Aquí estamos de paso

Querellas y quereres

Hay una coincidencia asombrosa e incómoda en la estrategia para desgastar

Entre querellas y quereres anda la cosa de la política cebándose del pienso del descrédito y la inoperancia. La irrelevancia también, pero de eso no nos damos tanta cuenta.

El PSOE responde con una querella imposible a la querella imposible del PP. Esta última, certificada como inútil por la Audiencia Nacional; la primera, la de los socialistas, querellantes del PP por querellarse (rizadores del rizo de la estupidez publicada) camino de conocer un destino exactamente igual: la papelera de la inadmisión.

¿Merece la pena tanto desgaste y tanto dar y tomar a las togas y los jueces? Pues yo diría que no. Parece lo razonable. Pero el juego de la política lleva tiempo desafinando por melodías que le alejan del personal porque se autodestruyen como las cintas de los agentes secretos de película, pero con la particularidad de que las presentes estallan antes de haber llegado a ser útiles. Es el ejercicio supremo de la banalidad aparentemente planificado con el único fin de desgastar. ¿Qué eso beneficia al país? Evidentemente no. ¿Qué contribuye a desgastar al adversario y de ese modo autoafirmarse uno? Pues podría ser. Esa debe ser la estrategia. Pero es tan burda que resulta insultante. Por eso es inaceptable.

Lo único que salva esta exhibición de inutilidad manifiesta es que revela precisamente eso, la ineptitud de sus actores y guionistas. Porque ni siquiera tienen el pudor de guardar cierta coherencia. He escuchado al ministro de Justicia decir en apenas unas horas que el auto de la Audiencia que le beneficia debería hacer pensar al PP (o sea, que es bueno y plausible) y que los jueces ejercen una política conservadora cuando el auto perjudicaba a sus intereses. Bueno, a los de su presidente, que viene a ser la misma cosa (los intereses, no ellos). Porque cuando los jueces no admiten la querella de la esposa de Sánchez contra el juez Peinado, lo están haciendo mal.

Y esta es otra de las aristas afiladas, que hacen sangre al prestigio de la política, en este tiempo de fragmentación y trincheras. Lo de los quereres y su influencia en el desamor político. Parece como si se disipara, se borrara la frontera entre amores y desamores personales y los amores y desamores de la política, que son menos intensos y más volubles aún que los primeros. Y ahí vuelven a estar en el centro Sánchez y Ayuso. Bien es cierto que los casos de sus relativos son muy distintos: hay dudas razonables sobre un comportamiento al menos incorrecto de la esposa del presidente, mientras que sobre la pareja de Ayuso lo que hay es una presunción de fraude y por una confesión de parte ante la Hacienda pública para evitar problemas. Digamos que hay algo incómodo en la contemplación de ambas realidades, pero en un caso se han revelado secretos de un ciudadano particular y en el otro se ha querido mantener en secreto una serie de actuaciones particulares poco admisibles en el espacio sagrado del máximo poder ejecutivo.

Pero lo cierto es que hay una coincidencia asombrosa e incómoda en la estrategia de querellas para desgastar y quereres que parece que desgastan, en la escena de una política cada vez menos atinada, menos eficaz y más difícil de digerir.

Y, oiga, que parece que siguen sin darse cuenta.