José Luis Requero
Trump: Hipocresía y pretexto
Ignoro los planteamientos gubernamentales, pero creo no errar si entiendo que la prudencia manda y que, por encima de las formas y gestos del presidente americano, priman las relaciones entre Estados
Hace pocas semanas un importante diario madrileño atacaba en su editorial al Gobierno: pasaban las semanas y aún no había criticado a Trump. Ignoro los planteamientos gubernamentales, pero creo no errar si entiendo que la prudencia manda y que, por encima de las formas y gestos del presidente americano, priman las relaciones entre Estados. Eso ya es cuestión de política internacional, regida por una lógica en la que no entro y que está presidida por los intereses: como decía Churchill, «Inglaterra no tiene amigos permanentes ni enemigos permanentes, tiene intereses permanentes».
Pero me quedo con lo sustancial de ese mensaje editorial: ¿cómo es que el Gobierno todavía no ha criticado a Trump?, de lo que deduzco que impone una suerte de imperativo moral planetario que ordena que criticarle es lo correcto: en lo personal porque una conversación que se precie debe incluir una dosis de crítica a Trump –da buen tono–, sólo que ese periódico, «El País» para concretar, erige tal regla de urbanidad, además, en directriz de política internacional.
En esta línea, también hace pocas semanas, un relevante locutor se sorprendía de que Trump hubiese ganado teniendo en contra al Partido Demócrata, a buena parte del Republicano y a la Prensa...: perversa que es la democracia, donde lo determinante es la voluntad mayoritaria del pueblo, no el deseo de lobbies políticos, intelectuales, mediáticos, etc. Y otro periodista aprendiz de progresista sentenciaba que una cosa es que su victoria sea legal, otra que sea legítima, lo que ejemplificaba con Hitler, que llegó al poder legal pero no legítimamente. Un ejemplo de finura intelectual.
Y usted ¿ha criticado ya a Trump?, ¿no? ¿y a qué espera? Mire que si no lo hace se enfrenta no sólo a lo políticamente correcto, sino al nuevo orden intelectual; me corrijo: a la nueva tiranía intelectual. Yo no lo he criticado, más que nada porque en las cosas más sonoras que lleva dichas, hechas o anunciadas, no aprecio diferencias sustanciales con lo que otros hacen en esos mismos asuntos, lo que abona la idea de que andamos sobrados de hipocresía.
Por ejemplo, entre nosotros, las invectivas de Trump contra los jueces no pueden criticarse con fundamento cuando aquí unos enterraron a Monstesquieu, politizaron la Justicia o se quejaban de que nadie nos dijese qué tenemos que hacer o se habla con naturalidad de las cloacas del Estado, y esto por poner unos ejemplos. O su política de inmigración poca crítica puede recibir cuando Europa ha dejado este invierno a miles de refugiados pelándose de frío en barrizales o paga millones a Turquía para que ejerza de dique o cuya frontera sur, el Mediterráneo, es un inmenso y profundo cementerio, algo que no pasa con la frontera mexicana. O, en fin, a propósito de ésta, con poco fundamento puede criticarse su idea de construir un muro cuando aquí Ceuta y Melilla son territorios amurallados y alambrados.
Pero alguna diferencia habrá y creo que la clave está en las formas. Por ejemplo, Obama deportó a más de dos millones de inmigrantes, mantuvo Guantánamo y con él creció la conflictividad racial; pero era políticamente correcto, mejor dicho, un elaborado producto de marketing: cada palabra, mirada o gesto, aparentemente descuidados, respondían a una bien estudiada pose. A Trump eso no parece importarle. O sí y sus maneras le conectan con el sentir de millones de norteamericanos, poco identificados con las hipocritonas formas de las élites urbanas, intelectuales y culturales de por allí: quizás al final todo sea cuestión de poder.
¿Y entre nosotros? Para mí que Trump cumple varias funciones. La primera es un clásico: permite criticar a Estados Unidos, algo elemental para estar homologado como progre, porque no es creíble serlo sin una dosis de esa crítica que da lustre y caché. Trump es, además, una buena cortina que permite disimular las propias vergüenzas y ya me he referido a unas cuantas. Y otra función más, quizás la más importante: a Trump le resbalarán nuestras críticas, pero facilita una función doméstica y domesticadora: es un buen pretexto para dirigirnos un aviso que nos recuerda que será lapidado quien ose apartarse de los postulados que marcan los prescriptores del pensamiento único.
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