Política

Pedro Cieza de León

La Razón
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En la larga lista de españoles que destacaron con méritos propios en América en el siglo XVI sobresale con cualidades magníficas Pedro de Cieza de León que, en el torbellino de la acción integradora de culturas y personas –lo que en términos científicos se conoce como «aculturación» y «mestizaje», en torno a los cuales ha escrito importantes libros el catedrático de Antropología Claudio Esteva Fabregat– que en aquella época llevaron a cabo, buscando la fama y consiguiendo la gloria, miles de españoles movidos por la reputación o, quizás, por el desvelo heroico de conseguir los mejores galardones y ofrecer a la Patria cuanto se pudiese integrar en la cultura occidental a partir de la herencia y transmisión de los eones culturales, de civilización técnica, creencias religiosas y organización administrativa e institucional de los pueblos y culturas del Nuevo Mundo.

Pedro de Cieza de León (1518-1560) nació en Llerena (Badajoz) y acompañó a las Indias Occidentales a los Heredia, por la provincia de Cartagena en 1535. Sirvió allí a las órdenes de Jorge Robledo, participando en la fundación de la villa de Santa Ana de los Caballeros (hoy Anserma, en el departamento de Caldas), en 1539, y en la de Cartago, en 1540, hasta salir al golfo de Urabá. Allí embarcó para España, a solicitar la gobernación de los países conquistados por Robledo. En un segundo viaje figuró como miembro de la hueste de Sebastián de Benalcázar, que le dio repartimientos. Volvió a estar a las órdenes de Robledo y cuando murió éste, se retiró a Arma y comenzó a escribir su «Crónica», titulada «Primera Parte de la Crónica del Perú».

Este joven extremeño fue designado «Príncipe de los Cronistas de Indias». Se trata de la primera crónica que se escribe sistemáticamente sobre los acontecimientos del Perú, Nueva Granada, otras regiones y acontecimientos. El resto de la «Crónica» quedó ignorado casi hasta nuestros días. Afortunadamente, americanistas ilustres, españoles y peruanos, han hecho posible reconstruir la «Crónica» entera, que fue planificada por Cieza con un extraordinario rigor. El presidente de Audiencia, Gasca, le nombró cronista de Indias y él entregó en 1550 al virrey la «Crónica del Perú», incluyendo las guerras civiles, por lo que figura en el «Catálogo de Autoridades de la Lengua».

Marcos Jiménez de la Espada reunió pacientemente los datos autobiográficos que Cieza de León desparramó a lo largo y ancho de su obra histórica entre 1535 y 1550, años en que el cronista viajó constante y regularmente hasta su regreso a Sevilla, desde donde había embarcado para América a los trece años de edad. La «Primera parte de la Crónica del Perú» tuvo un éxito resonante, traduciéndose y editándose en Amberes, Londres, Roma y, por supuesto, varias veces en España. La «Segunda parte de la Crónica del Perú» trataba del «Señorío de los Incas Yupanquis y de sus grandes hechos y gobernación». El historiador peruano Raúl Porras Barrenechea alaba la sólida armazón histórica de la segunda parte de la historia peruana, relativa a los Incas del Perú, que «hace entrar de golpe a los Incas en la historia universal». La «Tercera parte de la Crónica del Perú» comenzó a publicarse en la Revista «Mercurio Peruano» por don Rafael Loredo. Textualmente utilizada por Herrera en su «Décadas», tuvo una primera edición. En fin, la «Cuarta parte de la Crónica del Perú» se refiere a las guerras civiles del Perú, que no son el único asunto en torno al cual giran sino el centro de interés de tan agitada época que también atrajo a otros cronistas como Agustín de Zárate, Diego Fernández «el Palentino» o Pedro Gutiérrez de Santa Clara.

En una de las cláusulas testamentarias Cieza declara haber escrito tres libros de las «guerras civiles», que se encontraban manuscritos y encuadernadas en pergamino. Pero expresa su reparo moral por si impresas causasen escándalo, pues no había transcurrido tiempo suficiente desde que se produjesen. Por ello pedía que, si era así, las relaciones debían sellarse para ser enviadas al Monasterio de las Curvas, según voluntad de los albaceas, hasta quince años después de la muerte del testador. Exageraba aún pidiendo que fuesen revisados por persona experta, «sin añadir nada más de lo escrito para guardar la honra y la fama de todos».

Profunda actitud de conciencia que honra al historiador, que, por añadidura, expresa su repulsa por la extrema conducta antipatriótica puesta de manifiesto en aquella circunstancia. Nueve años después, el inquisidor de Sevilla, Andrés de Gasco, le requiere para que envíe al Consejo de Indias las relaciones que obran en su poder. Y todavía tres años después se reitera la reclamación. Cuando llegaron fueron entregadas a Alonso de Santa Cruz, cuyos herederos fueron requeridos en 1568 para devolverlos al hermano del cronista, cura de Castilleja de la Cuesta.