Bruselas
Bárbaros o ciudadanos
La Europa que se reúne hoy en Bruselas se enfrenta a una disyuntiva angustiosa.
Por una parte, el Libro Blanco sobre su futuro que prologa el propio Jean-Claude Juncker, señala que el principal problema de la Unión no lo constituye el Brexit ni los populismos, sino «la incontrolada hemorragia demográfica, que difícilmente se podrá frenar sin abrir las puertas a la inmigración del resto del mundo, con una nueva revolución tecnológica o una combinación de ambas».
Por otra, quienes llaman a estas puertas para llenar el vacío, a través de un Mediterráneo puente y a la vez tumba, proceden de zonas en guerra o degradadas social y económicamente y no parecen los más adecuados para aportar lo que necesita Europa, que responde no solo diferente sino claramente insolidaria. Dieciséis de sus veintiocho miembros intentaron este fin de semana sentar las bases para alcanzar un acuerdo sobre la reforma del sistema común de asilo. No va a ser fácil alcanzarlo. La Cumbre de hoy se enfrentará no solo a posturas alejadas y ajenas al problema como la de los países del grupo Visegrado (Hungría, Polonia, Eslovaquia y Chequia), sino a la grave preocupación de los países ribereños (Italia, Grecia, España, Malta ) incluida la postura del nuevo gobierno italiano de veto a más entradas. No descartables las presiones con que se enfrenta el gobierno alemán ante sus socios bávaros que amenazan con retirarle su apoyo, si continúa su política sobre refugiados.
Añádanse a estos «asuntos internos», dos factores importantes:
-las opiniones públicas, manejadas o no demagógicamente, que perciben solo el problema inmediato de unas personas que sufren.
-el papel de Rusia, aun herida por la política de expansión europea que engloba a sus antiguos socios del Pacto de Varsovia, y que siempre tenderá a debilitar, directa o soterradamente a la Unión, como está prácticamente comprobado hizo con el Brexit o más recientemente en nuestra Cataluña.
En lo que todos los miembros coincidirán es en que hay que actuar en los países de origen, canalizar y controlar las llegadas –avalanchas a veces– de migrantes y por último hay que reforzar los sistemas de seguridad y de inteligencia.
Lo de los países de origen viene de lejos, incluso de los tiempos de una galopante descolonización. Pero si en estos países las tasas de natalidad son altas y las condiciones de vida bajas, si la corrupción y el desgobierno les han llevado a un estado de latente guerra civil –Yemen, Sudán, Mali, Congo–, ¿nos extraña que sus gentes huyan?
El tema de la canalización y control –mafias incluidas– de los migrantes choca claramente con la insolidaridad. No quiero justificar al gobierno italiano. Pero realmente sus puertos y regiones del sur están saturados. ¡Cuidado aquí! Ceuta, Melilla y Motril andan parejos. ¿Qué se hace con ellos? ¿Reexpedirlos a sus países de origen para que se enfrenten a las crisis que les obligó a migrar? ¿Reinsertarlos? ¿Dónde? ¿Cómo? ¿Endosárselos a Albania a cambio de dinero?
Muchas aristas en el grave problema. Macron puede llevar esta vez la iniciativa. Le endosará la crisis libia –parte importante del problema– a sus predecesores; conoce de cerca el problema de Italia y España y el impacto en la Francia metropolitana de la emigración de la francofonía; tiene claro que un concepto de intervención militar inmediata en los conflictos ahorra mucho dolor y pone freno a consecuentes y prolongadas guerras civiles. No debe extrañarnos que haya propuesto una fuerza rápida –fuera de la UE y de la OTAN aunque contando con su visto bueno–para intervenciones inmediatas, sin las cortapisas de los lentos acuerdos parlamentarios de cada país, sin las farragosas decisiones consensuadas por toda la Unión, huyendo de esta peligrosa parálisis por el análisis en la que parece vivir inmersa. Alemania, Bélgica, los Países Bajos, Portugal, Dinamarca, España, incluso un saliente Reino Unido, se han unido a la iniciativa francesa.
No somos, creo, conscientes del grave momento que vivimos, inmersos en una grave crisis de liderazgo, en la que egoísmos y soberbias campan entre nuestras propias regiones con gentes de una misma raza y costumbres, aunque vistamos esta insolidaridad con el traje de las limosnas dominicales y con cínicos carteles de «bienvenidos» siempre pensando en la casa de otros.
Con valentía, incluso asumiendo sacrificios, Europa debe afrontar en primer lugar programas de desarrollo económico y social –incluso estilo Plan Marshall– en los países de origen; debe tener capacidad para «imponer la paz» en zonas de conflicto, en consonancia con los previsto en la Carta de Naciones Unidas; debe canalizar las corrientes migratorias con criterios de solidaridad y humanidad.
La disyuntiva es clara: o formamos ciudadanos o nos enfrentamos a una nueva invasión de los bárbaros.
✕
Accede a tu cuenta para comentar