Cristina Narbona
Si el PSOE quiere ser serio debe dejar de dar tumbos populistas
El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, confirmó ayer al comisario de Asuntos Económicos y Financieros, el socialista francés Pierre Moscovici, la nueva posición de su partido respecto al Tratado de Libre Comercio entre la Unión Europea y Canadá (conocido como CETA), que la presidenta socialista, Cristina Narbona, adelantó a través de un tuit el día anterior. Finalmente, los mismos diputados socialistas que lo respaldaron el pasado martes en la Comisión de Exteriores del Congreso –y antes los eurodiputados en el Parlamento comunitario– no apoyarán la ratificación del acuerdo comercial en el pleno de la próxima semana y se abstendrán. La errática trayectoria del nuevo partido de Sánchez quedó de nuevo en evidencia en la cita con Moscovici, pues lo que Narbona alumbró como un «no» mutó en una abstención que en esencia es un paso cosmético para que su decisión disimule un tanto lo que es: un giro táctico e irresponsable hacia el populismo en busca del granero de votos que Podemos le arrebató. Si las formas fueron impropias de un partido con su trayectoria y que se define de gobierno –ese tuit fantasmal de un figura poco relevante como suele ser la persona que ocupa la Presidencia del partido–, un golpe de timón sin debate alguno que cogió con el paso cambiado a los parlamentarios, el argumentario de fondo tampoco lo mejora. Pedro Sánchez transmitió ayer a Moscovici sus reparos al compromiso en asuntos como los derechos medioambientales, la resolución de las disputas, la protección de los derechos laborales y la ausencia de penalizaciones en la violación al Tratado, que debieron ser descubiertas hace unas horas porque hasta el pasado martes no existían. El comisario, socialista también, respondió que era el «Tratado más progresista de la historia de los firmados por la UE», «protector del medioambiente», con garantías sanitarias, en materia de diversidad cultural, acceso a contratos públicos, agricultura..., lo que se aproxima mucho más a la realidad que las sombrías excusas de andar por casa del líder del PSOE. También es un factor relevante que Canadá es una democracia muy próxima a los valores europeos, un aliado leal y en el caso de España un socio comercial importante como lo prueba que nuestro país exporte al gigante americano por valor de 1.4 billones de euros y que nuestro superávit comercial sea de medio billón. El Tratado nos ofrece un horizonte de mejora de estas relaciones con más crecimiento y creación de empleo cimentado en un espacio de libertad para los agentes económicos y sociales. Nada de todo esto ha provocado una mínima reflexión en la cúpula socialista, como tampoco sobre las graves consecuencias que acarrearía que las Cortes no ratificaran el acuerdo. Sánchez es muy libre de entender que sólo desde posiciones populistas y extremas será capaz de asentar su liderazgo y recuperar terreno electoral, pero ese tránsito, que ya recorrió, no le convertirá en una alternativa de gobierno creíble, sensata y homologable con socialdemócratas europeos como Moscovici. Levantar muros, alentar aranceles, fomentar el proteccionismo con la falsa excusa de una soberanía que no es más que un aldeanismo turbio son posiciones que hoy defienden en Europa los extremistas de izquierda y derecha. Que el partido de Sánchez desfigure así el mensaje del PSOE no sólo es un error, sino que supone asumir extraordinarias responsabilidades de las que tendrá que responder más tarde o más temprano.
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