Aragón

Cataluña los salvó

La Razón
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Como saben, el pasado mes se restituyeron a Sijena los bienes de arte sacro que procedían de ese monasterio aragonés y que estaban depositados en el Museo de Lérida. Era el último eslabón de un largo litigio que pone en evidencia las miserias hispanas: de un lado un glorioso patrimonio artístico e histórico y de otro los efectos devastadores primero de las desamortizaciones decimonónicas y luego de la Guerra Civil, más la dejadez e insensibilidad de muchos durante decenios hacia ese riquísimo patrimonio. Y como estaban en Cataluña la noticia está en las tensiones territoriales con Aragón.

Los bienes de Sijena han dado lugar a enconados pleitos sobre su titularidad y que arrancan de su venta a la Generalitat por las religiosas del monasterio, un caso complejo tanto en los hechos como en lo jurídico. Caso distinto es el de los bienes de la llamada Franja Oriental de Aragón o la Franja, también depositados como los de Sijena en el Museo de Lérida y que han dado lugar a litigios tanto eclesiásticos como civiles.

El problema de los bienes de la Franja se remonta a las andanzas de Meseguer, obispo de Lérida, que a finales del siglo XIX y comienzos del XX recorría las parroquias de la Franja recogiendo esos bienes para protegerlos de la destrucción o del expolio y los depositaba en el obispado; su diócesis era catalana, pero civilmente esas parroquias estaban en Aragón. Allá por 1995 la Santa Sede acomodó la división territorial eclesiástica a la civil, esas parroquias dejaron de pertenecer a la diócesis de Lérida para serlo de Barbastro-Monzón y surgió el problema con el reparto de los bienes artísticos. En tanto se resolvía en los tribunales eclesiásticos quedaron en depósito en el museo de Lérida; otros ya estaban en el Museo Nacional de Arte de Cataluña.

Mientras, en el ámbito civil, se inició una batalla administrativa y es aquí cuando las pasiones territoriales afloran. Cataluña fue catalogándolos como integrantes de su patrimonio artístico y cultural –estaban en su territorio– y Aragón –que tras la Guerra Civil ya intentó recuperarlos– ha ido haciendo otro tanto y como no se duda de su origen aragonés, su ley le apodera para catalogarlos como tales estén donde estén.Y en medio el tira y afloja entre obispos aragoneses y catalanes, más el incumplimiento de las resoluciones vaticanas que ordenaban entregarlos a la nueva diócesis. Así cuando al constituirse el Consorcio del Museo de Lérida el entonces obispo Lérida los aportó, aunque su diócesis era depositaria, no dueña, quedando sujetos a la normativa catalana de museos.

Como digo, llevamos años envueltos en una madeja de pleitos civiles, administrativos y eclesiásticos, aliñados con las muy hispanas pasiones territoriales y ahora nacionalistas. Estas son las que más suenan, pero no nos pueden hacer olvidar que es de justicia reconocer al margen de localismos o de las intenciones políticas del momento, que gracias a Cataluña se ha preservado en buena medida un patrimonio de incalculable valor artístico. En el caso de Sijena un monasterio que podría haber sido uno de los centros más relevantes de arte sacro de Europa se destruyó o dispersó a base de las desgracias a las que antes me refería y si se ha logrado preservar fue gracias a la acción de la Generalidad catalana durante la Guerra Civil y a su conservación en los museos catalanes. En el caso de los bienes de la Franja, donde la acción protectora ha sido más reciente, la realidad es también que la iniciativa de su conservación ha estado en Cataluña.

Ciertamente Aragón ha reaccionado declarando que esos bienes pertenecen a su patrimonio cultural, pero siempre ha ido muchos pasos atrás de la iniciativa catalana. Ahora el nacionalismo puede envenenarlo todo si tomase esos bienes como pretexto para reforzar una ensoñación histórica en la que esos monasterios e iglesias aragonesas pertenecen a los fantasmagóricos Países Catalanes. Ensoñaciones al margen, el resultado es una sobreprotección competitiva, reivindicativa e innecesaria porque de haber altura de miras se vería que se trata de bienes del patrimonio cultural español, están en España y ya estaban protegidos. Sin esas rencillas territoriales nos habríamos ahorrado muchos dolores de cabeza, pero entonces no seríamos españoles.