Restringido
Carlos Osoro: «Estaré a pie de obra, incluso con los que están al margen de la Iglesia»
Carlos Osoro. Arzobispo electo de Madrid. «Si respondemos a lo que Dios nos pide, algo de lío se armará seguro. Merece la pena», dice sobre los desafíos de Francisco
No tiene prisa. Al menos esa es la sensación que transmite Don Carlos Osoro. Ni en su día a día, donde no duda en pararse a hablar con quien le pide unos minutos a las puertas de una parroquia. Tampoco cuando el padre Ángel descuelga desde Irak el teléfono sin previo aviso para pedirle que ayude a buscar medios para reconstruir una diócesis castigada por la guerra. Ni siquiera en estos días de revuelo tras conocerse cuál será su próximo destino. Con esta impronta atiende a LA RAZÓN. Así llega a también a Madrid.
–Cuando el Papa le saludó durante la vista «ad limina» de los obispos españoles el pasado invierno, le llamó «el peregrino», porque tenía constancia de que conocía palmo a palmo la archidiócesis de Valencia. ¿Llega dispuesto a patearse Madrid?
–Es lo que tiene que hacer un pastor, conocer las personas y las realidades tanto de los que quieren a la Iglesia y se sienten miembros vivos de la misma, como de aquellos que, por los motivos que sean, o no han conocido al Señor o aún conociéndolo, están al margen de lo que la Iglesia celebra, vive, cree y manifiesta. Yo quiero estar ahí y conocer, y eso supone estar a pie de obra, como dirían los antiguos.
–Entonces, ¿nos le encontraremos caminando por las calles de Madrid como ocurre en Valencia?
–Naturalmente. En la calle voy a estar, aunque no sé si de la misma manera por las distancias, pero es mi propósito.
–Menciona a los alejados, a quienes están en las «periferias» de Francisco. ¿Cómo hacer para que un divorciado vuelto a casar o alguien que ha sufrido una herida por la Iglesia no se sientan, fuera del mensaje de la Iglesia?
–Por una parte, siendo rectos y sinceros, no maquillando a Dios. Hay que contarles quién es el Dios cristiano y eso nos lo muestra nuestro Señor Jesucristo. Para presentárselo a los demás nos tiene que empujar el amor del Señor, que hace maravillas, que tiene capacidad para cambiar el corazón del otro, para redescubrir en todo ser humano esa necesidad de un amor más grande cuya fuente no es uno mismo, sino en otra fuente, que es el mismo Jesucristo. Esto que planteo no es fácil, pero tampoco no se puede anunciar el Evangelio con un proselitismo a ultranza, sino buscando generar una capacidad de atracción para hacer que los demás se acerquen a ti, aunque seas un obispo.
–¿Esa es la fórmula para «hacer lío» como pide el Papa?
–Si respondemos a los que Dios nos pide, algo de lío se armará seguro. Se trata de un lío que merece la pena para todos, tanto para el que intenta generarlo como para aquel que se acaba metiendo en él.
–No se trata de un proyecto fácil de materializar, al menos en un país en crisis, con una situación política convulsa...
–Es difícil. Todos tenemos que pronunciar, como hizo la Virgen, con un «aquí estoy», dispuestos a poner por encima de todo aquello que crea encuentro, que no suponga un descarte o echar a alguien. Esta actitud crea una capacidad para generar relación y hacer que de aquello que yo tengo y dispongo puedan participar los demás, no tener un tesoro sólo para mí mismo. Esta fraternidad se ejerce dando lo que uno es y lo que uno es, poniendo nuestra vida a disposición de todos.
–Ya tiene sus etiquetas: un moderado llega a Madrid, trae la primavera de Francisco... ¿No le genera miedo o temor estas expectativas o que incluso suponga contraponerle al cardenal Rouco Varela a quien sucede?
–No me gustaría que me contrapongan nunca contra nadie. ¿Quién va a Madrid? Va Carlos Osoro, que tiene una historia personal, unas realidades concretas que vivido, que son evidentes porque son conocidas: desde que inicié mi ministerio sacerdotal en mi diócesis de origen que es Santander en la parroquia de Torrelavega, los veinte años de vicario general, los cinco años de obispo de Orense, los siete años de arzobispo de Oviedo y los casi seis años que llevo en Valencia. Ése es el que llega: no sé si es primavera, verano, otoño o invierno. Lo que intento es ser yo en cada momento y dar esa respuesta incondicional de hacer llegar el amor incondicional de Dios a través de mi vida a quienes me encuentro por el camino. Ése es mi gran empeño y la decisión de mi vida. No merece la pena haber prestado mi vida para que el Señor se hiciera presente a través de mí, si no es precisamente para que llegue a todos la alegría del Evangelio.
–Repasa su historia personal. ¿Qué queda de aquel profesor de La Salle?
—Sigue quedando mucho, porque veo un aula y siento que tengo que entrar rápidamente. Me gusta mucho educar, es algo que nace en ti y siempre está presente. Sobre todo, me gusta ser maestro al estilo de Nuestro Señor, que es capaz de hacer ver lo que uno ve a quienes tiene delante y de hacerles que vean incluso más de lo que tú ves.
