Luis Alejandre
Querernos, querer a España
A la tribuna de un 31 de diciembre corresponde pasar un mensaje optimista lleno de buenos deseos. Es día de balances, de valoraciones, incluso de pronósticos. Los crédulos lectores de horóscopos ya saben que tendrán un año mas o menos bueno en amores con algún riesgo económico y pequeños problemas de salud en invierno. ¡Elemental!
¡Ya nos gustaría a muchos conocer nuestro futuro! Y aquí ya no valen ni las cartas, ni los posos de café, ni las rayas de la mano. Nuestro futuro es algo serio cuando, como nos decía Enrique Rojas en estas mismas páginas, vivimos en una «sociedad psicológicamente desorientada, enferma, muy perdida en lo fundamental; muchos de los modelos de identidad que aparecen en los medios de comunicación están rotos o son incoherentes».
Formo parte de una generación que vivimos la Transición, tampoco exenta de sobresaltos y problemas. Pero salimos adelante.
Ana Belén nos cantaba entonces unos bellos versos:
«España camisa blanca de mi esperanza/reseca historia que nos abraza/donde entendernos sin destrozarnos/...quisiera poner el hombro y pongo palabras/que casi siempre acaban en nada..../cielos mas estrellados donde sentarnos y conversar..../Aquí me tienes, nadie me manda/ quererte tanto me cuesta nada».
Superamos el trauma de una guerra civil porque nuestras familias –muchas de ellas surcadas por heridas de los dos bandos– se encargaron de no perpetuarlo. Y construimos una sociedad que saliendo de la pobreza y el aislamiento internacional se levantó con valentía, se dedicó a trabajar, evitó involucrarse en una guerra mundial, intentó que ninguna gota de agua se perdiese en el mar y edificó una amplia clase media. Y cuando fue el momento de cambiar, porque los modelos generacionales se agotan, lo hicieron con la ley y desde la ley. Es una generación que vio cómo dos comandantes del Ejército acompañaban a Tarradellas –la confianza es básica en estos momentos– en su regreso a España; o como el hijo de uno de los responsables de la matanza de civiles indefensos en Paracuellos podía ser Rector de la Complutense. Por supuesto entonces dialogó y cedió mucha gente. Parece que ahora descubrimos el Guadalquivir.
Y ahora llega una segunda generación, es decir los nietos de la que hizo la guerra, que pone en duda lo hecho en la Transición, que reabre páginas de odio que creíamos superadas y valiéndose de nuevas redes y medios de comunicación abren expectativas políticas peligrosas. Me sorprende –y a la vez me duele– volver a ver la «hoz y el martillo» y el perfil de Stalin en la entrada de la pista de atletismo de Sabadell donde se reunió recientemente la militancia de la CUP, para decidir en plebiscito el futuro de Cataluña. Sólo representa un 8% de la sociedad del Principado, pero es una minoría combativa, aunque su concepto del «nunca» sea maleable. Lo del tanto por ciento no les importa. Con unas minorías bien manipuladas se conducen las masas de gentes a la deriva que no merecen el atributo de sociedad. Hemos ido fabricando –vuelvo a Enrique Rojas– «seres humanos cada vez más endebles, frágiles, inestables, resbaladizos, sin criterios sólidos» que se prestan a ello. ¿Qué pretenden los puños crispados arropados en banderas anticapitalistas o antisistema? ¿Volver a las Repúblicas Populares que conformaron la URSS o precipitaron independencias en países africanos y asiáticos cuyas sociedades no estaban preparadas para gobernarse? ¿Cuántas guerras se han desencadenado desde entonces? ¿Se creen que estas Repúblicas Populares disfrutaban de libertades públicas como las disfrutamos nosotros hoy?
Bien quiero comprender indignaciones. Bien sé que esta crisis la han agravado personas privilegiadas que han hecho del bien general, bien particular. Que han traicionado la hidalguía y la honestidad que heredamos de nuestros padres y abuelos; la propia confianza de sus amigos.
Pero también sé de mucha gente que no ha perdido la templanza y el honor a pesar de las dificultades. A ellos me dirijo.
Entramos en 2016 con un montón de interrogantes a bordo. Y no sólo problemas nacionales, porque los conflictos allende nuestras fronteras nos alcanzan. Imaginen que a Europa llega en 2016 otro millón de refugiados. ¿Resistirían Ceuta y Melilla la presión de 10.000 o 15.000 de ellos? ¿Viviremos entre el miedo a los atentados suicidas? ¿Se pacificará el Oriente Medio o será un foco permanente de conflictos?
A nivel nacional bien conocen la situación que no me atrevo a diagnosticar.
Sólo sí puedo asegurar que si una masa responsable de españoles –mujeres y hombres– analiza las opciones, se compromete con su familia y con su sociedad a priorizar valores como el esfuerzo, la responsabilidad y la palabra dada, saldremos adelante. Porque también tenemos muchas cosas positivas.
Entendámonos sin destrozarnos; dejemos los gritos que acaban en nada; arrimemos el hombro antes que construir muros con los sentimientos; nunca digamos nunca; no nos insultemos, cuando insultamos a nuestros propios símbolos e instituciones.
¡Hagamos que no nos cueste nada querernos a nosotros mismos, querer a España!
✕
Accede a tu cuenta para comentar