El buen salvaje

El sucesor

Sánchez vive un momento fascinante pues nunca tendrá una oportunidad como esta para matar o ver cómo lo asesinan unos pocos perdedores que se creen más ganadores que él

Mientras avanza el calor los abanicos del PSOE se despliegan como parasoles raquíticos en busca de a quién cobijar. El jefe supremo suplica a sus súbditos barones que escuchen su última plegaria, como el postrero canto a la nada. Hay algunos que llevan la navaja bien guardada, pero a otros ya se les ve el filo de la guadaña dirigida al líder. Siempre se elige a uno que se inmola y pronuncia alguna frase bella para que parezca que el César aún vive aunque solo él lo crea. Los muertos, a día de hoy, son los últimos en enterarse de que ya son fiambres enlatados. Hay una cola digamos que nutrida de señores que esperan a que el rey caiga para convertirse en la nueva ficha del tablero de ajedrez. Los hay con las cejas un poco elevadas, siguiendo la tradición de ZP, y, más achaparrados, como peones que tampoco saben inglés.

Sánchez vive un momento fascinante pues nunca tendrá una oportunidad como esta para matar o ver cómo lo asesinan unos pocos perdedores que se creen más ganadores que él, o que piensan que no han ganado por el perdedor (de momento). Siempre pasa igual. El personaje que tanto rechazo provoca de repente se vuelve humano y se hace tan empático como Ricardo III, su reino por un caballo. Fernández Vara hará de forense, Page guardará silencio, Lambán se encomendará al Pilar para no morderse la lengua. El desierto es un lugar adonde se va y del que nunca se vuelve, sobre todo si uno es como Sánchez, un coche eléctrico de mentira, un caballo cojo, un pato mareado o un perro que se impone a sus dueños. Estos barones ya hablan entre ellos del bocado que van a probar sin ni siquiera abrir la boca. Sus dientes son todavía bolitas de perlas y no filos de tiburón ardiente. Uno, que desde hace tiempo está en contra de este Sánchez faltón y algo embustero, se vuelve hacia la pared para no ver tantas pirañas atacar a la vez al monstruo. El presidente, sin embargo, guarda un as en la manga, y es saber que todavía puede salvarse a pesar de todo. Que puede ser Bruce Willis en «La jaula de cristal».