M. Hernández Sánchez-Barba
7 de diciembre de 1492
El historiador Luis Suárez destaca: «Una gruesa cadena de oro colgada al cuello le salvó del puñal de un loco asesino el 7 de diciembre, lo que fue causa de que se produjese una fuerte reacción anímica en Isabel, que ofreció a Dios su vida a cambio de la de su marido, y se comprometió al refuerzo de su austeridad, que resultó, además, duradera»
Tras la conquista de Granada, la reclamación de los condados catalanes se replantea en la agenda del Reino de España, pues Carlos VIII, rey de Francia, se comprometió a devolverlos en cuanto se pusiese fin a la empresa granadina. A tal efecto, Fernando el Católico se traslada a Barcelona, donde sufre un grave atentado. El historiador Luis Suárez destaca: «Una gruesa cadena de oro colgada al cuello le salvó del puñal de un loco asesino el 7 de diciembre, lo que fue causa de que se produjese una fuerte reacción anímica en Isabel, que ofreció a Dios su vida a cambio de la de su marido, y se comprometió al refuerzo de su austeridad, que resultó, además, duradera».
Andrés Bernáldez, autor de las «Memorias del reinado de los Reyes Católicos», capellán del obispo Diego de Deza, confesor del rey Fernando, hace el perfil del magnicida, con fines ejemplares e interacción de representar el suplicio a que es condenado como representación de contraste «... puesto en un carro y traído por toda la ciudad...». En la obra de Fernando Gómez Redondo, «Historia recopilatoria de la prosa de los Reyes Católicos», puede verse la terrible escena relatada por Bernáldez del suplicio al que fue condenado el magnicida, afortunadamente fracasado en su propósito. Es preferible la noticia del hecho dada por un tratadista de la Corte de los Reyes Católicos, canónigo de la catedral de Toledo, llamado Alonso de Ortiz, que estuvo adscrito a la Corte de los Reyes como capellán y compuso una serie de «Tratados», algunos de los cuales fueron impresos en 1493, pues trataban asuntos y preocupaciones colectivas ocurridas en la última década del siglo XV.
Alonso de Ortiz había estudiado en Salamanca y en su condición eclesial estuvo vinculado con los arzobispos Carrillo, Mendoza y Cisneros como emisario del cabildo catedralicio, así como con la Corte para la que escribió «Diálogo sobre la educación del príncipe don Juan». Era persona de vasta cultura humanística, disponía de una importante biblioteca. Sus «Cinco Tratados», impresos en Sevilla en 1493, se ocupan de la «herida del rey» infligida por Juan de Cañamares, un lunático del cual sólo se supo que actuaba instigado por el maligno. El rey salía del Tinell de presidir unos juicios y cuando bajaba las escaleras de la Audiencia para montar su caballo, le hirió por la espalda, en el preciso instante en que el monarca se giraba, de manera que acertó a propinar una puñalada de la que empezó a emanar abundante sangre. Ortiz sólo se refiere a los hechos en la medida en que realiza empíricamente el relato de lo ocurrido.
La narración de lo acontecido no es propiamente Historia. Es imprescindible que cuantas estructuras concurren en la interacción y la frontericidad del tiempo largo constituyan una red de comunicación entre sí en el acontecer biográfico, capaz de construir la condición de una personalidad histórica, o bien la comprensión de una etapa histórica, o acaso el sentido de un acontecimiento capaz de interferir en un proceso de madurez política. Esta última constelación constituye una fundamental comprensión del catedrático Ernest Belenguer Cebriá en su espléndido estudio «Fernando el Católico. Un monarca decisivo en las encrucijadas de su época».
Destaca el profesor Belenguer «el afianzamiento de la Monarquía dual» como una realidad que se origina entre los años 1479-1492. En estos trece años de madurez, los Reyes Católicos hacen frente a las reformas en Castilla en las Cortes de Madrigal (1476) y, sobre todo, en las de Toledo (1480), con una armonía conceptual, enriqueciendo sus funciones e independizándose de otros poderes internos y externos y, en fin, creando una administración central, judicial y local. La gigantesca empresa de la conquista del reino nazarí de Granada representa un hecho moral, un éxito estratégico, un triunfo psicológico y un nuevo planteamiento del ejército real. En pleno planteamiento de la integración del Reino de Granada y desarrollo de su larga guerra, la atención a la oferta propuesta por Cristóbal Colón poseedor de un secreto deslumbrante, que coincide con la introducción del Santo Oficio en una batalla no solo religiosa, sino también política. El Privilegio real, expedido en Granada el 30 de abril de 1492, autorizaba y abría el camino para el descubrimiento de la ruta atlántica que llevaría al torrente hispánico al Nuevo Mundo.
Todo este esquema sitúa al matrimonio real de la unidad en el momento culminante de la madurez cuando, de pronto, en Barcelona, al mediodía del 7 de diciembre todo pareció torcerse en un minuto.
El dolor, el miedo de la población, el tremendo torbellino popular. La llaga del alma de la reina es grande, pero mayor la extraordinaria condición de su ánimo poniendo de relieve la unión de corazón y valor, por una parte, y discreción y saber, por otra.
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