Crítica de cine
Perfección digital y poca vida
Dirección: Peter Jackson. Guión:F. Welsh, P. Jackson y G. del Toro, según la novela de Tolkien. Intérpretes: Martin Freeman, Ian McKellen, Richard Armitage. EE UU-Nueva Zelanda, 12. Duración: 169 min. Fantástico.
Cuando una película aspira a ser pirámide, megalito o fresco rupestre de dimensiones épicas, ¿cómo acercarse a ella? Preguntándose a qué responden esas aspiraciones, o hasta qué punto son exigencias de un guión escrito por un público fanático o delirios de grandeza de un cineasta adicto al más difícil todavía. Uno puede divertirse imaginando «El Hobbit» que habría dirigido Guillermo del Toro, que estuvo largo tiempo asociado al proyecto. Es casi seguro que él habría aportado una nueva visión a la novela de Tolkien que, allá por 1937, inventó la compleja, mineral mitología que animó a millones de seguidores a convertirse a una religión con elfos y orcos en lugar de santos y diablos.
Tan enamorado de los nuevos avances tecnológicos como Robert Zemeckis, Peter Jackson ha rodado «El Hobbit» en tres dimensiones y a 48 fotogramas por segundo, el doble de una película normal, con la intención de copiar la percepción que nuestro ojo tiene de la realidad. Este crítico tuvo la impresión de que el nítido hiperrealismo del tratamiento de la imagen no dista del logrado en «Avatar» o «El señor de los anillos», y que el anuncio tiene más de operación de marketing para tecnófobos y pretexto exculpatorio que de auténtica investigación sobre los límites inmersivos y miméticos del cine digital.
Dicho esto, habría que recordar que estamos ante un filme impecable, minucioso, pulido hasta el delirio, pero, ¿quién iba a decir que en el director de «Mal gusto» había un académico en potencia? Jackson se ha obsesionado tanto en satisfacer a los fans integristas de Tolkien y de su propia trilogía de «El señor de los anillos» que se ha olvidado de inyectarle algo de vida al conjunto. La pandilla de enanos que reclutan al hobbit Bilbo (Martin Freeman, afortunadamente cotidiano) para recuperar su reino bañado en oro, ahora en manos de un avaricioso dragón, funciona como masa sin entidad dramática; la escena de su presentación en pantalla es larga como un día sin trasgos; y la visita al país de los elfos parece aprovechada de «La comunidad del anillo». Paradójicamente, la mejor secuencia de «El Hobbit» procede del gran hallazgo de «Las dos torres», el bipolar Gollum. El pulso de acertijos y adivinanzas que celebra con Bilbo demuestra que Jackson sólo necesita dos actores excelentes –aunque uno sea, en parte, un rotundo efecto especial– para meterse al público en el bolsillo.
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