La situación

La legislatura Sánchez-Puigdemont

«El ansia indomable de poder está por encima de todo y lo asume todo, incluso la humillación de negociar la gobernabilidad de España con Puigdemont»

Cuando la democracia todavía era un sueño, el presidente Adolfo Suárez se puso como objetivo «elevar a la categoría política de normal, lo que a nivel de calle es plenamente normal». Muchos años después, Pedro Sánchez se ha propuesto elevar a categoría política de normal aquello que siempre se ha considerado intolerable porque, por definición, no se puede tolerar.

Aunque la grey más entusiasta muestre una enorme elasticidad –como aceptar con el mismo entusiasmo ciego la negativa a la amnistía y la pasión por la amnistía, en cuestión de días–, gobernar gracias a un sedicioso malversador –Junqueras–, a un exterrorista –Otegi– y a un prófugo –Puigdemont– supone colocarse extramuros de la democracia. Es sencillo de entender: eso no se hace, porque no todo lo que es legal, es legítimo. La legitimidad es un concepto que no solo se fundamenta en la ley, sino que añade una imprescindible porción de ética.

Hay que lamentar que la dignidad personal y el orgullo nacional sean conceptos que apenas tengan cabida en la política española de nuestros días. El ansia indomable de poder está por encima de todo y lo asume todo, incluso la humillación de negociar la gobernabilidad de España con Puigdemont, mediante un verificador que tratará a las dos partes por igual, como si España fuese equiparable a un delincuente a la fuga.

Pero, si hay que seguir los dictados de Moncloa, por fin podemos dormir tranquilos: ya tenemos a un verificador que va a relatar las negociaciones, mientras hace de mediador y acompaña los desvelos de una serie de estadistas que custodian el bien del país y de sus ciudadanos. Y, con todo eso, encontraremos el camino gracias a un diplomático salvadoreño.

No, esto no es hacer de la necesidad virtud, como dicta la maquinaria de Moncloa. La filosofía que impregna las actuaciones de sus despachos es que el poder justifica cualquier precio, porque –en palabras del ministro Bolaños– «hay que pinchar el globo de la derecha y la ultraderecha–, y tal y tal.

Parafraseando la recomendación bíblica, en la legislatura Sánchez-Puigdemont, se practica el amor al poder sobre todas las cosas.