Religion

Un solo Señor

Textos de oración ofrecidos por Christian Díaz Yepes, sacerdote de la archidiócesis de Madrid

Grabado de la parábola del administrador injusto, por Jan Luyken
Grabado de la parábola del administrador injusto, por Jan LuykenPhillip Medhurst - Photo by Harry Kossuth

Lectio divina para este domingo XXV del tiempo ordinario

La Palabra de este domingo es clara: Dios es uno solo, y por eso no podemos desvirtuar su adoración yéndonos detrás de los ídolos materiales. Jesús pone especial atención al uso del dinero, que si no es bien empleado puede perder al hombre en las trampas de la avaricia, la corrupción y la infidelidad. Leamos y meditemos:

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Un hombre rico tenía un administrador, y le llegó la denuncia de que derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: “¿Qué es eso que me cuentan de ti? Entrégame el balance de tu gestión, porque quedas despedido. “El administrador se puso a echar sus cálculos: “¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa. “Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero: “¿Cuánto debes a mi amo?” Este respondió: “Cien barriles de aceite.”Él le dijo: “Aquí está tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta. Luego dijo a otro: “Y tú, ¿cuánto debes?”. Él contestó: “Cien fanegas de trigo”. Le dijo: “Aquí está tu recibo, escribe ochenta”. Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz. Y yo os digo: ganaos amigos con el dinero injusto, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas. El que es de fiar en lo menudo también en lo importante es de fiar; el que no es honrado en lo menudo tampoco en lo importante es honrado. Si no fuisteis de fiar en el injusto dinero, ¿quién os confiará lo que vale de veras? Si no fuisteis de fiar en lo ajeno, ¿lo vuestro quién os lo dará? Ningún siervo puede servir a dos amos, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero” (Lucas 16, 1-13)

No se puede servir a dos señores al mismo tiempo. Uno solo es el fin de nuestra vida: Dios. El otro, el dinero, es un medio que tenemos que relativizar y poner en función del premio futuro para no convertirlo en ídolo. El amo de la parábola alaba la habilidad del administrador que supo renunciar a la comisión que le correspondía de los bienes para hacerse amigos que le recibieran más adelante. Así nosotros tenemos que aprender a posponer los bienes de este mundo en función del premio definitivo que esperamos alcanzar. Pero hemos de saber que el mayor bien que podemos ofrecer y poner a circular es la caridad hacia quien nos necesita. Por tanto, considera cuántos de tus bienes y talentos estás ofreciendo a otros. ¿Compartes y ofreces de lo tuyo o vives una existencia cerrada en ti mismo?

La Palabra de hoy nos enseña a hacer un buen uso de la inteligencia y el manejo de lo que corre por nuestras manos. Todo lo que Dios nos encomienda en la vida es para ponerlo en función del amor a Él y a los hermanos. Si no hacemos así, ¿Dé qué nos sirven los bienes que manejamos? Recordemos: no somos dueños de nada, solo administradores por un tiempo. Preguntémonos, por tanto, si estamos empleando nuestros bienes con sentido de justicia y de trascendencia o nos apegamos superficialmente a ellos.

Pero el amor es mucho más puro que la sagacidad de este administrador. Es creatividad y desinterés, da de balde y se ofrece sin esperar recompensa. En cambio, el mundo que da la espalda a Dios nos dice que tener es poder y que eso nos hace ser. Pero fácilmente comprobamos que la paz, la felicidad y la plenitud del alma no están en llenarnos de cosas externas ni manejar todo a nuestro antojo. Más bien, alcanzamos los grandes anhelos mientras más nos donamos, cuando ofrecemos lo mejor de nosotros mismos. Por tanto, ante la mentira mundana, nuestra conciencia se alza y nos dice: Mientras más doy, más soy; mientras más ofrezco, más crezco. No nos quedemos, entonces, haciendo cálculos transitorios. Pongamos toda nuestra capacidad e interés en perspectiva de eternidad, donde nos espera, en definitiva, el tesoro inagotable.