Luis Alejandre
Responsabilidad
Las Ordenanzas para las Fuerzas Armadas incluyen este concepto en varios de sus artículos. Destaco dos de ellos por su profundo sentido. Señala el Artº 79: «La responsabilidad por el ejercicio del mando no es renunciable ni compartible. En su desempeño nadie podrá excusarse con la omisión o descuido de sus subordinados....». Lo ratifica el Artº 85 que a su vez indica : «El amor a la responsabilidad es indispensable para el buen ejercicio del mando y por él se hace acreedor a la confianza de sus jefes y subordinados».
Lo anterior es válido en mi opinión también para el mundo no estrictamente militar. Dos ejemplos –diría– uno civil y otro militar, me ayudarán a resaltar este importante valor moral. Hillary Clinton, candidata demócrata a las elecciones presidenciales norteamericanas ha respondido estos días en calidad de antigua Secretaria de Estado, ante el Comité de la Cámara de Representantes que investiga el ataque perpetrado en 2012 contra el consulado norteamericano en Bengasi, que costó la vida a cuatro de sus compatriotas, entre ellos el Embajador Cristopher Steven. El lector recordará aquella, difícil de explicar, tragedia.
Clinton, serena, firme asumió en su comparecencia toda la responsabilidad en la gestión del atentado. No necesitó escudarse en las discusiones internas que se produjeron en el inmediato círculo del presidente Obama, unos partidarios, otros no, del empleo de fuerzas especiales que ella «consideró seriamente», aceptando con lealtad la última decisión de su presidente.
En su comparecencia ha pasado unos claros mensajes: «La seguridad nacional tiene que estar delante de la política y la ideología», respondiendo a quien con acritud quiso mezclar su etapa de secretaria con su carrera hacia la Casa Blanca. Añadiendo «la seguridad perfecta no puede lograrse jamás» y que «la diplomacia no puede ejercerse desde búnkeres», defendiendo la presencia del Embajador Steven sobre el terreno. «Las muertes de Bengasi, reiteró, muestran el inevitable nivel de riesgo que hay que aceptar para proteger el país y sus intereses y valores en lugares peligrosos». «Hemos aprendido de la manera más dura que cuando EE.UU se ausenta de una zona inestable, hay consecuencias». Por supuesto dejó claros sus sentimientos de dolor por las cuatro muertes violentas, señalando que el Embajador Steven «era no sólo un buen especialista sino un gran amigo del pueblo libio y un apasionado de Oriente Medio». Me ha alegrado comprobar la firmeza y buen sentido de Estado de Hillary Clinton. No es tan frecuente esta firmeza entre cierta clase política, como también me extraña que un Comité analice en 2015 sucesos acaecidos en 2012 . Me extraña verlo en un país tan dinámico como el norteamericano. El otro ejemplo acaba de conocerse en toda su amplitud a raíz de la desclasificación de documentos llevada a cabo por la Administración norteamericana, aunque era conocida en bastantes medios y círculos como la OTAN y las Naciones Unidas. Nos remontamos al también difícil mundo de 1983. Reagan acababa de lanzar su «Star Wars» o Guerra de las Galaxias, y definido a la URSS como «imperio del mal». Unas maniobras de la OTAN entre Noruega y Turquía habían puesto en estado de alerta todos los sensores del Pacto de Varsovia, la organización «hermana» de la Alianza Atlántica creada tras el Telón de Acero. La noche del 25 de septiembre de 1983 el Coronel Stanislaw Petrof, de 44 años, llegaba a su puesto de mando del centro de alerta tempana de la inteligencia militar soviética, desde donde se coordinaba su defensa aeroespacial. Estaba allí para analizar y verificar todos los datos de los satélites sobre posibles ataques nucleares. A las 12:14 del 26 de septiembre saltaron todos los sistemas de alerta: «Ataque de misil nuclear inminente». Pidió mantener la calma. Verificó datos y pidió confirmación de visión aérea. No pudo confirmar la situación metereológica. La alarma se repitió otras cuatro veces. ¿En menos de cinco minutos cinco misiles desde bases americanas contra la URSS? El tiempo de vuelo de un misil intercontinental era de veinte minutos. Sopesa el Coronel que un principio básico de la estrategia de la Guerra Fría es el lanzamiento masivo de misiles, no de cinco, uno a uno. Decide no escalar la alarma. Los americanos saben lo que arriesgan y «aunque desconfía de ellos sabe que no son tontos ni suicidas». Sus 120 colaboradores asumen su sentido de la responsabilidad. Al final reporta que la alarma se debe a un mal funcionamiento del sistema. Había tomado una decisión correcta. Había desarrollado su sentido de la responsabilidad, evitando una verdadera catástrofe. Por supuesto en plena Guerra Fría nadie quiso reconocer un fallo del sistema. El Coronel que a conciencia cumplió con su deber quedó en el anonimato. Él mantuvo modestamente que: «sólo fui la persona correcta en el lugar y momento oportuno, en un momento de gran peligro para la Humanidad».
Hillary Clinton y el Coronel Petrof, tuvieron claro su compromiso con la responsabilidad.
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