Con su permiso

Una oscura incertidumbre

Puigdemont y Sánchez pinchan en hueso en su alocada

carrera de beneficios particulares

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IlustraciónPlatónLa Razón

Le parece a Consuelo que se le tuerce el guion a Pedro Sánchez. Hasta votan los suyos en Europa que se investigue todo aquello de la trama rusa del independentismo. Escucha en la radio cómo los eurodiputados socialistas hacen suya la preocupación del Parlamento Europeo por los vínculos entre los agentes de Putin y «representantes del movimiento independentista y del gobierno regional (sic) de la Comunidad Autónoma de Cataluña», según reza la resolución aprobada el jueves. Lo de la injerencia rusa en Europa, sus esfuerzos por desestabilizar allá donde esto fuera posible, sería, según la dialéctica de moda en España, una línea roja absolutamente infranqueable. Y ahí sí lo es de verdad, no como aquí que si hay que rebasar se rebasa y punto. La cosa de su flirteo con los desestabilizadores rusos, detectada por los servicios de inteligencia españoles en los momentos de mayor agitación social y callejera del «procés», ha desestabilizado tanto a Puigdemont que llegó a decir el jueves que con Feijóo esto no le habría pasado. Debe ser que se cree a pies juntillas eso de que el poder judicial español está más cerca del PP que del PSOE, y concluye que la alianza con los populares habría impedido el avance implacable de su «procés». Supone. Olvida, o esa sensación da, que lo del Parlamento Europeo no es una cosa de jueces españoles. Ni siquiera catalanes. No. Es una llamada de atención sobre una de las cuestiones más sensibles para la Unión Europea.

Tiene, por tanto, Puigdemont, un serio problema con este asunto. Más complicado aún, le parece a Consuelo, que la opinión de la mayoría de fiscales del Supremo de que ha de ser procesado por terrorismo, incluso que la petición de policías heridos durante los incidentes con independentistas de juzgarle por ese delito. Y no sólo porque con lo de Rusia se le puede acusar además de alta traición, cosa que no contemplaría la Ley de Amnistía, al menos de momento, sino porque Europa no va a dar precisamente facilidades para que un partido sospechoso de haber fijado lazos con Moscú forme parte de una coalición de apoyo a un gobierno de la Unión. Puigdemont y Sánchez pinchan en hueso en su alocada carrera de beneficios particulares. Al primero se le complica la impunidad y al segundo la permanencia en el Gobierno.

Observa Consuelo cómo las respuestas de unos y otros, de los que siguen a Puigdemont –cada vez menos, por cierto, porque tiene a gran parte del movimiento «quemado» por su «aportación» al gobierno de la enemiga España– y los leales a Sánchez –entre los que también hay quien flojea, como parte de la izquierda cansada de concesiones al facherío indepe, y no pocos votantes o simpatizantes socialistas– muestran cierta falta de control, como una inquietud imposible de ocultar. La larguísima carta de autoabsolución enviada por Puigdemont a sus compañeros, junto a eso de que con Feijóo no le habría pasado, y las insinuaciones socialistas sobre la impericia de los fiscales del Supremo o la exacerbación de una «fachosfera» cada vez más abultada, parecen indicar la certeza de los actores de esta tragicomedia de que puede terminar mal y enfrentar desde el escenario el impenetrable abismo del naufragio. Y un naufragio a estas alturas, con el desgaste y la pérdida provocadas por las insólitas renuncias o digodiegos que han sembrado las últimas semanas del PSOE, puede resultar devastador para el partido que se puso en manos de un Sánchez resistente e imbatible. La derrota de los invencibles duele más y es más sangrienta. Ni siquiera el estrépito imparable de las tractoradas, que si los sindicatos no lo salvan, va a quedar más como un despliegue de intolerante exigencia que está haciendo daño al resto de ciudadanos que como la justa reivindicación de un campo que se muere, puede evitar que se extienda la imagen de que el edificio que a base de concesiones impensables y renuncias ajenas ha ido construyendo el socialismo imperante, se esté agrietando y amenace ruina.

El bloque sanchista se enfrenta hoy a vientos del norte que pueden acabar con él como el soplido del lobo derribó la casa de paja de los tres cerditos. Va a ser un fin de semana interesante. De quedarse en casa por las tractoradas, no sea que la carretera esté cerrada y haya que esperar o darse la vuelta, y de observar los movimientos de la política que se representa con un guion tan inesperado como voluble, con cambios constantes, giros insólitos e interpretaciones memorables, que la harían digna de un espacio propio en la industria del entretenimiento. Lo malo es, se dice Consuelo, que esta interpretación no es artística, ni de lejos. Ni la singular coincidencia –otro notable giro de guion– con la entrega de los Goya en Valladolid, tan intensa y exitosamente peleada por el alcalde Óscar Puente, en cuya responsabilidad presente como ministro entra el Transporte, le otorga otro recorrido dramático que la constatación de una política a punto de fracasar como lo hacen en democracia todas las que se enfrentan a la razón, quiebran los principios y se sacuden valores que defendieron como quien se quita lastre para poder seguir nadando.