Y volvieron cantando

El enredo ruso

Las dificultades para brindar a Puigdemont lo más parecido a una «ley de impunidad» están provocando una inquietante marejada entre su feligresía

A una inmensa mayoría entre la militancia del partido, a opinadores más o menos afines, a cargos orgánicos que se sostienen solo mientras se ostente el poder, a fiscales que se reúnen con fiscales e incluso a una gran parte de los votantes reacios a que la derecha vuelva al gobierno de la nación, se les puede convencer para taparse la nariz o directamente silbar mirando para arriba, a la hora de tragar con que no es terrorismo lo que parece serlo y se investiga como tal o con una amnistía que pone bajo sospecha décadas de estado de derecho, pero muy difícilmente se podrá convencer a quienes en Europa, fuera de muestra doméstica burbuja comienzan a ver cada día y con mayor claridad que un pretendido socio de legislatura ha sido marioneta de ese sátrapa ruso apellidado Putin al que desde el Gobierno, no se dudaba en sacar constantemente a colación casi hasta antes de ayer, como responsable de todos los quebrantos económicos derivados de su invasión sobre Ucrania.

Esta semana no ha sido ni corta ni indolora para un Pedro Sánchez al que no le alcanza la longitud de sus dedos para agarrar una moneda-salvoconducto llamada amnistía que se le ha colado entre las rendijas de una alcantarilla, pero también ha sido complicada para el propio Puigdemont que contempla cómo los cargos por presunto terrorismo no se van a evaporar solo porque así lo estime un fiscal general y que empieza a constatar que esa Europa ante la que se mostraba con su cuello blanco, gafas de pasta y un aceptable inglés, ahora le señala la fila de los traidores, por mucho que se parapete tras una extrema derecha belga que, si cabe, le pone aún más en evidencia.

Las dificultades para brindar a Puigdemont lo más parecido a una «ley de impunidad» están provocando una inquietante marejada entre su feligresía que le impide jugar con la situación política española como un gato con la madeja. Deberá decidir entre apoyar el trampantojo que le ofrece Sánchez con posible fecha de caducidad en dos años si Europa lo tumba y de paso calmar momentáneamente a esos cientos de procesados soberanistas a quienes beneficia la amnistía tal como se contempla o sencillamente (y la espantada de Lluís Llach es todo un síntoma) dejar al Gobierno a su suerte. Es la sombra de Putin sobre el patio político nacional.