Joaquín Marco
¿Renacimiento del «Labour»?
A estas horas, cuando puedan leerse estas líneas impresas, la fortuna habrá decidido el futuro de los británicos. Esta es la desventaja de los periódicos, obligados a distanciarse de las noticias frente a la inmediatez de las formas de comunicación. No puedo conocer aún el desenlace de las elecciones, pero el amplio margen inicial que separaba a sus principales contendientes, la conservadora Theresa May y el laborista Jeremy Corbyn, ha ido reduciéndose a medida que avanzaba la campaña, aun antes de los atentados. Quienes habían dado por acabado al partido laborista han podido comprobar la escasa validez de las hipótesis en estos ámbitos. A escasas horas de celebrarse los comicios la diferencia en la estimación de voto de los conservadores se redujo a escasamente un punto, de los veinte del inicio de la campaña. Una legión de jóvenes, activos en las redes, estaba decantando la suerte del discutido Corbyn, que había escorado su programa hacia la izquierda. Con ello se rompían varios tópicos al uso: la socialdemocracia no ha muerto todavía; sobreviven izquierda y derecha (contra la teoría podemita del arriba y abajo); los jóvenes no se han desencantado de cierta política y las fuerzas fundamentales (socialdemócratas y conservadores) suman en Gran Bretaña el 78% del interés del electorado. Bien es verdad que el tema fundamental que llevó a la Sra. May a las elecciones anticipadas, el Brexit, que no llegó a defender abiertamente antes de que el referéndum rompiera los moldes de la Unión, pasó a un segundo plano tras los atentados terroristas. Ningún partido europeo tiene en sus manos la posibilidad de evitarlos, aunque sí la de dejar de abonar el campo de cultivo donde nace y se desarrolla.
Corbyn elaboró un programa de centroizquierda alejándose de aquellas veleidades de Toni Blair que empujaron a la socialdemocracia hacia el ninguneo. Haya ganado o no el laborismo en las elecciones que se celebraron ayer, éste acaba de demostrar que se mantienen los mimbres de antaño y que la posibilidad de un gobierno de izquierda en un mundo desestabilizado por la sombra alargada del presidente de los EE.UU. resulta hasta probable. El precedente debe buscarse en la anterior victoria laborista en las principales ciudades del Reino Unido o el significado de que un musulmán, también laborista, como Sadiq Khan gobierne en la más que simbólica Londres. Algunos se inquietaron ante la posibilidad de que llegara a arrebatarle a Corbyn la jefatura del partido. El alcalde londinense se zafó y no ha querido polemizar con el tuitero Trump. Hayan o no vencido, estas elecciones se habrán dirimido, según las previsiones, por estrecho margen. Pero, de aplicar su programa, éste no sería otra cosa que el retorno a recetas ya probadas: subida de impuestos a quienes superen las 94.000 libras anuales, renacionalización y mejora de algunos servicios públicos, relanzamiento de la obra pública y, pese a todo, reducción de la deuda. La ambiciosa hoja de ruta de Corbyn se conjugaría con un nuevo acercamiento a Europa. No hay grandes novedades en un programa previsible para cualquier socialdemócrata, pero decididamente con ello abandonaría algunas parcelas del centro que Toni Blair ocupó a costa de renunciar a esencias. Theresa May, se ha dicho, no es una nueva Sra. Thatcher: carece de su carisma y en su programa no se ofrecen soluciones a los problemas que inquietan en el siglo XXI. Cualquier elector debería saber que el terrorismo no va a debilitarse con meras medidas policiales, ni siquiera con el retorno de los diez mil policías que se fundieron en esta crisis interminable.
Saben también los laboristas que aquellas fuerzas obreras de antaño, hoy disminuidas y debilitadas por la nueva sociedad, no volverán. Sin embargo, han podido comprobar la fuerza que supone la legión juvenil menoscabada por un mundo que busca oportunidades en la robotización y en una más justa redistribución de la riqueza. Nos encontramos ya, no tanto en los albores de otro fenómeno social parejo al industrialismo del siglo XIX, sino que hemos penetrado en su núcleo sin apenas ser conscientes de ello. No es casual que coincidan tantos fenómenos que llevan desconfiar del futuro y que nos sitúan ante incertidumbres que no sabemos cómo resolver. Se nos apunta que la sociedad del bienestar, que fue el signo de Europa, acabará desapareciendo, que habrá que ir olvidándose de las pensiones, la sanidad pública y universal, una educación uniforme. Todo ello puede producirse o no, porque una imaginación más fértil debería lograr el poder y otear ya los caminos de escape. O tal vez retornar a sistemas de antaño renacidos, si logran resistir tantos embates a la vez. En cierto modo es lo que propuso el laborismo británico, en lo que se empeña el socialismo español (que debe asimilar o protegerse de un extremismo a su izquierda), lo que no ha logrado el francés en el poder, lo que quizá debería probar el alemán. El reto no es sencillo, porque las ideas envejecen, como los seres humanos, se debilitan y desaparecen. La socialdemocracia puede readaptarse a la nueva sociedad o acabar enredada en la madeja de sus propias circunstancias. Tal vez los británicos no cometieron ayer el mismo error que les condujo al Brexit a través de mentiras o posverdades de algunos líderes. Si han logrado superar a los tories en la prueba, pueden convertirse en un signo de esperanza para la todavía imprescindible socialdemocracia europea.
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