Historias del mundo
Migrante y centenaria
«La salvadoreña Andrea Avelina Andrade aguarda en México para entrar en EE UU y estar con sus nietos»
Llega un punto en la vida cuando se piensa que los cambios no son lo idóneo y hacer algo nuevo es para las generaciones venideras. Como si ya se mirase el tren pasar en lugar de montarse en él. Las ambiciones se quedaron atrás y en lugar de aspirar a más, uno se conforma y, en casos peores, se frustra. ¿A qué edad ocurre esto? No hay una ciencia exacta, incluso dicen que hay algunos soñadores a los que nunca les sucede.
En la fronteriza ciudad de Piedras Negras, en Coahuila, México, la cadena CNN ha dado con una solicitante de asilo de EE UU muy especial. Es una de las alrededor de 730.400 personas que piden refugio en «la tierra de las oportunidades» a pesar de las restrictivas medidas de la Administración Biden. A menos de 5 kilómetros de Eagle Pass, en Texas, se encuentra desde principios de este mes Andrea Avelina Andrade, en Casa Betania, un refugio en el lado mexicano de la frontera.
Su historia se perdería entre la de los miles de salvadoreños que huyen de su país cada año por la represión, la inseguridad y la violencia de las maras. Pero es que Andrade tiene 103 años. Vestida de blanco y ayudada por un bastón confiesa que decidió seguir los pasos de su hijo, quien ya ha logrado el asilo en EE UU. Aunque es «bastante escabroso» y sentía «aflicción», decidió emprender su camino hasta allí. Abandonó El Salvador en plena madrugada: «Pensé que me estarían siguiendo». Un sobrino le ayudó durante su viaje y ahora sólo espera que la reunificación familiar haga su magia y por fin entrar en EE UU para estar con su hijo y sus dos nietos. Guarda sus documentos dentro de una pequeña bolsa de plástico en uno de los bolsillos de su delantal blanco. Es viuda y tuvo cuatro hijos, aunque dos de ellos fallecieron. «Con la edad que tengo ya no mucho puedo trabajar, mi objetivo es estar con mis nietos», reconoce. Tiene claro que una vez que tomó esta decisión ya no regresará a su país. Ahora su caso está en manos de la burocracia estadounidense. «Si lo pueden hacer, bendito sea Dios, y si no pueden, bendito sea Dios». Lo dicho, 103 años no son nada.
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