cierto, ha venido sucediendo hasta ahora. En este sentido, cualquier cambio de estrategia destinado a conformar una mayoría «frankestein» para desalojar al PP del Gobierno no sería comprendida ni aceptada por sus electores. Haría mejor Pedro Sánchez en no apresurarse y respetar los tiempos políticos. No sólo conviene a los intereses generales, sino, también, al propio PSOE.
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