M. Hernández Sánchez-Barba
Las cruzadas
El Papa Urbano II (1088-1099) fue el primero en tomar posición ante este fenómeno. En el Concilio de Clermont Ferrand convocó una «cruzada» para liberar Tierra Santa del poder de los infieles, cuando todavía la lucha de Gregorio VII contra Enrique IV estaba ya señalando agudamente quién habría de dominar: la Iglesia o el Estado. Se trataba de la pretensión del pontificado de imponerse al poder imperial y hacerse cargo de la dirección del mundo. Occidente tenía unos fundamentos que provenían totalmente de Jesucristo y de la Iglesia. Diez años después de la muerte de Gregorio VII, Urbano II llevó a efecto un plan concebido por aquél, como «Jefe» de Europa que convoca la cruzada contra el Islam. Gregorio VII había afirmado la conciencia cristiana, la cumbre más alta de la vida de la Iglesia; la sociedad caballeresca puesta al servicio de la idea de las cruzadas. San Bernardo de Claraval y la Orden de Cluny crearon un nuevo orden de piedad personal manifestado en el arte gótico, el pensamiento de la escolástica y un nuevo tipo de piedad personal representado en el espíritu de la caballería realizadora de la piedad.
La piedad cristiana se había manifestado desde siempre naturalmente atraída hacia los Santos Lugares –¡Tierra Santa!– dominados éstos por el mahometismo desde el año 637; pero con la conquista de Palestina por los turcos selyúcidos, se perdió la libertad del peregrinaje, todo cambió y llegó a prohibirse el acceso de los cristianos, lo cual afectaba a la sociedad cristiana occidental. La convocatoria de la primera cruzada, alentada por Urbano II en 1095 atrajo a gentes de todo el territorio cristiano: ingleses, escoceses, escandinavos, marinos y mercaderes italianos, caballeros castellanos y aragoneses e incluso monjes toscanos, a los cuales se les prohibió asistir, como a los caballeros españoles que se les dijo que se quedasen en su tierra para luchar en su territorio bajo el estandarte de la Cruz. De las principales áreas de reclutamiento aparecieron los grandes nobles con sus vasallos, como son Roberto de Normandía, Roberto de Flandes, Hugo de Vermandois, Godofredo de Bouillon, Bohemundo de Tarento.
Los cruzados se dirigieron a Constantinopla siguiendo dos rutas principales: una, cruzando Hungría hasta Belgrado y atravesando los Balcanes (Pedro el Ermitaño y Godofredo de Bouillon). Otra columna, con Roberto de Flandes y Esteban de Blois, viajó por Italia y llegó a Dirraquio, desde donde llegó a Constantinopla (1097); posteriormente, cruzaron Asia Menor, gobernada por los turcos, derrotando a éstos en la batalla de Dorilea, con lo cual pudieron atravesar la meseta de Anatolia hasta Edesa (1098) y conquistar Antioquía. En enero de 1099 iniciaron la última etapa hacia Jerusalén, que sitiada durante un mes cayó finalmente; ello fue posible con la ayuda de Génova que envió una flota dos años antes. Tras la noticia de estos éxitos se organizaron otras dos expediciones que fueron derrotadas por los turcos (1109). Anatolia permaneció bajo control turco y la presencia de los cruzados, en situación muy precaria. Un ejemplo natural, la segunda cruzada, organizada y encabezada por el rey de Francia y Conrado III de Alemania, primera de monarcas. La tercera, del emperador Federico I, el rey de Inglaterra Ricardo «Corazón de León» y el rey Felipe II Augusto de Francia.
España sufrió una contraofensiva musulmana después de la conquista de Toledo (1085) por Alfonso VI de Castilla, gran éxito político que fue interrumpido por la invasión de los almorávides, que con posterioridad fue sucedida por la invasión de los almohades y, en el siglo XIV, por la de los benimerines. Estas tres invasiones supusieron la liquidación del ideal neogótico, extendiendo el espíritu de cruzada que aceleró la colaboración de los reinos peninsulares en empresas comunes y el establecimiento de las Órdenes Militares: Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa, organizaciones religiosas y militares. En definitiva, las Cruzadas fueron empresas caballerescas, tanto en los Santos Lugares de Oriente como en la gran empresa de Reconquista del territorio perdido en el extremo occidental del Finis Terrae de los romanos. La acusación que se hace a la Iglesia de ser la instigadora de las cruzadas y el apoderamiento de territorios bajo la soberanía occidental, no tiene fundamento porque a partir de las primeras cruzadas citadas, las empresas fueron organizadas por Reinos en donde los caballeros buscaban dos cosas: la fama y el premio correspondiente por su ayuda a la religión, y si esto no se conseguía, el planteamiento ambicioso de alcanzar una soberanía de poder territorial que en una época de feudalismo, que como es sabido deriva de la descomposición del imperio de Carlomagno por parte de los francos, está marcando esa línea específica de los planos de dominio señorial que va creando inexorablemente una correspondencia de fidelidad como consecuencia del honor caballeresco y del modo de pensar cristiano.
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