Venezuela
Nicolás Maduro y la lentísima vía al socialismo bolivariano
Nicolás Maduro parece no darse cuenta de que ha llegado el momento de superar el estadio de la «democracia burguesa», con sus engorrosos formalismos, para instaurar la verdadera «democracia popular», es decir, la dictadura del proletariado. La política del «pan y circo» (arepa y televisión de plasma, en la versión bolivariana) es costosa en tiempo y dinero y, a la larga, contraproducente. El esfuerzo dilapidado en la seducción electoral de las clases más desfavorecidas, allí donde son mayoría, hubiera rendido mucho más llevando el impulso socialista hasta sus últimas consecuencias. Al fin y al cabo, la Patria y el Proletariado están por encima de las necesidades pequeñoburguesas de los individuos.
Si la Alemania democrática –sin petróleo y arrasada por los rusos durante la IIGM– consiguió crear un Estado socialista ejemplar, no fue porque se toleraran demasiadas alegrías en la composición de la cartilla de racionamiento, ni porque se alentara a equipar el hogar con modernos electrodomésticos. No. Fue porque los dirigentes germanoorientales tenían fe en el sistema y estuvieron dispuestos a los mayores sacrificios. El verdadero revolucionario sabe que la construcción del socialismo, la creación del «hombre nuevo», implica deshacerse de las rémoras pequeñoburguesas que persisten en el cuerpo social. Y sabe que el proceso siempre estará amenazado por el fascismo, hidra agazapada que hay que extirpar. Aunque hay quien afirma que Alemania oriental funcionó más por alemana que por comunista, ello no responde a la realidad. Los verdaderos venezolanos no tienen nada que envidiar a los germanos y, además, llevan años entrenándose en las colas para conseguir comida y productos de limpieza, y han demostrado que fueron capaces de aguantar hasta seis horas de discurso de Hugo Chávez en «cadena nacional». Venezuela lleva recorrida buena parte del camino.
El Ejército ya detenta la dirigencia económica del país. Ésta sería más eficaz si todos los medios de producción fueran propiedad del Estado. Es absurdo ir arruinando poco a poco a los empresarios privados, especuladores y fascistas, cuando se les puede expropiar lo que han robado al pueblo. El Poder Judicial y el Legislativo tienen que ser depurados. Todavía hay jueces que ponen en libertad a los enemigos del pueblo con la excusa de que han sido detenidos ilegalmente cuando se hallaban en sus casas. La Prensa que difama, que denuncia las acciones de los grupos de choque socialistas, debe ser eliminada. La violencia revolucionaria es legítima cuando se trata de defender las conquistas populares.
Pero hay que terminar de articularla para que sea eficaz. No puede consentirse que tres agentes del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (SEBIN) apresen en plena calle a un joven fascista y la Policía local interprete que se trata de un secuestro. La muerte de la agente del SEBIN Leidis Chacón, de 22 años, en este inexplicable incidente demuestra que la Policía política no impone el debido respeto. Con el fascismo dando la cara, por fin, en la calles y plazas de Venezuela, ha llegado el momento de asestar el golpe revolucionario. Luego, si las cosas se tuercen, que no se queje Nicolás Maduro de que no le hemos avisado. Tal y como va la economía, es mejor vender la cartilla de racionamiento envuelta en bonita ideología.
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