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Una Europa más fuerte, la única salida para el Reino Unido
Los males nunca vienen solos. Sobre todo en política y, especialmente, en lo que atañe a la Unión Europea (UE). Estamos hablando del gran proyecto en el que se comprometieron las naciones europeas, una vez reconstruidas, tras la devastación de la Segunda Guerra Mundial, con el propósito de crear un mismo marco de convivencia que acabase con los nacionalismos expansionistas. En este largo camino, la mayor crisis vivida por la UE, que dejó a la luz la debilidad del proyecto, fue el fracaso de la Constitución Europea, aprobada por los países miembros en 2003 y un año más tarde rechazada en referéndum por parte de Francia y Holanda. Después de este importante revés, se firmó en 2007 el Tratado de Lisboa, mediante el cual la UE adquiría personalidad jurídica propia para firmar acuerdos internacionales a nivel comunitario. Es decir, la historia nos demuestra que la construcción europea se ha ido forjando con descalabros y nuevos pactos posteriores, siempre bajo la tensión de defensa de las soberanías nacionales frente a las soberanías compartidas por una entidad política superior. Bajo estas coordenadas, el primer ministro británico ha planteado un referéndum, para abandonar la UE, que se celebraría el próximo mes de junio, la cual Cameron considera que, en estos momentos, perjudica más que favorece sus intereses. Sin duda, el tema migratorio ha influido de manera determinante, de ahí que el punto principal de su plan de reforma comunitaria, que sigue debatiendo en Bruselas para seguir en la UE, sea poder discriminar a los trabajadores en función de su nacionalidad, lo que choca frontalmente con uno de los principios básicos de la UE y que, de salir adelante, podría aplicarse en otros países afines a este planteamiento, como Chequia, Eslovaquia, Hungría o Lituania. Reino Unido, argumenta Cameron, no puede asumir los gastos sociales que comporta la llegada de 300.000 personas sólo en 2015, a un país con un sistema no contributivo, por el que una persona procedente de cualquier otro país de la UE puede cobrar ayudas sociales. Éste es el punto central que ayuda a movilizar a un electorado que ahora mismo se inclina, aunque por poco, por dejar Europa. En una encuesta hecha pública ayer, se habla de que el 34% está a favor y el 32% en contra de dejar la UE, aunque hay un gran número de indecisos y sólo el 28% cree que la ruptura con el continente se llevaría a cabo. Reino Unido tiene sus razones, pero no puede poner otras que sólo responden a querer mantener su preeminencia política, como reclamar el derecho de veto sobre decisiones económicas o financieras afectase a los países que no están en la eurozona, como es su caso. Tampoco es aceptable que quiere poner límites a determinados acuerdos aceptados en los tratados, en los que se especifica que la UE avanzará «hacia una unión cada vez más estrecha», para remarcar que Reino Unido no está dispuesto a compartir su soberanía. Cameron puede hacer valer que es la segunda economía más importante de Europa y que también es el segundo país que más contribuye al presupuesto comunitario, pero en ningún caso utilizarlo sabiendo que su marcha sería letal para la UE y de ello sólo se beneficiarían Rusia y sus aliados. El problema sobrepasa a Reino Unido y su acomodo en la estructura comunitaria: la UE es la única herramienta que tienen las naciones europeas para competir en un mercado globalizado.
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