Luis Alejandre
El perfume de la nobleza
«La madera con que están hechos estos hombres –escribe Bustos– huele tan bien como el roble viejo; he pasado muchas horas conviviendo con políticos y solo unas pocas con militares; pero el contraste es clamoroso». Termina apostillando: «¡Cómo echaba de menos el perfume de la nobleza!»
La frase que tiene un bello y viejo significado en el mundo del Islam, la utiliza acertadamente Jorge Bustos en una «última columna» publicada recientemente por «El Mundo». Bustos, escribe desde la lituana ciudad de Siaulini, en cuya cercana base aérea despliega un destacamento del Ejército del Aire español que lidera la misión de vigilancia aérea de la OTAN en el Mar Báltico. El centenar largo de pilotos, mecánicos, controladores y personal de apoyo –dos despegues al día, seis días de la semana; tripulaciones en alerta 24 horas– combinan su trabajo con el apoyo a un orfelinato cercano. Es cuando el periodista, testigo directo, constata «una sobrecogedora continuidad moral» entre unas personas que pilotan una potente máquina de guerra como es el Eurofighter y a la vez son capaces de arrodillarse ante unos niños rodeados de muñecos, para arrancar de ellos una sonrisa. «La madera con que están hechos estos hombres –escribe Bustos– huele tan bien como el roble viejo; he pasado muchas horas conviviendo con políticos y sólo unas pocas con militares; pero el contraste es clamoroso». Termina apostillando: «¡cómo echaba de menos el perfume de la nobleza!».
En otro mar, el Mediterráneo, al sur de la isla de Lampedusa en pleno Canal de Sicilia, los doscientos y pico tripulantes de la fragata «Numancia» vigilan el tráfico de seres humanos, apoyan, custodian, recogen, salvan. Han transformado su almacén de torpedos en enfermería y adoptado horarios y ritmos de trabajo a fin de estar en las mejores condiciones para rescatar inmigrantes. Cuatro meses de misión con un ritmo de veinte días en la mar y cuatro o cinco de relativo descanso en tierra; colchones de 75 centímetros a tres palmos del camastro de arriba o de abajo; difícil desconcentrarse; aun menos tener cierta intimidad: ¡mismo perfume de la nobleza!
Podríamos hablar de las tripulaciones de la «Álvaro de Bazán» o del «Cantabria» que apoyan al mando español de la Agrupación Naval Permanente nº 1 de la OTAN (SNMG-1) que despliega en el Atlántico Norte, o de los efectivos desplegados en El Líbano, en Bagdad, en Kabul o en Mali. Son los mismos. A ellos, a su nobleza, ya se había referido un soldado llamado Calderón de la Barca hace varios siglos:
«Este ejército... en que nadie espere
que ser preferido pueda
por la nobleza que hereda
sino por la que él adquiere;
porque aquí a la sangre excede
el lugar en que uno se hace
y sin mirar cómo nace
se mira cómo procede».
Proceden sin hacer ruido. Proceden sin constituir una preocupación para la sociedad. La máquina del Estado no puede estar en funciones porque tenemos todo un mundo incierto a nuestro alrededor. No hace falta que dé nombres.
Mientras, en nuestra Patria, aparecen los protagonismos egoístas, las interpretaciones históricas más distorsionadas, se ningunea cuando no se insulta a nuestra Constitución y a nuestras Instituciones, se desacatan a conveniencia sentencias de nuestros altos tribunales. En momentos de incertidumbre política se promete en falso, se canjean propuestas, se pretende repartir prebendas, sin saber que estas entrañan enormes responsabilidades. ¿Cuántas veces hemos leído estos días que seis cuerpos policiales en Bruselas hacían prácticamente imposible llevar con rigor el control de una amenaza como la que sacudió a la capital europea hace algo más de una semana? ¿Estamos seguros nosotros de que ciertas policías autonómicas están realmente integradas en un mismo y común esfuerzo?
La Sociedad vive momentos en que de todo se duda, en que todo se pone a prueba, en que el hedor de la corrupción borra toda huella de aire fresco o perfumado. Y es patético comprobar cómo quienes más vulneran nuestras normas de convivencia, quienes han jurado o prometido en falso guardar y hacer guardar la Constitución y lo han hecho buscando fórmulas desgraciadamente consentidas, son quienes quieren preferentemente los ministerios de Estado, los que menos carga política necesitan, como son Justicia y Defensa. Creen en modelos enteramente obsoletos como el de la Venezuela de Maduro –acaba de anunciar que no ratificará una ley de amnistía votada por su Parlamento– en los que estos ministerios constituyen el soporte real del régimen. Por supuesto, a costa de otras prioridades e intereses de carácter social, que son los que ventilaron en campañas electorales con el fin de atraer votos.
No deja de ser fraudulenta esta falta de nobleza. Dejan sin sentido aquellas sabias reflexiones de Boecio (480-524 d.C) el traductor al latín de Platón y Aristóteles, cuando se refería a la conocida sentencia «nobleza obliga». Aquel «esforzarse en seguir la virtud de sus antepasados» se ha roto en ciertos sectores de nuestra sociedad, porque faltan almas sacrificadas, honestas, entregadas al bien común. Porque hemos desdeñado la nobleza de los principios en pos de modas ácratas y disolventes.
No deja de ser extraño que sólo percibamos el «perfume de la nobleza» en una alejada base de Lituania.
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