–Arzobispo electo de Madrid y vicepresidente de la Conferencia Episcopal Española. ¿Cuáles son los retos más apremiantes por los que trabaja con Don Ricardo Blázquez y el resto de la Ejecutiva en Añastro?
–Lo que más preocupa es que la Iglesia sea lo que el Señor ha querido que sea, esa aproximación de una historia de amor para todos los hombres, sin distinción, esa capacidad que la Iglesia tiene y que en estos momentos se necesita mucho más de salir sin miedo para servir, esa aventura de los cristianos para mostrar que vale la pena dar la vida por Jesucristo y firmeza y decisión de apostar por hacer un mundo diferente que merece la pena, construyéndolo desde fundamentos verdaderos.
–¿Comprende la desafección y el malestar de los ciudadanos ante una crisis que parece que no desaparece y una corrupción política que no tiene fin?
–Naturalmente que está en mi pensamiento y mi oración toda la gente que sufre la crisis, pero el propio Señor ha ido más allá y nos dice, como ya dijo a los apóstoles: «Dadles vosotros de comer». Allí había unas cinco mil personas y apenas contaban cinco panes. Esa es la proporción con la que también solemos trabajar hoy cuando hacemos los cálculos desde nosotros mismos, pero hay una proporción que es la «desproporción» de Dios. Él es capaz de hacer cambiar la percepción de los hombres y hacer que esas cinco mil personas tengan panes y esa «desproporción» es la que tiene que seguir anunciando la Iglesia, con la capacidad de hacérselo ver a todos los que tienen la misión de construir el presente y el futuro de la humanidad. Esta humanidad hay que construirla, no desde esa proporción humana que nos llevará siempre a que haya algunos que tenga algo y otros nada. La «desproporción» de Dios hace posible que todos puedan participar de esa dignidad con la que Dios les ha hecho. Esa será la proclamación y el anuncio de la Iglesia, sin hacer guerras contra nadie pero diciendo la verdad de Nuestro Señor.
«No se me pasa por la imaginación ser cardenal. No tiene por qué ser así»
–Una de las expresiones «franciscanas» más populares habla de pastores que «huelan a ovejas». Usted que es pastor, ¿cómo huelen las ovejas cristianas del siglo XXI?
–Por supuesto, huelen a hombres y mujeres que llevan en sí mismos la imagen impresa de Dios, hombres y mujeres que regalan el amor de Dios, hombres y mujeres de puertas abiertas, que están junto a todos, que aunque tengan sus ideas y opiniones propias legítimas en cualquier ser humano, no viven el rechazo del otro porque piensen diferente. Son hombres y mujeres que saben que hay algo más importante que una idea: está la realidad ser precisamente diseño y expresión de Dios, y desde ahí son capaces de hacer visible y real ese Padrenuestro que salió de labios de Jesús y que nosotros tenemos que recordar permanentemente porque es el proyecto que tiene el Señor para esta humanidad: hacer una gran familia de los hijos de Dios.
–Conoce de cerca a Dios. Hábleme de Él.
–Yo le conozco como tú, en la medida en la que me acerco más a Jesucristo y voy amándole más y desentrañando su palabra. En esa medida, voy conociendo más a Dios. Es Alguien que ciertamente nos cambia el corazón, nos cambia la vida y nuestra escala de valores, nos hace descubrir lo que es imporante de lo secundario. El Dios cristiano no es un Dios de sacristías, está muy presente y debe estarlo en medio de la historia. Y ésa es una de las grandes dificultades que ha tenido la Iglesia: hacerle presente en medio del mundo para que veamos todos los hombres qué capacidad tiene de cambiarnos el corazón.
–En la Iglesia, como en otros ámbitos, siempre surge el debate del vaso medio lleno o medio vacío. ¿Ve las iglesias medio llenas o medio vacías?
–Siempre veo a la Iglesia llena, porque la obra de Dios siempre está llena. Otra cosa es que los seres humanos lo veamos con nuestros ojos, que a menudo tienen muchas dioptrías y no ven con nitidez. Siempre me consuela, cuando me pongo delante de la Virgen, la mirada que tuvo ella, siempre era una mirada llena a pesar de las dificultades.
–Ahora que el Papa parece estar a tiro de Ávila, ¿no habría que intentar que se dejara caer también por Madrid?
–Por lo que hay que tirar es porque el Papa haga lo que crea necesario que tiene que hacer.
–Ser arzobispo de Madrid le pone en el punto de mira para un birrete cardenalicio, al menos por tradición eclesial...
–No tiene por qué, ni se me pasa por la imaginación.
Bajo el amparo de la Virgen
En el palacio arzobispal. Allí leyó el pasado jueves Don Carlos su designación como arzobispo de Madrid. Fueron muchos los valencianos que quisieron acompañarle, ante la imagen de la Virgen de los Desamparados. «En mi escudo episcopal está incorporada la estrella de la Virgen, que representa advocaciones diversas en cada lugar donde he estado: la Bien Aparecida, la Santa Madre, Covandonga, los Desamparados, la Almudena... No ha habido una semana que no pasara por la Virgen de los Desamparados y sintiera que me amparase de verdad a mí y la de tantas situaciones y realidades complejas».
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