La renuncia de Benedicto XVI

El testamento vital de Benedicto XVI

El Santo Padre oficia su última Eucaristía pública en la que pide que no haya «divisiones eclesiales». «Volvamos a la oración», dijo ante los gritos de apoyo

EMOCIÓN Aplausos y lágrimas se sucedieron a lo largo de la misa del Miércoles de Ceniza, la última Eucaristía pública del Papa
EMOCIÓN Aplausos y lágrimas se sucedieron a lo largo de la misa del Miércoles de Ceniza, la última Eucaristía pública del Papalarazon

La basílica de San Pedro del Vaticano albergó ayer una de esas ceremonias que quienes han participado en ellas recuerdan toda la vida. La misa del Miércoles de Ceniza era la última Eucaristía pública presidida por el Papa después de que anunciase su renuncia el lunes.

La basílica de San Pedro del Vaticano albergó ayer una de esas ceremonias que quienes han participado en ellas recuerdan toda la vida. La misa del Miércoles de Ceniza era la última Eucaristía pública presidida por el Papa después de que anunciase su renuncia el lunes, por lo que la emoción y la expectación por estar cerca de Benedicto XVI en estos momentos finales de su pontificado eran máximas. Al final de la celebración, el cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado y fiel «mano derecha» del obispo de Roma durante sus ochos años en el solio pontificio, le dedicó unas palabras de homenaje que destaparon la espita de los sentimientos entre los presentes.

Después de que un emocionadísimo Bertone agradeciese al Papa su «luminoso ejemplo de sencillo y humilde trabajador en la viña del Señor», se desató un largo aplauso en la basílica con todos los asistentes en pie. La ovación, trufada de algunos gritos de «Viva el Papa», se prolongó durante varios minutos en medio de un ambiente sobrecogedor. Al final tuvo que ser el propio Benedicto XVI quien, con voz algo tímida, pidiera a los presentes que «volvieran a la oración». Muchos de los cardenales y obispos rompieron a llorar por la emoción. Tampoco el secretario personal del Papa, el arzobispo Georg Gänswein, pudo contener las lágrimas.

Agradecimiento

Benedicto XVI, en cambio, se mantuvo sereno, haciendo gala de esa sencillez que ha mostrado siempre. Cuando finalmente terminó la ceremonia, la basílica entera volvió a dedicar un aplauso cerrado de despedida al Pontífice, que ha tenido la valentía de ceder el timón de la barca de Pedro antes de que la muerte se lo arrebatase.

Al inicio de su homilía, que cierra su magisterio y fue, en cierta forma, un testamento de su fe, el obispo de Roma aprovechó el «particular momento» para dar las gracias «a todos» y pedir a los fieles un «recuerdo en la oración». Luego elevó una última súplica a toda la Iglesia, lamentando que se «desfigure» su rostro por las «divisiones en el cuerpo eclesial» y las «culpas contra la unidad». Por eso pidió una «más intensa y evidente comunión» que supere «individualismos y rivalidades». De esta manera la Iglesia ofrecerá una señal «humilde y preciosa» a quienes están «lejos de la fe» o son «indiferentes» a ella.

Consejos

En su última misa pública como Pontífice, Benedicto XVI dio dos consejos a los católicos. Al hablar de la Cuaresma, que comenzó ayer, recordó el trayecto de Cristo hacia el Calvario y dijo que el camino de los creyentes debe llevarles a «aprender cada día a salir cada vez más de nuestro egoísmo y de nuestra cerrazón, para dar espacio a Dios, que abre y transforma el corazón». El segundo consejo fue «no buscar la gloria», pues sólo así se ofrece un «testimonio incisivo» y se es consciente de que la «recompensa» de los justos es «Dios mismo».

El Papa pronunció unas palabras en su homilía que hicieron recordar la humildad y sinceridad consigo mismo manifestada al renunciar al solio pontificio: «También en nuestros días muchos se ''rasgan las vestiduras'' frente a escándalos e injusticias –naturalmente cometidos por otros–, pero pocos parecen disponibles a actuar sobre el propio corazón, sobre la propia consciencia y sobre las propias intenciones, dejando que el Señor transforme, renueve y convierta», afirmó.

Al acabar la ceremonia y después de que Benedicto XVI impusiese la cruz de ceniza a varios cardenales y frailes, Bertone dijo en su discurso de homenaje que el Papa «había sabido en todo momento realizar lo que es más importante: llevar a Dios a los hombres y los hombres a Dios».

El secretario de Estado recordó al Papa que el anuncio de que renunciaba a ser el sucesor de San Pedro había causado «sentimientos de gran conmoción y de profundo respeto no sólo en la Iglesia, sino también en todo el mundo».

Aunque reconoció el «velo de tristeza» que ha provocado su renuncia, el hombre al que por su cargo como Camarlengo corresponde la organización del cónclave aseguró que «todos hemos entendido» que el gesto del Papa se debe a su «amor profundo a Dios y a la Iglesia». Según Bertone, Benedicto XVI ha mostrado una «fe robusta y exigente», una «fuerza de la humildad y de la templanza» y un «gran valor» al no aceptar el pontificado como un cargo vitalicio.

«La Iglesia se renueva siempre, renace siempre», apostilló el secretario de Estado, recordando que al servirla hay que tener en cuenta que no se trata de una posesión de los hombres, sino de Dios.