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La milicia más heterodoxa
Israel impulsa un proceso de normalización e integración de los «haredim» en el Ejército
Israel impulsa un proceso de normalización e integración de los «haredim» en el Ejército
El servicio militar obligatorio en Israel es un pilar de la sociedad, aunque hace ya años que ha ido aumentando la cantidad de jóvenes que, a pesar de la obligación formal que les impone la ley, logran esquivar su reclutamiento. Hay un sector dentro de la población judía que durante décadas ha visto la negativa a enrolarse como un principio de su forma de vida. Se trata de los «haredim», término con el que en Israel se hace referencia al ultraortodoxo. Su argumento es que la prioridad de su existencia es el estudio la Torá. No se puede generalizar, siempre hubo quienes sí se enrolaron (por ejemplo, el movimiento Jabad), pero como sector, en bloque, la diferencia entre este colectivo y el resto de la sociedad ha sido clara y contundente.
Al contencioso del servicio militar, se sumaron otros dos puntos de fricción con la comunidad: el hecho de que en las instituciones de estudio ultraortodoxas casi no se impartan las materias generales básicas comunes y que muchos hombres en edad de trabajar no lo hagan, sino que vivan de subvenciones porque se dedican a estudiar las Sagradas Escrituras.
En los últimos años, el colectivo «haredi» y la propia sociedad israelí han experimentado cierta evolución. En lo que al servicio militar se refiere, se han creado puestos especiales para jóvenes soldados ultraortodoxos en un batallón de combate llamado «Najal Haredi» y en oficinas militares. De este modo, en los últimos cinco años unos 1.500 «haredim» entraron en el Ejército. Es cierto que no se puede comparar su servicio con el del joven israelí común que ingresa con 18 años, porque suelen entrar cuando ya están casados y a vecescon hijos ( por lo que hay que pagarles más) y hacen un servicio militar mucho más corto. Al menos ha comenzado un cambio lento y gradual, pero un cambio.
En estos momentos, el Gobierno está elaborando una ley para regularizar el asunto. Queda mucho, pero se ha dado un paso clave al aprobarse el proyecto de la que se llamará «Ley de Defensa». Según el nuevo texto, un 65% de los jóvenes ultraortodoxos deberá prestar servicio militar o civil a partir de 2017 o sufrirá las consecuencias legales de ser declarado «desertor».
La iniciativa se ha topado con la oposición de los partidos religiosos que alegan que se intenta imponer por la fuerza un cambio en su forma de vida. Yaakov Litzman, diputado del partido ultraortodoxo Iahadut Hatorá, habló de «una desgracia y una vergüenza para el Estado de Israel» y dijo del primer ministro Netanyahu que «se hundirá en la infamia por prestar apoyo a los fiscales de la Torá».
Pero, ¿cómo viven estos particulares militares la experiencia? Soldados «haredim» comentaron a LA RAZÓN que no han tenido ningún problema serio más allá de algunos casos aislados de niños que les insultaron por verlos de uniforme. Los datos, sin embargo, retratan otra realidad. El Parlamento israelí recibió informes sobre hostigamiento y ataques a estos jóvenes por parte de extremistas radicales. En esas denuncias se refieren problemas en las sinagogas y en los institutos en los que cursan estudios los hijos de los militares. Hay lecturas más optimistas. Dentro de este colectivo se sostiene que todo está cambiando y que el número de jóvenes que opta por enrolarse y recibe apoyo de su entorno, es cada vez mayor.
Al repasar los problemas o tensiones suscitados por los «haredim» en el estamento castrense, es de justicia recordar que no sólo existen los reparos y limitaciones entre los propios ultraortodoxos, sino también dentro de las fuerzas de defensa de Israel. En este sentido, el ex Rabino Supremo de Tzáhal, Cnel. (re) Rab. Avichai Ronetzky, abordó el asunto recientemente en un congreso en el que repaso las peculiaridades y situaciones particulares de los procesos de reclutamiento en las fuerzas armadas. Explicó que queda mucho para alcanzar la plena normalización e integración, que se requieren profundas modificaciones, ya que, por ejemplo, estos soldados no comparten en actividades con mujeres, necesitan comida «kasher» que puedan ingerir y no participarán en ejercicios durante el día de descanso religioso «shabat», entre otras limitaciones.
Los esfuerzos para alcanzar esa situación de normalización implican a todas las partes. No sólo a los reclutas, también al Ejercito. Las autoridades castrenses están buscando la forma de adaptarse. El progreso, aunque lento y muy gradual, es una realidad y existen protagonistas que lo atestiguan. Yaakov Libman, de 30 años, casado y padre de dos hijos, residente en la localidad de Betar Ilit, sirve en la unidad de Telecomunicaciones de las Fuerzas de Defensa de Israel como productor de multimedia, diseño y edición de vídeo y gráficos, algo que aprendió en el Ejército y que le podrá servir luego en la vida civil. En la celebración militar por el Día de la Independencia de Israel, fue uno de los soldados sobresalientes recibidos por el presidente del Estado.
Su sueldo básico, como todo soldado regular, es de 347 shekel (algo menos de 100 dólares) por mes, pero a ello se agregan casi 4.000 shekel por el hecho que está casado y tiene dos hijos y algo más de ayuda al alquiler de su vivienda. En total recibe unos 4.900 shekel mensuales.
Yaakov estudió unos años en una yeshiva y desde que decidió enrolarse hasta que integró de forma activa en las fuerzas armadas, trabajó en una agencia de publicidad del sector haredi.
Cuenta que decidió enrolarse «porque creo que para todo ciudadano debe ser una obligación hacer el servicio militar». «Yo postergué mi enrolamiento varios años. A los 27-28 años quise ingresar, pero hubo algunos problemas porque el Ejército no me aceptaba con esa edad. Luché por mi derecho a servir en la milicia en la milicia y gané, lo cual me alegra y espero que sea ejemplo para otros en la comunidad haredí. Mi caso, como el de otros, demuestra que se puede hacer el servicio militar y al mismo tiempo mantener la forma de vida religiosa».
Yaakov Libman es un ejemplo de que la concordia y la integración son posibles, sin caer en actitudes de rebeldía ni de enfrentamiento. Pese a todo, el final está aún lejos y habrá, sin duda, no pocas batallas por delante. La gran pregunta es si se abordará el desafío con la sabiduría precisa, si se hará de la necesidad virtud y se maniobrará entre la obligación de la igualdad y la voluntad de no generar antagonistos y fricciones innecesarias.
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