George Chaya

La llave que abre Damasco

La Razón
La RazónLa Razón

La guerra de Siria ha derivado en evidentes raíces sectarias. Los rebeldes, predominantemente suníes, están enfrentados con el Gobierno dominado por alauíes, una rama chií cuyos principales aliados internacionales son Irán y el grupo político-terrorista libanés Hizbulá. Con el debilitamiento del régimen y de la secta alauí, Asad está buscando una salida negociada, puesto que militarmente está desgastándose día a día ante el avance de unos rebeldes que, por el momento, tampoco han demostrado aún su superioridad completa sobre el terreno.

Estados Unidos, Rusia y la comunidad internacional deberán colaborar mutuamente en generar una salida consensuada para el presidente sirio y evitar así que Siria caiga en el abismo de la anarquía y se convierta en un Estado fallido. El tiempo se acabó para Asad y las negociaciones que su Gobierno se presta a realizar con los rebeldes de forma bilateral posiblemente no sean suficientes sin la ayuda de las grandes potencias internacionales, que, por el momento no encuentran una salida negociada. Siria es un espejo de Irak. La influencia de elementos de Al Qaeda ha secuestrado la revolución original de la ciudadanía siria y, dos años después de su estallido, podría llevar al país –o a lo que queda de él– a una «afganización». Éste es el último escenario que quieren Occidente y Moscú.

El secretario de Estado de EE UU, John Kerry, sostuvo que evalúa formas de acelerar la transición política que merece el pueblo sirio y que Bachar al Asad tiene que saber que ya no puede revertir la situación con las armas. Al mismo tiempo, prometió más ayuda a la oposición. Pero lo fundamental no se producirá si no se convence a Rusia de que la guerra siria debe terminar. Para ello se deberán poner en marcha responsablemente los resortes de los organismos internacionales. Moscú podría respaldar una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU si se le asegura que no perderá su influencia en la región. Tanto Rusia como Estados Unidos tienen la llave de Damasco y parecen haber comprendido que la guerra civil siria debe detenerse de alguna manera.

El final de la era Asad amenaza con similitudes tan negativas como las del Irak post Sadam, y la única forma de ver en Siria una transición moderada y pluralista es con un programa consensuado en la ONU, respaldado por Rusia y China y con un árbitro bien armado sobre el terreno que obligue a todas las sectas a vivir juntas. Si EE UU, Rusia y la comunidad internacional no desean pagar un alto coste, deberán unificar una estrategia política que permita la salida de Asad y proteger así al pueblo sirio en la transición del sectarismo al pluralismo. Es prematuro hablar de elecciones o de democracia, pero hoy nos situamos frente a una de las últimas oportunidades de que se dispone antes de que Siria se desintegre en cantones sectarios y su régimen laico y dictatorial sea sutituido por una tiranía teocrática tan negativa como la situación presente.