Antonio Cañizares
Apuntes de la Conferencia Episcopal III
Entramos en una nueva etapa de la Conferencia Episcopal Española, la de la época que podemos denominar «taranconiana», que va del 1969 al 1983. Episodios sobresalientes de estos momentos fueron, al comienzo de la década de los 70, la Asamblea Conjunta, después las ejecuciones del proceso de Burgos, la aparición con fuerza del terrible terrorismo de ETA que tan largo y profundo surco ha abierto en España, la muerte de Franco, la designación del Rey Juan Carlos I, la etapa de la transición, la Constitución Española, el establecimiento de la democracia. Y eclesial mente, la muerte del Beato Pablo VI, la sucesión fugaz de Juan Pablo l, y la elección y pontificado de San Juan Pablo II. Años pues, de profundos cambios sociales, culturales y políticos en España, ante los que la Iglesia, y la Conferencia Episcopal tuvieron que pronunciarse y en los que la Iglesia en España y la Conferencia jugaron un papel muy importante, por no decir decisivo, aunque algunos lo quieran ignorar o negar.
También aquellos años posconciliares fueron decisivos internamente para la Iglesia. «A lo largo del primer decenio posconciliar, la Iglesia sufrió en España uno de los mayores cambios en su larga historia, superior, sin duda al de las restantes iglesias europeas. O al menos más rápido: la transformación de las iglesias centroeuropeas ocurrida en cincuenta años (1925-1975), en España sucedió en apenas diez (1965-1975) y en gran parte este cambio se debió al impulso de la Conferencia Episcopal» (V. Cárcel,429).
La Conferencia estuvo ocupada, cierto, por los temas de las relaciones con el Estado, su presencia en la sociedad o sus relaciones con la comunidad política, la cuestión de su neutralidad, la aconfesionalidad, la libertad religiosa, la cuestión del cambio social y cultural que había que preparar, los privilegios de la Iglesia. Cuestiones delicadas, sin duda, pero la Conferencia tuvo, hay que reconocerlo, otras miras y otras perspectivas, preocupaciones pastorales, preocupaciones por la fe y la moral. Hay que recordar, por ejemplo, el mandato de D. Casimiro Morcillo que tanto impulsó la renovación conciliar y que, entre otras cosas, motivó el que, elaborada por la Comisión de Doctrina de la fe, publicara una Nota sobre «la situación doctrinal y moral» , sobre la fe y las costumbres, de gran calado y lucidez. Porque eso era los que, como pastores, les preocupaba ante todo: la fe y la moral del pueblo español, que se veía tan zarandeado por algunas doctrinas y por algunas visiones de la moral que se difundían. Les preocupaba por encima de todos ser pastores; de ahí que se vieron impulsadas, bajo la égida de. Casimiro Morcillo, a publicar unas «Normas comunes de acción pastoral de los Obispos», aprobadas en octubre de 1968. Y es que la descristianización y la secularización avanzaban, el mayo del 68, algunas doctrinas y publicaciones, algunos planteamientos teológicos, catequéticos o pastorales generaban posturas que debilitaban la fe, tal vez porque el pueblo, los mismos sacerdotes no estaban preparados. «Preocupación dominante de los Obispos por aquellas fechas fue la situación del clero, pues comenzaban a llamar la atención algunas desviaciones disciplinares y, a veces, doctrinales, así como la actitud de algunos sacerdotes vascos hostiles al Régimen. Al terminar la Asamblea extraordinaria de julio de 1968 de la CEE fue publicada una Nota final que condenaba la violencia, y era una respuesta a una necesidad muy sentida por algunos Obispos: que algunos gestos de violencia eran a su vez fruto de otras violencias físicas y morales. Es preciso reconocer y tributar el debido homenaje a los Obispos, o a la Conferencia Episcopal de aquellos momentos por su dedicación al anuncio del Evangelio, a la actividad pastoral y al incremento de la vida cristiana y religiosa; fue también muy notable su sensibilidad para los crecientes problemas de la justicia social, dentro de las circunstancias históricas y ambientales de España , que los Obispos habían conocido, habían vivido y habían debido tener en cuenta. En cuenta también habían de tener los Obispos la acelerada evolución de un pueblo que, superadas en la paz que había vivido las dificultades iniciales de su desarrollo económico y político, fuera marcando, con su dinamismo, los diversos tiempos con nuevas necesidades y aspiraciones».
La época taranconiana de la Conferencia Episcopal estuvo muy marcada ciertamente por la necesidad urgente y básica de la reconciliación nacional después de la guerra civil española que la desgarró tan hondamente. Desde la plataforma de la CEE, el cardenal Tarancón «luchó por sus ideas claves: la independencia de la Iglesia del poder político, la no identificación de la Iglesia con el Régimen, la reconciliación de los españoles, superando definitivamente las graves heridas de la guerra civil española, En esta línea defendió la renovación del Concordato, impulsó los acuerdos parciales del Estado español con la Santa Sede, se opuso a la creación de un partido político confesional y se esforzó por extender la renovación conciliar en la Iglesia española y por abrir las puertas a una Iglesia más tolerante y plural. Fue un buen transmisor de mensajes ante los medios de comunicación. Colaboró junto al Nuncio Dadaglio en la renovación del Episcopado siempre preocupado por evitar rupturas» IV Cárcel, 451).
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