
Editorial
La emergencia nacional que retrata al Gobierno
Aunque la maquinaria de agitación y propaganda de Moncloa es poderosa, salir airoso tras este tristísimo papel y tanta deslealtad, se antoja ya un imposible. Demasiada muerte y demasiado barro
Una semana después de la dana si algo ha quedado de manifiesto con una rotundidad incuestionable es que la crisis que afronta el país solo admite la catalogación de emergencia nacional. Es un escenario perfectamente previsto en el ordenamiento constitucional con una regulación explícita que encaja a la perfección en la catástrofe natural que padecemos desde el pasado martes. Que a día de hoy Pedro Sánchez haya mantenido a toda costa como principio rector de la crisis que bajo ningún concepto asumiría la gestión como mando único es una decisión que no puede responder a otros criterios que no sean de mero tacticismo político. Para su pesar, y el de toda la nación, hay precedentes y es imposible no evocar en el presente su deplorable y taimado papel contra el covid. Entonces, tras decretar el estado de alarma, comprendió rápidamente el grado de desgaste que sufriría en el desarrollo de una pandemia que nos atropelló, inermes desde el Estado, con un balance terrorífico. En un giro de 180 grados, se deshizo del mando exclusivo y se convirtió a la cogobernanza con las comunidades para mutualizar las responsabilidades con los presidentes regionales, pero sobre todo para licuar las propias. Que Sánchez se haya echado a un lado, junto con sus ministros, fuera del foco principal en una tragedia con centenares de muertos y desaparecidos y un panorama apocalíptico en la zona arrasada, es la prueba de que tomó buena nota de su experiencia amarga con el virus y que hizo bueno aquello de que no hay mal que por bien no venga. Como de tantas otras actuaciones del presidente, no hay precedentes de una situación similar en los países de nuestro entorno. Ninguna administración regional asumiría una misión de estas dimensiones sencillamente porque ni posee los medios ni la capacidad y ni siquiera las competencias para ello. La Comunidad Valenciana es estado, pero no es el estado, cuyo primer responsable es Pedro Sánchez. «El Estado debe estar presente en toda su plenitud», proclamó el Rey ante el presidente del Gobierno, aunque sin éxito. La parsimonia en la movilización de las capacidades, el desdén con ese «si necesitan ayudan que la pidan», las zancadillas, los golpes bajos contra Carlos Mazón se parecen demasiado a un patrón conforme a una estrategia como para no serlo. No hay casualidades. Tampoco en el rechazo de la ayuda de nuestros vecinos, o de la Unión Europea, o la demora en la declaración de zona catastrófica. Todo destila una intencionalidad ignominiosa. Y más en la obsesión por urdir un relato que blanquee a Sánchez, con nazis fake de por medio e incluso con el señalamiento al Rey. Aunque la maquinaria de agitación y propaganda de Moncloa es poderosa, salir airoso tras este tristísimo papel y tanta deslealtad, se antoja ya un imposible. Demasiada muerte y demasiado barro.
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