Literatura

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El Modernismo hispanoamericano

Es evidente que Darío es culminación y que detrás de él aparece una serie que unos críticos literarios llaman modernistas, otros post-modernistas, que funcionalmente son caminos distintos pero estructuralmente ambos desembocan en otras corrientes literarias como son el «vanguardismo», el «regionalismo» o el «super-regionalismo»

La Razón
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En el Modernismo, gran corriente literaria de lengua española en América, el magisterio personal y estético es del nicaragüense Rubén Darío. Pero éste tuvo muchos discípulos, epígonos y descendientes, lo cual obliga a elegir, pues no está nada claro quién puede considerarse «modernista» y quién «postmodernista». Nosotros hablamos del grupo del cubano José Martí y del grupo del centroamericano Rubén Darío. Pero, ¿en cuál de estos grupos debe ponerse a Leopoldo Lugones, Enrique Larreta, José Rodó, Julio Herrera y Reissig, Carlos Reyles, Ricardo Jaymes Freire?

Es evidente que Darío es culminación y que detrás de él aparece una serie que unos críticos literarios llaman modernistas, otros post-modernistas, que funcionalmente son caminos distintos pero estructuralmente ambos desembocan en otras corrientes literarias como son el «vanguardismo», el «regionalismo» o el «super-regionalismo». Hay que llamar la atención estilística, de suma importancia, pues mientras el «vanguardismo» recala en conjunción con una fuerte tendencia europeísta, el «regionalismo», por intermediación Hombre-Naturaleza, se sumerge en la idea del Hombre-Región. Ambas actúan creativamente en poesía y en novela, con mayor amplitud de género de expresión, pues ambas se manifiestan de modo importante en ensayo y cuento.

Fijemos la atención en el argentino Leopoldo Lugones, un significativo renovador; conflictivo por su personalidad proteíca y por su singular imaginación intelectual. Llega a Buenos Aires en 1896, cuando ya Rubén Darío estaba allí, acoge a Lugones con entusiasmo y entablan gran amistad. En 1897 Lugones publica su primera contribución, «Las montañas del oro»; la poesía fue más tardía, en 1905, poemas como «Los crepúsculos del jardín»; en 1906, «Las fuerzas extrañas», fundamentalmente cuentos que le hicieron subir rápidamente, lo que le llevó en 1929 a ser nombrado Director de la Biblioteca Nacional.

En 1920, por la vía poética, surge con un violento estallido el grupo vanguardista y Leopoldo Lugones como máximo exponente de las letras argentinas, pero con una característica notable, porque Lugones ocupa todo el espacio literario, pues practica todos los géneros con plena eficacia de registro. Ha sincronizado el arte local con el metropolitano y se ha convertido en la encarnación viva de la literatura. Ya desde 1897 inicia, con «Las montañas del oro», en paralelo con las «Prosas Profanas» de Rubén Darío y con éste en Buenos Aires. En diez años de enorme actividad literaria pone en situación de contemporánea la literatura argentina, hasta el punto de poder afirmar que Lugones es el fundador de la literatura de este país. Asume todo: desde la ruda sencillez criolla, hasta la más compleja sofisticación cosmopolita. Es el momento en que Oliverio Girondo publica sus «Veinte poemas para ser leídos en el tranvía» (1922) y Jorge Luis Borges su «Fervor de Buenos Aires», cuando ya Lugones, en su «Lunario sentimental» (1909), había ya dado todos los índices de la modernidad. Borges le ataca, pero después confiesa la deuda contraída por la Vanguardia y Argentina con Lugones al operar sobre lo literario en extenso, por su preocupación estética y la eficacia artística, complaciéndose en el ejercicio de su propia libertad.

Hemos expuesto algunos casos individuales que sirven para aproximarnos a los valores propios de la «subjetividad», tan importantes en el mundo hispánico de ambas orillas oceánicas. Pero si nos aproximamos a los objetivos es fácil apreciar que el «modernismo» mantiene su influencia en la literatura occidental, más allá de la I Guerra Mundial, que supone una revelación, a nivel comunitario, de problemas sociales, económicos y políticos. Una vez más hemos de citar al eminente crítico literario hispanoamericano Pedro Henríquez Ureña, que ha apreciado con inteligencia que tenía como objetivo vengarse de la burguesía liberal, demostrando hacia los autores una indiferencia brutal. El modernismo sirvió para probar su gran gusto por lo literario y no sus valores estéticos, sino más bien humanos. Cuando se vibra de un modo tan radical con la poesía como el pueblo hispanoamericano, sólo es porque han coincidido dos caminos que no se interfieren, pero sí se complementan: uno que persigue metas estéticas; otro mucho más recio, cuyos fines encierran un perspectivismo social. Son las dos generaciones modernistas: máximos exponentes Jorge Luis Borges y Pablo Neruda.