Luis Alejandre
La pasión turca
No me atreví a utilizar el término «pasión» en una pasada tribuna (10 de sep. 2015) y me conformé en llamar «presión» la que ejercía Turquía sobre Europa canalizando la salida de miles de emigrantes particularmente con destino a Alemania.
El mensaje era claro. Iba dirigido al país que durante décadas había obstaculizado la entrada de Turquía en la Unión Europea. Lo malo es que, de pasada, involucraba directamente a otros: Grecia, Croacia, Eslovenia, Hungría, Albania, Austria e, indirectamente, a todos nosotros. Por supuesto les será ahora más difícil a nuestros jóvenes encontrar trabajo en Alemania.
Un mes después, el 15 de octubre, los 28 países que conforman hoy la UE decidieron –tarde, una vez mas– tomarse en serio el problema, que viene de lejos, de años, diría. Las decisiones europeas se plasmaron en tres ejes: aumentar hasta 3.000 millones de euros las ayudas a Turquía para «contener en su territorio las presiones migratorias», la promesa de agilización de visados para sus ciudadanos que quieran entrar en Europa y –lo mas importante– desatascar el proceso de adhesión turca a la UE «abriendo», en palabras de Angela Merkel, los capítulos referidos a políticas financieras, Justicia y libertades fundamentales.
Y esto se lo fue a contar a Ankara la canciller alemana al presidente turco, a dos semanas de sus anticipadas elecciones legislativas, previstas para el próximo domingo 1 de noviembre. Las anteriores del 7 de Junio, no le habían dado la mayoría necesaria al Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) de Erdogan, que decidió repetirlas.
Pero , insisto, no fue el presidente turco quien se desplazó a Berlín. El matiz, en mi opinión, es importante.
Y viendo a la canciller sentada en barroco sillón, todo pan de oro, entre dos banderas de Turquía, junto al presidente en funciones turco, comprendo el titular de una crónica firmada por Murat Yetki del «Daily News»: «Merkel se enamora repentinamente de Erdogan».
Entiendo que la jugada urdida por Turquía es apasionante. No tendrán sus ciudadanos todas nuestras libertades, no alcanzarán una distribución armónica de su riqueza –¿la tenemos nosotros?– , no cumplirán sus leyes de igualdad nuestros parámetros, pero llevan en sus genes la sabiduría de una cultura milenaria, la sagacidad de su costado oriental oculta tras una sonrisa y vestimenta al modo occidental. Todo avalado por una población de más de 70 millones de seres humanos, el ser un fiable socio de la Alianza Atlántica y disponer de unas Fuerzas Armadas con un millón de efectivos, la segunda fuerza occidental más importante tras la de Estados Unidos.
En clave interna, la inusual visita refuerza a Erdogan a la puerta de unas legislativas, a pesar de que un centenar de intelectuales hayan alertado a Alemania que no puede apoyar a quien viola los propios valores de la UE. Por otra parte obtiene recursos económicos importantes y desatasca su deseada adhesión a la Unión Europea. Por último parece resolver el atentado de Ankara que costó la vida a más de cien manifestantes, imputándoselo al Daesh, es decir a los fanáticos que luchan en Oriente Medio para constituir su califato y no a los kurdos. A muchos, el atentado nos recordó el del 11 de marzo de 2011 en los trenes de Atocha, perpetrado con clara intencionalidad electoral. Parecía repetirse una modalidad que ni Curcio Malaparte en sus «Técnicas del Golpe de Estado» pudo imaginar.
El panorama internacional parece aclararse en lo que respecta a Siria. Los movimientos de su Ejército en Alepo parecen asegurarlo. Bien apoyado por Rusia, Irán e Hizbullah parece próximo el comienzo del fin de la oposición al régimen de Damasco. Moscú pasa un mensaje: «Mis bombardeos son más eficaces que los vuestros porque tengo tropas sobre el terreno»; «si queréis acabar con los fanáticos del Daesh vayamos por partes y no luchemos en varios frentes: primero aseguramos Siria y os evito migraciones, porque muchos regresarán, sobre todo si aseguramos un posterior y tutelado internacionalmente régimen de transición en Damasco»; «por supuesto alguien sufrirá estas consecuencias: la oposición al régimen de Asad, los kurdos»; pero Irak con ayuda podrá recomponerse, «e Irán comprobados los beneficios de la apertura de sus mercados, optará por el dialogo y la integración; lo del Daesh será entonces cuestión de un par de años, especialmente si colaboramos –nosotros Rusia, EE UU, Alemania y Francia en nombre de Europa–, todos juntos». No todo son aplausos. Alfonso Rojo, un hombre que conoce bien lo que son las guerras recientes, nos alerta en estas mismas páginas: «Con los alemanes hay que andarse con mucho cuidado: baste evocar el desastre que contribuyeron a organizar en los Balcanes hace tres décadas».
Quizás estemos a tiempo, si la pasión turca se convierte en pasión por la paz. Estos miles de personas enfangados en los caminos de Europa ,vitalmente, la necesitan.
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