Bonus Track

Equipo

Están convencidos de que es lo mismo tener 148 escaños que 176. Da igual, porque lo dicen ellos. La realidad no importa

Siempre que el Psoe sufre una debacle electoral reúne a los comités, ejecutivas y ejecutivos (de partido). Puerta cerrada. Fotógrafo oficial. Se ovacionan entre sí, baten palmas, como en Másterchef batirían huevos, hasta quedarse con las manos en carne viva. Se auto-convencen, sugestionan, refuerzan posiciones. ¡Nada de crítica ni comentarios negativos! Nada de cambiar de estrategia: ¡a ahondar en la que ya se ha demostrado fallida! Todo fluye, en tales reuniones partidistas, como en un equipo de aficionados al baloncesto que, cuando van perdiendo y queda menos de un minuto para que acabe el juego, tienen un aparte con el entrenador, forman un corro cogiéndose por los hombros unos a otros, fuerte aunque temblorosamente. Las gotas de sudor resbalando por la pechera de los fluorescentes trajes de marca, la mueca desencajada pero sonriente… ‘¡Vamos a ganar!, ¡somos campeones!’, ¡¿qué somos, leones progresistas o huevones fachas?!’, ruge el entrenador, mientras todos tienen la cabeza gacha y se miran los carísimos zapatos de tafilete unos a otros. «¡¡¡Siií, vamos a ganar!!!», gritan los jugadores. Todos ellos altos cargos, y cargas, del partido. Van perdiendo 100 a 10, y queda un minuto de juego. No importa, la idea es creerse que están ganando. Ganar perdiendo: un milagro imposible que desafía todas las leyes conocidas. No solo las leyes Geyperman humanas que alguien pueda delirar en el Congreso como si estuviera trasteando en un sanatorio mental. No: las mismas leyes de la Física. ¡La Gravitación Universal! Los concienciados jugadores, que solo reciben los aplausos que ellos mismos se dan, niegan que su estilo, sus resultados, el peso que tienen, sea determinante. Están convencidos de que es lo mismo tener 148 escaños que 176. Da igual, porque lo dicen ellos. La realidad no importa. Lo decisivo no es la matemática, ni los hechos, sino la voluntad de ese pequeño grupo partidario que se anima, alaba, alardea, ensalza a sí mismo. ¡Y con razón! Pues todo parece funcionar para el equipo durante un tiempo..., hasta que, lógicamente, suena el pitido que marca el final del partido.