Afganistán
Del «terror asirio» al «terror americano», el que viene del cielo
Del viejo bachillerato recuerdo la expresión «terror asirio», que explicaba cómo un pueblo de pastores semitas había conseguido, en poco más de un siglo, levantar un imperio desde el Golfo Pérsico al Mediterráneo. La encarnación del mal era Asurbanipal, aunque fuera Senaquerib el que destruyó Babilonia. Todos los suplicios que puede inventar una mente enferma formaban parte del instrumento terrorista asirio, pero, claro, muchas de las fuentes históricas proceden de sus enemigos y, tal vez, pecan de falta de objetividad.
El caso es que «el terror asirio» ha vuelto a los viejos escenarios mesopotámicos de la mano de los yihadistas del Estado Islámico, y con los mismos resultados. Decapitaciones a cuchillo, fusilamientos en masa, toma de esclavas, amputaciones, flagelaciones de impíos, destrucción de propiedades, iglesias y templos han sido profusamente expuestos en las redes sociales por la propaganda islamista, extendiendo el pánico entre las buenas gentes de Nínive y Raqa, pero, también, entre los soldados y milicanos iraquíes, kurdos o sirios encargados de hacerles frente. De ahí se explica que muchas ciudades cristianas o yazidíes, turcómanas o chiíes hayan caído en manos de los integristas sin disparar un tiro, abandonadas de sus defensores, mientras la población huía despavorida hacia las desérticas montañas de Sinjar, donde aviones nortamericanos se afanan estos días en lanzar agua y alimentos. El «terror asirio» a pleno rendimiento, sí, pero cristalizado en un ejército de fanáticos sin miedo a la muerte, experimentado tras dos años de combate contra el sirio Asad, instruido en tácticas de guerrilla por las antiguos mandos basistas de Sadam Husein –a los que el nuevo régimen de Bagdad había negado el pan y la sal–, financiado desde los países petroleros del Golfo y armado con los arsenales abandonados por los militares iraquíes en su vergonzosa desbandada del mes de junio en Mosul. Y, no conviene olvidarlo, con respaldo popular entre la población suní iraquí, en rebeldía abierta contra el Gobierno de Al Maliki desde hace dos años.
Pero otra cuestión es que los milicanos del Estado Islámico sean capaces de hacer frente a la combianción letal de la aviación estadounidense y los pesmergas kurdos, que en la madrugada de ayer comenzaron su contraofensiva. Porque al «terror asirio» le puede suceder el «terror americano», el que viene del cielo sin preaviso, no importa que sea de día o de noche, tecnología punta que coloca las bombas de alto explosivo con sólo detectar el calor que delata tu cuerpo. Pero la historia nos enseña que así como los asirios fueron finalmente derrotados y Nínive asolada («¿Quién tendrá piedad de ti?»), la aviación norteamericana, por sí sola, nunca ha conseguido una victoria duradera. Ni los bombarderos de Corea del Norte y Vietnam, ni su asfixiante dominio sobre Irak o Afganistán decidieron el resultado final. Frente al Estado islámico hace falta infantería y unidad de propósito, esas «botas» a las que se refería ayer el presidente Barack Obama y que no está dispuesto a desplegar. Las mismas botas que calzaban los 6.826 soldados norteamericanos muertos en Irak y Afganistán, donde la paz y la libertad siguen siendo una pura entelequia. Quizás, kurdos y chiíes pongan la infantería y reduzcan a las cuevas y al coche bomba suicida a los milicianos del EI. Pero, hoy, en Irak, del cielo sólo caen bombas, no futuro.
✕
Accede a tu cuenta para comentar