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Apuntes

Objetivo: machacar el voto rural de Trump

Hay que imponer aranceles al maíz, que es lo que más fastidia a los votantes de Trump

Las cosas del comercio internacional tienen un montón de aristas y ángulos, de equilibrios inestables y factores de oportunidad que convierten la política arancelaria de Donald Trump en la «guerra comercial más estúpida de la historia», como titulaba en su primera página «The Wall Street Jounal», un periódico poco sospechosos de socialismo yolandista. No les digo más que España es un país exportador de gasolina a Estados Unidos para explicar las complejidades de la arquitectura que la Casa Blanca trata de dinamitar. El asunto es tan estúpido que hasta hace dos días el gobierno de México, presidido, este sí, por una socialista yolandista, Claudia Sheinbaum, aseguraba que Trump iba de farol y que no se atrevería a imponer aranceles a unos vecinos cuyas economías están tan estrechamente ligadas que el daño sería mutuo. El problema es que Trump está convencido de que no tiene nada que temer, que por población, tamaño territorial y potencia industrial puede quedarse con los beneficios de la autarquía y soslayar sus perjuicios y, además, cree firmemente en la política del «gran garrote» para enderezar el rumbo de los Estados Unidos, en su imaginario, un pobre gigante bonachón del que todo el mundo se aprovecha, tal vez, porque desconoce algunos episodios poco edificantes de su historia nacional, como la Guerra del Opio, la matanza de los independentistas filipinos o el golpe de estado contra la primera democracia guatemalteca, por no referirnos a Puerto Rico que me pone especialmente de mal café. Pero a lo que vamos. Los aranceles son una estupidez porque pueden llevar a México a entrar en recesión, es decir, aumentar la pobreza y el desempleo, con las inevitables consecuencias de la intensificación de la emigración irregular al norte próspero y la búsqueda de nuevas vías de exportación clandestina de fentanilo y otros opiáceos, que no pagan aranceles. Porque ya puede quitarse Trump la idea de que el gobierno mexicano vaya a acabar con el narcotráfico tras la experiencia de la política de «abrazos no balazos» del Andrés Manuel López Obrador, el mentor de la Sheinbaum. Uno entiende que las principales víctimas del fentanilo eran esas familias de la clase media rural, votantes de Trump en su mayoría, pero la plaga ya se ha hecho trasversal y también fustiga a los demócratas. A quien hay que darle las gracias no es a los mexicanos o a los chinos, sino a esas farmacéuticas que primaban a los médicos que recetaban oxicodona como si fueran caramelos. No creo que México aguante el envite, pero de disponerse a la batalla arancelaria existe un flanco abierto en la posición de Trump que yo elegiría como el principal objetivo. Son las exportaciones de maíz norteamericano hacia el mercado azteca que suponen, nada menos, que el 40 por ciento de la producción de grano estadounidense. Se le pueden poner aranceles o, mucho mejor, como hacemos los europeos, imponer medidas sanitarias o medio ambientales, que ese maíz es transgénico en buena parte. Se matarían dos pájaros de un tiro. México recuperaría la producción local de elote, hundida tras los acuerdos de libre comercio, y el daño sería mayor entre los residentes del medio oeste norteamericano –el «cinturón de maíz»– que son votantes compulsivos del tío Trump. De nada, doña Claudia. Y suerte en la batalla contra el malvado gringo.