Religion
Gracias
Textos de oración ofrecidos por Christian Díaz Yepes, sacerdote de la archidiócesis de Madrid
Lectio divina para este domingo XXVIII del tiempo ordinario
“Gracias” es una palabra que muchos pueden decir por cortesía o mero formalismo, pero que encierra en sí una realidad profunda y transformadora. Efectivamente, quien abre los ojos a lo sobrenatural puede descubrir que “todo es gracia”, y preguntarse maravillado “¿qué tengo que no haya recibido?”, como san Pablo decía a los nuevos creyentes (1ªCorintios 4, 7). Todo nos viene de parte de Dios, que actúa también a través del amor y el esfuerzo de quienes comparten su vida con nosotros. Leamos con atención:
«En aquel tiempo, yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en una ciudad, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”. Al verlos, Jesús les dijo: “Id a presentaros a los sacerdotes”. Y, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Este era un samaritano. Jesús tomó la palabra y dijo: “¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?”. Y le dijo: “Levántate, vete; tu fe te ha salvado”» (Lucas 17, 11-19).
La parábola de este domingo habla por sí sola. Ante un don tan grande como el ser sanados de la lepra y ser reincorporados a la propia sociedad, de estos diez hombres solo uno vuelve para agradecer al que les había curado. ¿En qué estarían pensando los otros nueve? ¿En que se lo merecían porque sí o que lo recibido no comportaba ningún valor? Lamentablemente, esta actitud de descuido y poco aprecio abunda mucho más de lo que pensamos, y no solo en los demás, sino comenzando en nosotros mismos. Pensemos, por ejemplo, cuántas veces al día nos detenemos para valorar y agradecer por lo que somos, tenemos y hacemos. Consideremos si la gratitud a Dios y a los demás forma parte de nuestra actitud de vida o es algo que poco practicamos.
La primera lectura de hoy nos pone el ejemplo de Naamán, un pagano del antiguo testamento que, luego de recibir la sanación de Dios, pide llevar consigo un poco de tierra del lugar santo para seguir ofreciéndole culto. En el evangelio, el samaritano sanado es el único que recibe también la salvación por parte de Jesús. Así nos muestran las lecturas que el mejor tributo que podemos ofrecer en correspondencia a las maravillas que recibimos de Dios es ofrecerle nuestra adoración, que como cristianos experimentamos en la acción de gracias por excelencia, la Eucaristía. De ella no pudiéramos participar si no fuera por su pura misericordia, que se ha despojado de todo para venir a rescatarnos de nuestras miserias más hondas y hacernos capaces de entrar en comunión de amor con Dios. ¿Acaso seremos de los desagradecidos que reciben este don sin más, sin reparar en la maravilla que significa y la gratitud que implica de nuestra parte?
Aunque los términos “sanación” y “salvación” en su origen latino se expresan con la misma palabra “salus - salutis”, no es lo mismo ser sanado que ser salvado. Podemos recibir los dones de Dios, por ejemplo una curación física o un milagro, sin que por ello correspondamos con nuestra adhesión y seguimiento a Él. Fue lo que ocurrió con los nueve leprosos curados que no volvieron donde Jesús. Ellos recibieron un milagro puntual en su vida temporal. En cambio, la actitud del leproso agradecido, además de la sanación física, le alcanza la salvación de toda su persona. Esto nos muestra que lo que Dios se propone al invitarnos a agradecerle no es ser adulado ni ponernos por debajo, sino elevarnos hasta un diálogo con Él que nos abre a la eternidad. No nos quedemos, por tanto, a mitad del camino.
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