Religion
Pasar la prueba
Textos de oración ofrecidos por Christian Díaz Yepes, sacerdote de la archidiócesis de Madrid
Lectio divina para este domingo XXI del tiempo ordinario
«Dios es más grande que nuestro corazón» (1Jn 3, 20). Así se podría resumir el mensaje de este pasaje del Evangelio que hoy leemos. Este nos enseña tanto sobre lo que Dios valora, como también sobre la necesidad que tienen nuestros corazones de crecer:
«En aquel tiempo, Jesús, de camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y aldeas enseñando. Uno le preguntó: “Señor, ¿serán pocos los que se salven?” Jesús les dijo: Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta, diciendo: “Señor, ábrenos”; y él os replicará: “No sé quiénes sois”. Entonces comenzaréis a decir: “Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas”. Pero él os replicará: “No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados”. Entonces será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros os veáis echados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos”. » (Lucas 13, 22-30).
No bastan unas pocas obras. No basta ni siquiera decir que somos de Cristo para pasar la prueba. La pertenencia a él no es cosa de palabras, ni de unas cuantas acciones buenas, sino de comunión con su amor. Por eso es necesario que nos dejemos conocer por él y actuemos en consecuencia. El trato asiduo de la oración y el cargar con su cruz nos hacen ser conocidos y re-conocidos por el Señor. Solo así podemos entrar por la puerta de su salvación. Esta realización de nuestro propio ser, no cerrado en sí mismo, se refleja también en una mirada de amor hacia quienes están a nuestro lado. El camino ancho es cerrarnos en nuestro metro cuadrado de tierra, es decir, quedarnos en nuestros propios problemas, gustos y pareceres. Paradójicamente, el camino angosto es ir más allá de ellos ensanchando nuestro corazón para acoger la fuerza divina y a todos los hermanos. Así, perdiendo se encuentra; ofreciéndonos, recibimos.
A la luz de este evangelio, es necesario preguntarse cuáles son las estrecheces de corazón que tengo que superar, cómo me abriré a la comunión con Dios. ¿Estoy entrando por la puerta estrecha del amor sacrificado, generoso y sostenido en la fe? Cuánta falta hace este anuncio en nuestro mundo de comodidades y búsquedas autosuficientes. Cuánto necesitamos volver al núcleo del evangelio, que es Cristo que en su resurrección nos muestra las heridas de su cruz como medida del amor que vence el mal y el sinsentido.
Toma un momento de recogimiento exterior e interior para ofrecer a Dios tu pequeño corazón. Así te irás abriendo a su comunión de amor y bondad. A partir de ella, disponte a tomar parte en su obra. Preséntale tus talentos y capacidades, también tus pobrezas y aquello en lo que aún necesitas crecer. Tu decir y tu hacer entonces cobrarán un nuevo sentido, brotando de la fuente más auténtica. Medita sobre el fragmento del mundo en que Dios te ha puesto y que necesita de ti. Contempla entonces cómo se va dilatando por el amor comprometido y valiente que nace en tu alma. Mira cada ámbito de la vida de las personas. Contempla a cada una como un regalo y una oportunidad para hacer crecer la obra divina de la que también hoy tú formas parte. Haciéndote el último, Dios te sorprenderá dándote el mejor lugar, el que realmente mereces.
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