Letras líquidas

Feminismo mágico

El conocimiento y ocultamiento de unos hechos que se instalan en la reprobación ética y se dirigen al reproche penal, es de una hipocresía abiertamente patriarcal

Si una fuera supersticiosa podría sospechar de una especie de maldición de la generación de políticos que llegó a las instituciones en torno a 2014: de aquellos jóvenes que presumían de empuje, ganas de cambio, aspiraciones de renovaciones y reformas apenas queda ya rastro. Pero si, como es más bien el caso, una no cree demasiado en fuerzas esotéricas e invisibles que condicionan lo que acontece y mueven sus hilos burlándose del libre albedrío, entonces, convendremos en que cada uno es responsable de sus actos sin que medie sortilegio ni maleficio alguno. Y que la dimisión de Errejón lejos de unirse a la lista de políticos que han abandonado la vida pública a lo largo de los últimos años debido a una fuerza sobrenatural, lo hace a partir de una característica concreta, material y bien tangible conectada con eso que se suele llamar «adanismo».

Y aunque, probablemente, sea un mal muy común, incluso un defecto pasajero propio de los inicios en cualquier aspecto de la vida y en el que todos habremos caído en algún momento, la política española derrapó sobre el particular (hasta se la llamó nueva política), lanzándose con fruición a enmendar la plana a lo previo, y a impulsar más que mejoras, demoliciones masivas, como si siglos de construcción de la civilización, de repente, no hubieran aportado nada o no hubieran dejado ninguna herencia mínimamente útil. Y Podemos, partido después jibarizado y fraccionado en franquicias varias, entró cual apisonadora mesiánica en el discurso feminista. Como si no estuviéramos ya, entonces, inmersos en una cuarta ola de históricas reivindicaciones. Y comenzó entonces eso que tan bien saben hacer los extremos y que pasa por la división a través de la distorsión del objeto de debate.

Que el feminismo es necesario no es solo una tesis que no se discute sino que se defiende: que la igualdad real de oportunidades aún no se ha conseguido ni en las democracias más occidentales y ejemplares, que los tics machistas se siguen imponiendo desde lo cotidiano a lo elevado y que queda mucho para que estos desfases, los obvios y los sutiles, sean desalojados de sus espacios de poder son realidades contra las que luchar, pero irrumpir en la vida pública con un discurso de trinchera, radical y confrontativo para terminar confesando, no ya las «pulsiones neoliberales» de cada cual, sino el conocimiento y ocultamiento de unos hechos que se instalan en la reprobación ética y se dirigen al reproche penal, es de una hipocresía abiertamente patriarcal. Y evidencia, además, que la izquierda a la izquierda de la izquierda ha jugado al feminismo de farol, activando una suerte de pensamiento mágico, que repite mantras y eslóganes, al modo supersticioso, pero olvida lo importante: que hay que practicarlo.