Catolicismo
¡Cracovia nos espera!
El pasado sábado, 16 de julio, despedí a cerca de 2.000 jóvenes, que representan a los miles que de Madrid estarán en Cracovia. Van de maneras diferentes, con distintos recorridos y modos de transporte, para unirse a más de un millón de jóvenes del mundo que esperan en esa ciudad llena de recuerdos para vivir la 21ª Jornada Mundial de la Juventud. ¡Cracovia los espera! Pero los espera para que se encuentren con el Señor, con su amor; para que tengan la experiencia de su misericordia y se la devuelvan a los hombres. Es la ciudad de san Juan Pablo II. De allí salió para Roma al cónclave que lo eligió sucesor de Pedro. Es la ciudad de santa Faustina Kowalska, a quien él mismo canonizó en el año 2000, instituyendo la fiesta de la Divina Misericordia.
Los jóvenes van a una peregrinación para encontrarse con el sucesor de Pedro, el Papa Francisco. No van por su cuenta. Los envié a Cracovia con las mismas palabras con las que Dios envió a Abrahán: «Sal de tu tierra, de tu patria, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré (...), te bendeciré (...) y en ti serán benditas todas las familias de la tierra». Les transmití tres ideas: «salid», «salid con la bendición de Dios», «salid para bendecir».
Vamos a vivir una cita importante con el sucesor de Pedro, el Papa Francisco. Resonarán en su boca las palabras que el Papa San Juan Pablo II dijo en 1978: «No tengáis miedo, ¡abrid las puertas a Cristo!». Pero el Papa Francisco nos las dice con esas palabras que empleó en su toma de posesión: «No tengáis miedo a la ternura». Entonces nos invitó a custodiarnos unos a otros con ternura. Hay que custodiar la creación, es decir, tener respeto por todas las criaturas de Dios y por el entorno en el que vivimos; custodiar a la gente, preocuparse y ocuparse de todos con amor, especialmente de los niños y ancianos, de los más frágiles; preocuparse y custodiarse uno a otro en la familia, en la confianza, en el respeto y en el bien. ¡Qué responsabilidad! ¡Qué gracia! En el fondo todo está confiado a la custodia del hombre. De ahí el interés que tiene el lema de la JMJ 2016: «Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia». Llevemos a todos, y a todo, la misericordia que es la viga maestra que sostiene a la Iglesia en su misión.
También me gustaría compartir algunos descubrimientos en esta JMJ y, con ellos, algunas ayudas que seguramente recibiremos del Papa. En primer lugar, vamos a descubrir lo que es esencial para vivir: la desertización espiritual elimina la alegría, somete al ser humano a tener una experiencia de desierto, de vacío del valor esencial para vivir. Todo ello trae una inmensa sed manifestada de formas muy diferentes. En este encuentro, estoy seguro de que Francisco nos va ayudar a ser personas-cántaros, es decir, personas que estamos llamadas a dar de beber a los demás.
En segundo lugar, hay que mantener con fuerza la convicción de los derechos humanos en la construcción de esta historia: ¡qué maravilla volcarnos en esa misericordia de Dios que reconoce que todo ser humano es imagen y semejanza suya! Un ser humano es siempre sagrado e inviolable en cualquier situación y cada etapa de su desarrollo; es un fin en sí mismo y nunca un medio para resolver cualquier situación.
Tercero. Hay que ser revolucionarios, ir a contracorriente: debemos revelarnos frente a una cultura de lo provisional que cree que somos incapaces de amar y ser felices desde el fondo de nuestro ser, haciendo felices a los demás. En un mundo donde todo aparece como relativo, donde se predica que lo importante es disfrutar el momento y no comprometerse con las personas y con opciones definitivas, hay que ser revolucionarios. Pero no de pandereta, sino entregando la misericordia, que es la manera de ser de Dios.
Cuarto. Vamos a ser artesanos del futuro y profetas de la bondad de Dios: hay que ser valientes para hacer cosas grandes y no caer en la mediocridad. En el corazón de un joven existen tres deseos innatos: belleza, bondad y verdad.
En quinto lugar, debemos ser testigos y defensores de la cultura de la vida. Y finalmente, es necesario vivir el tiempo de la misericordia. Tenemos que tratar con misericordia a todos, pues esta nueva época ha dejado muchos heridos y la Iglesia, como Jesucristo, tiene que salir a curar.
*Arzobispo de Madrid y vicepresidente de la Conferencia Episcopal
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