Con su permiso
Resucitar la Leyenda Negra
Mientras se continúa alimentando la falsedad sentimental, apenas salen leyes que organicen y mejoren nuestra vida presente y futura
Le está prendiendo a Fátima a la vuelta del verano la idea de que en los tiempos presentes anda resucitándose en sus bordes más ásperos aquella famosa Leyenda Negra que nos ha perseguido y hostigado desde que Felipe II hacía y deshacía en el vastísimo imperio español. O antes incluso. Una presunción que en algún momento le inquieta realmente porque se teme que el mismísimo gobierno de la España actual, socialista, constitucional y monárquica, sigue tolerando cuando no compra, un discurso que se le antoja a Fátima heredero de aquella escandalosa y miserable manipulación. Cuando Erasmo de Rotterdam se hacía eco, en sus escritos contra los judíos, del carácter mestizo e impuro de los españoles, con sangre de sarracenos, hebreos o africanos; cuando además de los holandeses, los franceses, los italianos y los británicos propagaban como pecado esencial la mezcla, e inventaban crónicas de matanzas espantosas y crímenes horrendos a manos de seres crueles, insensibles y profundamente vanidosos (los españoles, claro); cuando la Europa sometida recogía parcialmente las denuncias que había dejado escritas Bartolomé de las Casas sobre el trato a los indios, lo que en realidad sucedía era la puesta en marcha de una poderosa y fácilmente comprable propaganda contra quien detentaba el máximo poder en territorios en los que era extranjero. Los españoles no eran ni mejores ni peores que ninguna otra nación, ni mataban o violaban más que otros ejércitos u otros países, simplemente eran los que administraban el poder en tiempos en que éste se fundamentaba en la jerarquía de las armas y los principios de la Iglesia Católica. La potencia política y militar de España era combatida con lo que hoy llamaríamos noticias fake, falsedades o exageraciones que conmovían a quienes las conocían y que eran distribuidas con constancia y eficacia. Tanta como para que hoy haya no pocas almas que sostienen la llamada Leyenda Negra como verdad histórica. Son esos que estiman que España debe pedir perdón por el genocidio americano (probablemente la mayor falsificación de la historia de todas las que han conseguido ensombrecer el pasado español) o por los hechos y conquistas de su imperio. Ni el británico en Asia ni el belga en África se debieron aplicar con la consistente crueldad del español, puesto que nadie ha exigido nunca a esas potencias que pidan perdón. Fátima no tiene constancia de que las leyes de los siglos XVIII y XIX en que ambas potencias conquistaron aquellos territorios apropiándose de todo lo que pudieron, prohibieran en sus colonias la esclavitud o construyeran universidades, solo por anotar algo de lo que los Reyes Católicos impusieron en América tres siglos antes.
Evoca todo esto Fátima al volver a escuchar a un diputado catalán hablar del expolio al que España sigue sometiendo a Cataluña. Un diputado de ese grupo que a cambio de la amnistía para su líder dio el gobierno a Pedro Sánchez. Un diputado del mismo partido que no acepta menores extranjeros en su tierra, y que en tiempos no muy lejanos firmó escritos muy en la línea de los libelos del siglo XVI en los que se enfrentaba el espíritu productivo y moderno de la Cataluña viva y feliz, al del español vago, parásito de lo público y opresor del laborioso pueblo catalán.
El soniquete del España nos roba, viejo como el victimismo nacionalista, recuperado en el presente gracias a las dificultades que tiene la liquidación de la deuda con Junts por la difícil aplicación de la Ley de Amnistía, le parece a Fátima lo más cercano a una resurrección interesada y manipuladora de la vieja Leyenda Negra: nos oprimen seres inferiores y sin escrúpulos. Especialmente inferiores, lo que hace de la situación mucho menos tolerable. El mismo esquema mental, cuatro siglos después.
Piensa Fátima que no es que vuelva la Historia, sino que nunca se va del todo, nunca nos deja porque la memoria es muy interesada y muy tentadora su fragilidad: perderla viene muy bien a veces.
Quizá no esté de más recordar que los primeros que pusieron en marcha el ventilador de la Leyenda Negra fueron los italianos y que su referente, por proximidad y comercio, eran los catalanes. Para los italianos de final del Renacimiento, que nos llamaban visigodos obviando el ilustre y amplísimo pasado romano de España (empezando por el nombre, Hispania), los catalanes eran el rostro de los españoles. El conocimiento y los prejuicios se basaban en lo que veían de ellos y en lo que sobre ellos proyectaban. Cataluña era España en el origen de la Leyenda Negra. Como para los argentinos un gallego es un español, para los italianos de hace quinientos años el español era catalán.
Le hace gracia a Fátima el histórico bucle. Desconocido, probablemente, para la mayoría del gran público, y, en particular, de ese insano supremacismo catalán que sigue jugando al victimismo y recoge con juvenil entusiasmo la bandera de la falsificación histórica que construyó la infame Leyenda Negra. Lo que no le parece tan divertido es que el gobierno de la España de hoy les compre y airee el discurso como apoyo político a una legislatura, y esto ya es inquietante presente que tiene más de esfuerzo propagandístico y venta de humo que de tiempo que haga honor a su nombre porque mientras se continúa alimentando la falsedad sentimental, apenas salen leyes que organicen y mejoren nuestra vida presente y futura.
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