Presidencia del Gobierno

Un discurso ejemplar

Hubiera hecho bien el presidente de la Generalitat catalana, Artur Mas, en escuchar atentamente el mensaje de Navidad de Su Majestad, porque el Rey ha incidido en una de las más graves consecuencias de la larga crisis económica que atraviesa nuestro país: la del desprestigio de la clase política y, con él, el de la propia política como instrumento de construcción, moderador y modificador a un mismo tiempo, de la convivencia social. Don Juan Carlos no ocultó su preocupación por la actual situación del país, a la que se refirió sin ambages como «uno de los momentos más difíciles de la reciente historia de España»; pero desde la perspectiva que le da su larga experiencia al frente del Estado, no exenta de peligrosos desafíos felizmente superados, quiso apelar a nuestra trayectoria común como un factor de esperanza. Porque, certeramente, el Rey señaló como elemento diferenciador con las crisis anteriores la falta de confianza que se ha instalado en buena parte del cuerpo social. Si supimos superar las adversas coyunturas económicas que ha padecido el país, vino a decir Su Majestad, es, precisamente, porque teníamos fe en un proyecto compartido por todos y en nuestras posibilidades de salir adelante. En consecuencia, es preciso recuperar la confianza y, sobre todo, que se refleje fuera de nuestras fronteras. Es a partir de esta constatación donde se centra el núcleo argumental del mensaje. España, como nación, tiene la potencialidad suficiente para superar una coyuntura compleja, pero atraviesa un momento marcado por el pesimismo, cuyos efectos se dejan sentir en la calidad del clima social y, como señalábamos al principio, genera, en palabras del Rey, «un desapego hacia las instituciones y hacia la función pública que a todos nos preocupa». No entró Su Majestad en la inútil melancolía de la búsqueda de responsabilidades, entre otras razones, por su múltiple etiología, pero sí llevó al primer plano el riesgo que supone para la estabilidad democrática de las naciones la continuada puesta en cuestión del entramado institucional y de las personas que lo representan. Los ataques irreflexivos al sistema, aunque pudieran comprenderse como una reacción primaria al rigor con que buena parte de la ciudadanía está padeciendo la crisis, sólo favorecen a los profetas del populismo y la demagogia. La escasa calidad de muchas de las reacciones de los partidos políticos al discurso real, en algunos casos simples exabruptos, son suficiente prueba. Por ello, Su Majestad quiso reivindicar la política, pero la «política grande», que es la que fija su atención en el interés general. Y si alguien echó en falta una referencia al desafío separatista de Artur Mas, no tiene más que repasar el núcleo del discurso real: su apelación a la lealtad recíproca y al respeto a las leyes. Fuera de ese marco, sólo existe la nada institucional.