Los puntos sobre las íes

Fichaje a la desesperada de Sánchez: José Antonio

Desenterrar y enterrar a españoles por motivos electorales me produce vómitos

Independientemente de la consideración que nos merezca Franco, a mí mala, lo que hizo Pedro Sánchez con su cadáver rozó la ignominia. Más que por el hecho en sí, por exhumarlo del Valle de los Caídos en plena recta final de la carrera por la Presidencia del Gobierno en 2019. La televisadísima ceremonia tuvo lugar el 24 de octubre, a 18 días de la celebración de los comicios que otorgaron al todavía presidente una pírrica victoria: 120 de los 350 escaños en juego, menos que ningún otro inquilino de Moncloa. Esa misma medianoche arrancaba oficialmente la campaña en toda España con todos los líderes nacionales haciendo como que pegaban carteles o montando el show respectivo: desde nuestro protagonista hasta su entonces odiado y luego compinche Iglesias, pasando por Casado, Abascal y esa flor de un día que en el fondo fue Rivera. Aquella gélida mañana los españoles nos desayunamos con las imágenes de la familia portando el féretro con una bandera franquista que colaron de matute a unos representantes del Gobierno socialcomunista que demostraron su indigencia histórica por partida doble: era el escudo de armas del general y con la Laureada de San Fernando incrustada —blanco y en botella—. Apenas 12 horas después se daba el banderazo de salida a una campaña que terminó con el machaca del narcodictador Maduro vicepresidiendo España y con el ex führer de ETA Otegi en la gobernación del Estado.

El presidente programó la salida del tirano del Valle de Cuelgamuros para movilizar a una izquierda en particular y a una ciudadanía en general que lo había empezado a calar por sus mentiras, su chulería y sus diabólicos pactos. No estaba tan desesperado como ahora pero tampoco las tenía todas consigo. Le importaba y le importa un pepino Franco y su nefasto simbolismo, entre otras múltiples razones, porque es un amoral sin ideología y porque cuando el militar expiró en la cama él tenía 3 años. Y no le debía incomodar mucho el régimen anterior cuando se casó con una persona, Begoña Gómez, cuya familia está atestada de militantes de Fuerza Nueva, empezando por su padre y continuando por su tío. Lo peor de todo es que el pájaro lo ha vuelto a hacer. Esta vez con José Antonio Primo de Rivera, que jamás fue nada ni nadie políticamente hablando, más allá de ser el primogenitísimo de Miguel, hasta que los republicanos lo encarcelaron sumariamente y lo fusilaron en la cárcel de Alicante elevando el mito a la enésima potencia. Murió en la costa pero reposó en el monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Al Valle de los Caídos llegó en 1959, coincidiendo con la inauguración del complejo. Fueron tres inhumaciones, a la cual habrá que sumar la cuarta pasado mañana en aplicación de esa Ley de (Des) Memoria Democrática que anatematiza como es natural el bando nacional pero no hace lo propio con el republicano, que si por algo se distinguió en esa contienda de «malos contra malos» que fue la Guerra Civil es por su crueldad. Por muy malos que hayan sido, esto de desenterrar y enterrar a españoles por motivos electorales me produce vómitos. En cualquier caso, él sabrá, porque lo de remover restos mortales siempre ha dado mala suerte. Que se lo digan o se lo cuenten a los ingleses que osaron profanar las tumbas de los faraones: acabaron espichándola antes de tiempo todos menos uno. No le voy a desear eso al obseso del Falcon pero sí que los españoles le den una democrática y metafórica patada en el trasero dentro de un mes y siete días. No es para menos.