Caracas

Venezuela: guía para acabar con la libertad de expresión

El «socialismo bolivariano del siglo XXI» está a punto de solucionar uno de sus últimos problemas con la libertad: esos molestos periódicos que, pese a todas las advertencias, multas y restricciones, se empeñan en contar las cosas que pasan en la desgraciada Venezuela. Son diarios como «El Universal» o «El Nacional», de larga trayectoria y dirigidos por empresarios a la antigua, de los que se manchaban de tinta, que no se arredran y llevan a sus portadas las fotos de las colas en los supermercados, las notas «rojas» del crimen desbocado y las tribulaciones del ciudadano medio, transformado en inquilino del castillo de Kafka.

Atado por los convencionalismos de las leyes, que no por su espíritu, Nicolás Maduro no ha podido meter mano a la Prensa escrita, como sí ha hecho con los medios audiovisuales. Pero estos últimos, al ser concesiones del Estado, eran presa fácil. El papel, sin embargo, se rige por las normas de la propiedad privada y se ha defendido con uñas y dientes. Lo que no contaban es con la astucia del Gobierno. Como en Venezuela casi todo se importa –incluso parte de la gasolina– y hay que pagar los productos extranjeros en dólares, quien no tiene divisas no puede operar en los mercados. El control de cambios está en manos del Gobierno, que concede los cupos de dólares, cada vez más escasos, por medio de un laberinto burocrático en el que toda arbitrariedad tiene su asiento. Pero el toque de virtuosismo está en la orden ministerial que retiró al papel de impresión de la lista de productos de primera necesidad. ¡Et voilá! No se atienden las demandas de divisas de los editores, éstos no pueden importar las bobinas de papel y se quedan sin medios para hacer los malditos periódicos. Ya han cerrado 13 cabeceras –las tres últimas en el estado de Bolivar– y al resto se les acaban las reservas.

«El Universal», tras suprimir los suplementos y reducir la paginación al mínimo, tiene en sus almacenes bobinas para dos meses. Para otros, como «El Nacional» o el «Diario de Caroni», el plazo se fija en semanas. Los periódicos estatales, por supuesto, obtienen las divisas de manera directa. Desde el Gobierno se justifica la anomalía en las dificultades económicas que atraviesa el país, naturalmente, por culpa de la conspiración capitalista internacional. A veces, no se sabe qué es peor, si ser gobernado por malvados o por incompetentes. El viernes, suspendió sus operaciones comerciales la compañía venezolana de aviación. Tiene una flota de nueve reactores, pero, como no ha podido importar los repuestos, ya sólo podía volar con uno. Y no es la única: las principales líneas aéreas internacionales, incluidas las españolas Air Europa e Iberia, están cancelando los enlaces con Caracas o restringiendo la venta de billetes por el quilombo del control de cambios.

El Gobierno de Nicolás Maduro les adeuda 3.000 millones de dólares, acaba de provocar una devaluación subrepticia –otra más– del bolívar y ha impuesto nuevas limitaciones a los venezolanos que quieren viajar al extranjero. La medida se excusa en la lucha contra los «rascacupones», que utilizaban la compraventa de billetes para obtener dólares a precio oficial y revenderlos en el mercado negro, pero lo único que demuestra es el fracaso global del sistema bolivariano, que está a punto de colapsar. Pero, a lo mejor, sin periódicos, se notará menos.