Actualidad

Tarragona

El sacerdote que combatió en el Ejército Republicano

«Si me matan, afortunado de mí», dijo Jerónimo Fábregas. Sufrió martirio por celebrar las Navidades y el año nuevo de 1939

La Razón
La RazónLa Razón

Dice el sentido común que lo que caracteriza al mártir es la paciencia, porque si ya hace falta resignación para morir –en la cama, de enfermedad, o en un accidente–, mucha más se requiere para ver que quien te quita la vida es un semejante, y encima tener arrestos para perdonarle o incluso pedirle perdón. Así las cosas, una de las cosas que muestran las vidas de los 522 mártires que ahora beatifica la Iglesia es que, salvo por ese punto del amor paciente –don recibido de Dios– es difícil encontrar forma de encasillarlos. Ni siquiera la manida, pero en realidad falsa condición de perdonar, supuestamente añadida a la real de morir por la fe, que muchos se sacan ahora de la manga: porque el que muere por Cristo, muere como Cristo perdonando, y no hace falta que lo exprese.

Si este del perdón es un argumento esgrimido de forma innecesaria por algunos eclesiásticos, la izquierda impenitente muestra un disgusto igualmente falso por que todos los mártires fueran «de un bando». Para contrarrestar ese falso argumento –pues los mártires son de Dios y se dejaron matar– la Iglesia se ha negado a beatificar a ningún mártir que, siquiera de deseo, formara parte del bando nacional en la Guerra Civil. Y para evitar banderías y dejar claro que no eran beligerantes, los llama mártires del siglo XX. Pero tampoco en esto los mártires se dejan encasillar, y la beatificación de Tarragona hace subir a los altares, por primera vez, a un mártir que sí tomó las armas... pero en el Ejército Republicano.

Jerónimo Fábregas Camí, de 28 años, era vicario de Vilabella (Tarragona). Ordenado en 1934, una de las cosas que hizo en Vilabella fue organizar la cabalgata de Reyes, que dura hasta hoy. Permaneció allí hasta el 22 de julio de 1936, celebrando el entierro de una monja para salir luego a esconderse. Estuvo en casa Boronat y luego en Barcelona, con unos hermanos. Allí hizo una labor intensa, conforme a estas palabras que escribió: «Los sacerdotes que no hemos sido martirizados tenemos que suplir ese acto intenso concentrado de amor a Jesucristo con una vida realmente apostólica, abnegada, toda de Cristo».

Cuando le llamaron al Ejército Republicano, se presentó declarando ser sacerdote. Fue destinado al frente del Ebro, en la 14ª Brigada de la 45ª división internacional, acantonada en una casa llamada Mas d'en Puig, de la familia Pahí-Salvadó, donde celebraba misa a diario y confesaba a muchos soldados y les daba la comunión, especialmente cuando entraban en combate. Cuando la familia le preguntaba si no tenía miedo, contestaba: «Yo siempre les diré la verdad, y si por ser sacerdote me matan, afortunado de mí». Un soldado describió por carta a su familia las celebraciones de Navidad y año nuevo de 1939. La carta cayó en manos de un comandante el 5 de enero y mandó detener a todos los «implicados» en el castillo de Vilafortuny. El día 13 de enero se los llevaron hacia Santa Coloma de Queralt. El 19 por la mañana lo mataron en Pla de Manlleu (Aiguamurcia, Alt Camp). Según un documento del ayuntamiento de Aiguamurcia (conservado en el legajo 1449, expediente 14, de la Causa General), además de Fábregas fue asesinado ese día otro soldado llamado Manuel Palau Blasi, quizá el que describió a su familia las celebraciones navideñas.

A veces hay quien supone en los mártires más juventud de la que en realidad tienen los que, de hecho, han sido beatificados. Los 522 de Tarragona tienen como edad media 44,1 años, y de hecho hacen subir la media del conjunto de los 1.523 beatos y santos de la Guerra Civil, que resulta ser 42,3 años.

El más joven de los que serán beatificados en Tarragona –ya que el más joven en absoluto es un oblato de María Inmaculada, de 16 años, que lo fue en 2011– es el carmelita de la antigua observancia José (Ángel María) Sánchez Rodríguez, asesinado con 18 años recién cumplidos frente a las tapias del cementerio de Carabanchel Bajo (Madrid), en la madrugada del 18 de agosto, junto con otros siete profesos y novicios del convento del Carmen de Onda (Castellón), que habían sido llevados a Atocha el 28 de julio, y al no poder seguir viaje hacia Segovia (que estaba en zona nacional), fueron llevados a un asilo de ancianos del Paseo de las Delicias, donde permanecieron hasta la medianoche del 17 de agosto, cuando un grupo de milicianos irrumpió en la sala donde dormían y les ordenó vestirse de inmediato, dejando todo equipaje en su sitio.

La mártir más anciana sí es una que lo será canónicamente a partir del 13 de octubre: la Sierva de María sor Aurora López González, de 86 años y medio (nació el 28 de mayo de 1850 en San Lorenzo de El Escorial), que comparte fecha de martirio –el 6 de diciembre– con otros 15 beatos entre los que se encuentran 11 de las 303 personas asesinadas ese día en Guadalajara como represalia por un bombardeo de los nacionales contra la capital alcarreña.

Junto con sor Aurora López González –era la más anciana de su instituto, con 62 años de vida religiosa– murieron y serán beatificadas otras tres Siervas de María: la madre Aurelia Arambarri Fuente, de 70 años, y las hermanas Daría Andiarena Sagaseta, de 57, y Augustina Pena Rodríguez, de 36. Vivían en la espaciosa casa con que desde 1911 contaba la congregación para que se retirasen en ella las hermanas mayores, prestando servicio de asistencia a los enfermos en dicha población. No fue hasta el 21 de noviembre de 1936, al llegar el frente al pueblo, cuando las hermanas fueron obligadas a dispersarse. A primeros de diciembre, se las trató de evacuar pero estas cuatro fueron reconocidas y, al no negar que eran religiosas, las mataron. La madre Arambarri ingresó en el instituto con 20 años en 1866, recibiendo el hábito de la fundadora, santa María Soledad Torres Acosta. Hizo la profesión temporal en 1887 y la perpetua en Puerto Rico en 1894. Fue superiora de varias comunidades en México, hasta que la revolución la expulsó en 1916. De 1929 a 1934 fue consejera provincial en Madrid. Su lema, en la calma y en la adversidad, era: «De Dios somos, no permitirá que nos pase nada malo».

*Autor del libro «Holocausto católico»