Restringido

El «Big Bang», una olla a presión

Un equipo de cosmólogos ha obtenido la «huella dactilar» más antigua nunca antes recabada para analizar cómo era el universo en su origen

El «Big Bang», una olla a presión
El «Big Bang», una olla a presiónlarazon

En ocasiones, los cosmólogos trabajan como si fueran detectives de «C.S.I.» Vuelven una y otra vez al escenario de los hechos; recaban hasta la menor pieza de información que a ojos de cualquier profano pudiera parecer banal; tiran del hilo de los acontecimientos para reconstruir el pasado. En cierto modo, los cosmólogos y los detectives tienen una facultad casi sobrenatural de videncia: no pueden observar el futuro, pero son capaces de «ver» los acontecimientos ya ocurridos, aunque esos acontecimientos tuvieran lugar, por ejemplo, hace 13.800 millones de años.

Para entender cómo nació el universo, la cosmología trata de obtener restos depositados en el cosmos en los tiempos más remotos que podamos imaginar. Ahora, un equipo de astrónomos del Lawrence Berkeley National Laboratory de Estados Unidos ha obtenido la «huella dactilar» más antigua nunca antes recabada, un rastro de cómo eran el espacio y el tiempo sólo 100.000 años después del Big Bang, del origen de todo.

El universo a ebullición

Para ello han estudiado lo que la ciencia conoce como Radiación de Fondo de Microondas. Esta radiación es el eco proveniente de la gran explosión con la que se cree que nació el universo hace cerca de 14.000 millones de años y es fundamental para escribir la historia de cómo ocurrieron las cosas en esa noche remota donde empezaron a existir el espacio y el tiempo.

En sus albores, el universo era una especie de sopa, un plasma cuyos ingredientes eran electrones, protones, neutrones y fotones desordenados en un ambiente extremadamente caliente. La energía contenida en ese plasma era tan alta que las partículas no podían unirse entre sí para formar átomos. Imaginen una olla a presión llena de agua en la que echamos unos granos de arroz.

Al hervir, el agua mueve los granos que chocan unos con otros sin llegar a estar juntos un solo segundo. Si enfriamos el agua, los granos pueden bajar al fondo, agruparse y, quizá, formar juntos alguna figura al azar. Hace 14.000 millones de años, el cosmos era como esa olla. Pero con el tiempo, al expandirse, se fue enfriando y las partículas elementales (los granos de arroz de nuestra historia) pudieron empezar a agruparse formando átomos.

Así comenzó todo. Desde el primer estallido del cosmos (el Big Bang), que produjo un desordenado plasma de partículas, hubieron de pasar casi 400.000 años para que esas partículas encontraran el ambiente propicio para formar átomos de materia. Miles de millones de años después, los átomos formaron estructuras cada vez más complejas, gránulos, nubes, gases, luego protoestrellas, estrellas, galaxias, planetas, bacterias, animales, lechugas, lectores de LA RAZÓN...

Cuando el resto de partículas empezó a agruparse, los fotones quedaron libres para viajar autónomamente por el espacio. Ellos son la luz que iluminó el momento en el que nació el cosmos y, libre de ataduras, esa luz ha llegado hasta nuestros días, cuando potentes instrumentos de observación pueden detectarla. De alguna manera, esa luz, esa Radiación de Fondo de Microondas, es el ruido que ha hecho el universo al expandirse y está cargada de información.

Imaginemos de nuevo. Un hombre se sube a una montaña y grita, el sonido de su poderosa voz viaja por el valle hasta un pueblo cercano donde un paisano con un micrófono muy poderoso puede llegar a reproducirlo y reconocerlo: «No cabe duda, es mi tío Manuel». Un familiar con muy buen oído podría incluso averiguar, sólo escuchando la grabación, si Manuel ha gritado tapándose la boca con la mano o si está algo resfriado. Del mismo modo, los cosmólogos estudian la Radiación de Fondo de Microondas en busca de pequeñas perturbaciones que indiquen cómo era el universo cuando se originó.

Conocimiento cósmico

Todo lo que hoy creemos saber del nacimiento y la evolución del cosmos se basa fundamentalmente en la existencia de ese eco y de los datos que los científicos son capaces de obtener estudiándolo. El problema es que existe un lapso de tiempo demasiado grande (desde que el cosmos tenía apenas unos segundos de vida hasta que celebró su aniversario 380.000) del que conocemos muy poco. Sabemos que pasó de ser un espacio pequeño muy caliente y desordenado, sin materia organizada, a un espacio cada vez más grande, más frío y más poblado de átomos.

El nuevo experimento de Berkeley ha consistido en volver a mirar por enésima vez los registros que poseen los astrónomos de la Radiación de Fondo, como un arqueólogo mira una y otra vez el papiro rescatado del vientre de una pirámide hasta encontrar una variación hasta ahora nunca vista, una anomalía que da información de un tiempo del que hasta hoy no teníamos información: entre 100.000 y 400.000 años después del Big Bang. Es el registro más antiguo jamás obtenido de la historia del universo, y de su estudio futuro, sin duda, se desprenderán conocimientos impensables sobre cómo nació todo, del mismo modo que del hallazgo de la tumba de Tutankamón se derivaron increíbles datos sobre la verdadera vida de los faraones.

Nos acercamos cada vez más a la hora cero, el día en el que la nada explotó para crear el cosmos. Sólo entonces podremos preguntarnos: ¿qué pasó antes de ese día?