Tribuna

Un milagro con Premio Nacional

Todo por una llamada que removió la imaginativa conciencia de una escritora que sabe que los grandes árboles nacen de semillas minúsculas

Maribel echó un vistazo a la pantalla del móvil y vio que tenía una llamada perdida. Era casi la hora de comer así que, antes de sentarse, intentó adivinar quién diablos la había telefoneado. No lo consiguió. Lo normal hubiera sido que olvidara aquello –las llamadas comerciales molestan siempre a deshoras–, pero su instinto le hizo devolverla. «Hola, ¿quién eres?», soltó tan fresca. Una voz masculina la cortó: «Soy el ministro de Cultura, ¿quién eres tú?». Mi amiga, una pamplonica poco dada a las bromas, casi apagó la terminal, pero algo en aquel timbre se lo impidió. Maribel, impulsora desde 2016 de un proyecto para llevar festivales literarios a la «España vacía», reconoció a Ernest Urtasun, aunque lo que vino a continuación terminó por descolocarla. El ministro, en tono más afable, le comunicó oficialmente que su asociación Mi pueblo lee acababa de ser galardonada con el Premio Nacional al Fomento de la Lectura. «Ha sido una decisión fácil; lo merecéis», sentenció antes de avisarle que pronto recibiría otra llamada de su gabinete. Y colgó.

Desde el pasado lunes –cuando esto ocurrió–, Maribel Medina no ha pegado ojo. Ya no deja ninguna llamada sin atender. Y eso que, aunque Mi pueblo lee ha organizado en ocho años más de quinientos eventos literarios en cuarenta pueblos de nuestra geografía y ha vivido con la oreja pegada al auricular, su teléfono nunca ha sonado tanto como ahora.

En solo siete días las emociones se le amontonan. Y con razón. Tras este reconocimiento se esconde una aventura muy personal que principió en 2014. Y lo hizo con otra llamada desconocida. Entonces acababa de publicar Sangre de barro, una novela sobre el mundo del deporte de competición con el fantasma del dopaje como fondo, y estaba en plena promoción. Alguien de un ayuntamiento de La Mancha, La Puebla de Almoradiel, la invitó a presentar allí su obra. «Iba a decirles que no», cuenta, «pero mi madre era del pueblo de al lado y acogí la propuesta con simpatía. Eso sí, tardé casi dos años en ir». «¿Y eso?», le pregunto. «Almoradiel está muy lejos de los circuitos culturales habituales y viajar desde Pamplona era toda una aventura».

Cuando en 2016 puso pie al fin en Almoradiel se quedó de una pieza. Todo el mundo se había volcado en su escrito: no solo habían convocado hasta al último club de lectura de la región –siempre integrados por pequeños colectivos de mujeres–, sino también a los alumnos del instituto de bachillerato. Habían devorado la novela y la aplaudían agradecidos porque, según le dijeron, ella había sido la primera escritora en querer presentar un libro en el pueblo. «Aquella revelación me impactó tanto que prometí llevarles otros autores… Y te llamé».

A finales de aquel año acudí al reclamo de Maribel. Y no fui el único. Juan Gómez-Jurado se apuntó enseguida porque en alguno de los veranos de su infancia había comprado rosquillos en su plaza. Y tras él, llegaron los demás, llenando el pueblo de placas de cerámica que recordaban el paso de cada uno de nosotros.

Fue poco después, en un arranque de lucidez, cuando Maribel decidió convertir ese festival que había llamado Almoradiel lee en el prólogo de la «factoría» de celebraciones que acaba de ser reconocida por el Ministerio de Cultura. Entrecomillo «factoría» porque se trata de eventos artesanales, hechos con pocos recursos pero gran amor por el detalle, que han implicado ya a casi doscientos autores.

Desde entonces he hablado mucho del encantamiento manchego, casi quijotesco, de Mi pueblo lee con ella; he participado en varias de sus citas, y he sido testigo de cómo ha conseguido alzar su mejor bandera en el único municipio de Europa que se llama Libros. Es ese un rincón de Teruel con apenas diez calles, que ahora su alcalde se ha visto obligado a desdoblar para renombrarlas con ilustres autores contemporáneos y sus novelas. La calle Elvira Lindo/En la boca del lobo comparte curva con la de Marta Robles/La chica a la que no supiste amar, y junto a ellas lucen también las de Javier Marías, Arturo Pérez-Reverte, Almudena Grandes o Francisco Ibáñez. «Lo de Libros es nuestro gran milagro», sonríe Maribel. «Llevamos cuatro festivales en un pueblo de cien vecinos, y estamos a punto de impulsar la construcción de un hotel-biblioteca que se convertirá en el epicentro de la cultura de la comarca».

Pero el milagro al que se refiere va más allá de las cifras. Es un prodigio de actitud. El año pasado, sin ir más lejos, hizo un llamamiento a través de las redes sociales para captar donaciones de novelas y ensayos con las que nutrir una biblioteca que el pueblo aún no tiene. «Libros para Libros», lo llamó. La reacción fue espectacular. Libros recibió sesenta mil volúmenes que ahora, provisionalmente, descansan en casas y garajes a la espera de ese futuro hotel-biblioteca que los acoja. No existe ningún otro lugar de España con una ratio de seiscientos libros por habitante. Su idea es ofrecer residencia temporal a autores, traductores o editores en fase creativa para que puedan encontrarse con lectores y hablar de lo suyo. En definitiva, dar una razón al lugar que ayude a combatir los males de la despoblación.

Y todo por una llamada que removió la imaginativa conciencia de una escritora que sabe que los grandes árboles nacen de semillas minúsculas.

Créanme si digo que este es el Premio al Fomento de la Lectura más justificado que conozco.