Restringido
Cómo escapar de la pena de muerte en Corea del Norte
Un dominico desvela a LA RAZÓN cómo es el éxodo de los católicos en el régimen de Kim Jong-un
Seúl ha recibido a Francisco con los brazos abiertos. Sin embargo, entre las miles de personas que se agolpan para ver a Francisco hay una gran ausencia. Son los católicos de Corea del Norte, quienes a pesar de vivir a escasos kilómetros de Seúl, tienen prohibida la salida del país. La Constitución de Corea del Norte afirma que cualquier ciudadano tiene el derecho y la libertad de practicar cualquier creencia religiosa siempre y cuando no la emplee para introducir fuerzas extranjeras al país y perturbar el orden social. Pero la realidad es bien distinta. Se estima que en el vecino del norte hay alrededor de 3.000 católicos pero ningún sacerdote, aunque no hay datos claros porque «cualquier muestra de religión está penada con la muerte», explica el padre Domingo, o Jo Soung Ha, como conocen sus feligreses a este sacerdote dominico. Vive en Seúl aunque su mente y su corazón se encuentran en la diócesis de Piongyan donde querría vivir para poder practicar el catolicismo.
El padre Domingo comenzó a interesarse por sus vecinos durante el seminario y desde que se ordenó, hace cuatro años, se ocupa del apostolado con los refugiados de Corea del Norte que consiguen pasar al Sur mientras se relajan las tensiones entre ambos países y se abre la frontera. Quiere estar bien formado para cuando llegue el momento de ir a Piongyang, por eso está estudiando un curso de Derecho norcoreano «para –según explica con esperanza– poder dedicarme en el futuro en exclusiva al apostolado allí».
La odisea de escapar
Su empeño por llevar el catolicismo a Corea del Norte le ha llevado a visitar en varias ocasiones, pero siempre de incógnito. «Tuve la oportunidad de ir a Corea del Norte con un grupo de turistas en un viaje organizado para visitar el monte Kumgang, que se encuentra cerca de la frontera oriental de Corea del Sur. Alguna vez, estos viajes turísticos sirvieron para que algunas familias pudieran reencontrarse desde que Corea se dividió. Sin embargo, pronto fueron prohibidos por Corea Norte», recuerda el sacerdote.
Según afirma, desde 1998 hasta 2005 unas 100 o 200 personas cruzaron la frontera para pasar al sur. Desde 2005 hasta 2010, el número aumentó a unas 2.000 personas al año, «aunque desde la llegada del nuevo gobierno se estima que consiguen pasar a Corea del Sur unas 1.500 personas al año», asegura. Aproximadamente unos 25.000 refugiados en total desde que se tienen datos.
Y es que conseguir salir de Corea del Norte es toda una odisea. Según relata el dominico sobre las experiencias que les han contado los refugiados, «por la misma frontera entre las dos Coreas apenas pasa nadie. El camino para escapar es por China. Esta ruta tiene la ventaja de que los habitantes de la región china que limita con Corea son antiguos coreanos». Otro factor que influye en la ruta que los norcoreanos eligen para escapar es que «el río que separa Corea del Norte y China por la parte oriental es más estrecho, menos profundo y por lo tanto más fácil de cruzar. Una vez en China, se pueden confundir con la población de la región de Manchuria». Aunque no es nada fácil llegar al otro lado porque la frontera está custodiada por numerosos soldados, por lo que es común que muchos pierdan la vida en el intento, así lo cuentan los refugiados con los que Domingo trata. Tanto es así que el dominico afirma que «si metes la mano hacia el fondo del rio encuentras cadáveres». Sin embargo, quienes consiguen alcanzar la otra orilla y llegar a China tan sólo han pasado la primera de una serie innumerable de pruebas, y todavía les queda un largo camino lleno de dificultades hasta alcanzar la tierra prometida de Corea del Sur.
«Hay varias rutas para alcanzarla, pero todas son largas, difíciles y peligrosas», relata el dominico. Los peligros más comunes son el probable arresto por la Policía local y el larguísimo y peligroso camino que hay que recorrer. Uno de los itinerarios es desde China por Mongolia, en el que se atraviesa un terreno desértico. Otros modos de llegar desde China son por Camboya, Laos, Vietnam o Tailandia. «Estas dos últimas opciones son las más frecuentes porque las embajadas de Corea del Sur en estos países dan el visado para entrar legalmente. Hay norcoreanos que se han asentado en China y ayudan a los que quieren escapar. Aunque la política de China es devolverles a Corea del Norte si son arrestados», explica el dominico.
Aprender a vivir
Para los afortunados que culminan su escapada al territorio del sur, el Gobierno del país les ofrece ayudas como alojamiento, educación y una paga de 5 millones de wones (que equivale a unos 3.600 euros) para que comiencen su vida, un dinero que habitualmente se va en saldar las deudas que han contraído en su escapada hacia el sur. Durante algunos meses el Gobierno continúa proporcionándoles una ayuda de unos 500.000 wones (360 euros) al mes, poco para el alto nivel de vida del país.
«Para adaptarse bien al modo de vida de Corea del Sur, los refugiados norcoreanos necesitan unos tres años», asegura el sacerdote. Y es que a pesar de las ayudas que reciben, el cambio de vida es radical. Pasan de no tener nada a poder tenerlo todo, de ahí que necesiten un tiempo de adaptación y, según explica el sacerdote, por eso «muchos refugiados tienen la sensación de estar en el exilio y eso les hace aún más difícil insertarse en la sociedad». Muchos pasan por centros de reinserción, donde se les enseña a vivir en una sociedad capitalista o se les trata por estrés postraumático producido por las dificultades que han tenido que sobrepasar para llegar hasta Seúl. La gran mayoría de los que escapan de Corea del Norte son mujeres, porque los hombres deben hacer un servicio militar obligatorio de 13 años.
Otras de las dificultades que encuentran es que a pesar de ser coreanos y hablar la misma lengua, «el coreano del sur está muy influenciado por el inglés, idioma que los refugiados no comprenden. También les es muy difícil adaptarse al uso de tarjetas».
Cuando el dictador es tu «dios»
Lo que hace más difícil la integración en Corea del Sur de quienes escapan de la dictadura del Norte es la soledad. «La separación de sus familiares hace que sea más complicado que se adapten. Además, quienes se quedan son considerados familiares de un desertor», asegura Domingo. La evangelización comienza enseñándoles a tener una vida «normal». Son pocos los norcoreanos que han escuchado hablar del Evangelio, «en torno al 10%», afirma el padre. «Su ''dios'' es Kim Il Sung, el abuelo del actual presidente, fundador de Corea del Norte. La inmensa mayoría de los norcoreanos son ateos y no tienen interés en la religión», explica. Las conversiones al catolicismo entre los refugiados norcoreanos son relativamente escasas, pero él se conforma con que conozca al menos la existencia de un Dios del amor.
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