José Luis Requero
Campanazos mexicanos
Hace unas semanas la Corte Suprema mexicana dio un nuevo campanazo. Meses atrás, había dado uno al declarar la constitucionalidad del «matrimonio» homosexual, coincidiendo con el pronunciamiento del Tribunal Supremo estadounidense. Ahora ha declarado la constitucionalidad del cultivo de marihuana. Como en muchos países en México el consumo como tal no es delictivo; lo novedoso es que ahora tampoco lo será el cultivo.
Obviamente la sentencia tiene matices. Y es que la constitucionalidad del cultivo no lo es para su comercio –no ampara el narcotráfico, aunque sea a pequeña escala- lo constitucional es su cultivo para el «autoconsumo» y con fines «lúdicos», sin ánimo de lucro: es la moda de la cerveza casera llevada a la marihuana. Otro matiz es que los efectos de esa sentencia no alcanzarían teóricamente más que a los que han logrado ese amparo, en concreto cuatro personas. En puridad, por tanto, en México sólo pueden cultivar marihuana esos agraciados.
A nadie se le esconde que ese pronunciamiento judicial abre las puertas a un enjundioso debate ya iniciado en otros países. Sin ir más lejos en el vecino del norte, Estados Unidos, permite esa producción particular en cuatro estados, y más abajo, en Uruguay, también. La defensa de este tipo de iniciativas se desarrolla en dos frentes. El primero tiene todos los aires de puro pedaleo intelectual sin efectos prácticos, pero que en un país como México, azotado por los cárteles de la droga, ha tenido su peso: se ha defendido estas medidas liberalizadoras ante el dudoso éxito de la lucha contra los cárteles, causantes de la muerte violenta de más de ochenta mil personas desde 2006. Se dice pronto.
Esta postura, como digo, es comprensible ante el cansancio de esta guerra y lo poco lucido de los frutos logrados. Pero hay que ser realistas. Resulta poco creíble que este tipo de liberalizaciones sea un remedio frente a quienes se calcula que tienen ganancias planetarias de unos 39.000 millones de euros anuales –también se dice pronto– y carecen de todo escrúpulo. Vamos, que no creo que esos capos, que tienen más poder que los estados mismos, que controlan y pervierten las instituciones, vayan a renunciar a su diabólico negocio para reconvertirse en honrados empresarios, en inocentes cultivadores de yerbas para fines lúdicos.
El segundo frente no tiene menos enjundia y es de más calado. Se centra en las razones que da la Corte mexicana para constitucionalizar la producción –lúdica– de marihuana. Según se deduce de las declaraciones uno de los cuatro magistrados que votaron a favor del fallo –hay un quinto discrepante– tenía las ideas claras: «No estamos ante una cuestión penal, sino de modelo de vida y libertad de la persona»; o como afirmó otro de los magistrados, se ha primado la libertad personal, incluso aunque se admitiese los daños que para la salud comporta consumir marihuana. En descargo de conciencia quitó hierro a la decisión apelando al tópico de que igual de dañino es el tabaco o el alcohol.
Con la sentencia lo de los narcos pasa a un segundo plano, lo enjundioso es que concibe al Estado como facilitador y garante de libertades individuales ajenas a todo referente o límite moral; es un paso más en un relativismo para el que nada es bueno ni malo en sí y nos mete en la lógica de otra pendiente resbaladiza más: será cuestión de tiempo que de lo lúdico se vaya a más y ejemplos no faltan de cómo se abre un poco la mano y se acaban aceptado cada vez más aberraciones.
Pero hay más porque los mismos que ven al Estado como garante de libertades individuales sin límite moral, son los que rechazan que el poder y su ejercicio tenga límites morales: la conveniencia legítima sus actos. Esa mentalidad responde a un pensamiento único reinante que no identifica lo progresista con la libertad en lo público, el fomento de sociedades abiertas, transparentes, de ciudadanos libres y responsables. Para ejercer el poder basado en ese nuevo orden relativista apuesta por el «pan y circo» de nueva generación: el mismo relativismo que da al individuo ese pan y circo libertario para su vida privada, le negará que haya límites objetivos para ejercer el poder.
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