Vaticano

En el corazón de la gente

Los carteles que dan la bienvenida al Papa comparten espacio con líderes revolucionarios como el Che Guevara
Los carteles que dan la bienvenida al Papa comparten espacio con líderes revolucionarios como el Che Guevaralarazon

Durante el Consistorio extraordinario del pasado mes de febrero, tras saludar al Papa antes del inicio de la sesión, éste me dijo: «Estoy pensando en una cosa: ir a Cuba». Mostré mi entusiasmo y le sugerí que incluyese la visita en el viaje que le iba a llevar a Ecuador, Bolivia y Paraguay. Se mostró perplejo, pues Cuba estaba lejos del itinerario previsto y por tanto sería un viaje demasiado largo. Sin embargo, agregó un «vamos a ver».

En la sesión del segundo día, por la tarde, me hizo señas para que me acercarse a su mesa y me dijo sonriendo: «Tomé la decisión de ir a Cuba y ya he puesto en marcha a monseñor Angelo Becciu. Cuba se añadirá a la visita a los Estados Unidos en septiembre». Yo le respondí: «Su Santidad, vuelvo a Cuba con gran alegría». Le di las gracias profundamente conmovido. Después de esas palabras, llenas de afecto pastoral a nuestra Iglesia, mi emoción fue mayor cuando le oí decir: «Es lo menos que puedo hacer por usted».

Tengo la suerte de ser el único arzobispo que ha recibido en el mismo lugar a tres Papas. En esa última tarde en el Consistorio pasaron por mi mente muchos recuerdos y pensamientos sobre estos tres Papas, hasta el punto de casi no poder seguir las intervenciones de mis hermanos cardenales. Recordé con sentimiento profundo y filial el viaje de Juan Pablo II, el Papa que se había levantado en el horizonte de mi vocación de vida, que me llevó a ser el primer obispo joven en Pinar del Río (1978) y luego, tres años más tarde, arzobispo de La Habana (1981). Por último, en el Consistorio de 1994, me otorgó el capelo cardenalicio.

Por razones económicas y sociales en los años noventa, el Papa no podía aceptar la invitación para visitar nuestro país. Varios años pasaron desde nuestra invitación. En 1998, cerca del final del milenio, con menos fuerzas de las que tenía en el momento, cuando le preguntamos, el Papa Wojtyla fue finalmente capaz de cumplir con su emotiva visita a Cuba, que ha sido un rayo de luz para la Iglesia en nuestro país y un hito en su historia y la de los cubanos. La frase que pronunció en su discurso de apertura, dirigido a Cuba y el mundo, se estaba refiriendo al aislamiento de nuestro país en el contexto del continente americano y del mundo, y su llamado a romper este aislamiento –«Que Cuba se abra con todo su magnífico potencial al mundo y el mundo se abra a Cuba»– tuvo un eco inmediato, eco que todavía se puede escuchar hoy y se incrementa en cada evento que parece confirmar la esperanza y la oración del Santo Padre, como sucedió el 17 de diciembre, cuando los presidentes de Cuba y Estados Unidos anunciaron el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre los dos países con la apertura de embajadas en sus respectivas capitales.

Así comenzó una nueva etapa en las relaciones diplomáticas entre los dos países, que se habían mantenido separados más de cincuenta años. En ese anuncio histórico, los dos presidentes agradecieron a Francisco su participación en el proceso, que había abierto nuevas formas de convivencia y diálogo. Detrás de ese acuerdo hay una clara convicción del Papa que le lleva a crear y promover el diálogo como algo indispensable para superar las tensiones y resolver conflictos.

El camino del diálogo entre las diferentes religiones, el diálogo de la Iglesia con otras denominaciones cristianas y el judaísmo, con diferentes etnias y culturas, con la modernidad, con las estructuras sociales y políticas, con el mundo, fue reforzado significativamente por Juan XIII con la convocatoria del Concilio Vaticano II. Esa propuesta de diálogo fue aceptada por el Papa Pablo VI, quien lo promovió admirablemente durante su pontificado. La mejor expresión de su figura es una frase corta, decisiva y emblemática: «El diálogo es el nuevo nombre del amor». El Pontífice ilustra con estas palabras cómo se deben relacionar los seres humanos entre ellos, así como el estilo que debe prevalecer en la Iglesia, entre los pueblos, en la sociedad y en cada cristiano en sus relaciones con el mundo.

Juan Pablo II se sumó a este camino del diálogo. Había vivido un diálogo difícil como obispo en su Polonia natal, que promovió incluso cuando parecía estéril y aparentemente imposible. Su guía y sus enseñanzas eran leales al espíritu fundamental del Concilio Vaticano II, en el que había participado. Los que hemos vivido todo esto de cerca encontramos en Benedicto XVI una clara continuidad con esta línea de relación entre la Iglesia y el mundo moderno en sus estructuras, en su política social y en el contexto de las ideas y conceptos del pensamiento actual subyacente. Este último fue el contexto en el que el Papa Benedicto XVI se expresó de manera brillante. Su contribución al estilo de diálogo de la Iglesia, sus contactos literarios y personales con la modernidad y la formulación de su pensamiento sobre el diálogo interreligioso en el campo social y político son un tesoro de valor incalculable en la comprensión del papel central del diálogo en la vida de la Iglesia y de cada cristiano.

En una conversación memorable con el Papa emérito en junio de 2012, después de su viaje a Cuba, Benedicto XVI se mostró satisfecho y contento con el viaje, algo que agradecemos los obispos cubanos, teniendo en cuenta que su visita a Cuba provocó gestos oficiales amistosos y amables que habían sido reservados para la ocasión. En aquel encuentro me dijo: «El diálogo es el único camino de la Iglesia. La Iglesia no está en el mundo para cambiar los gobiernos, sino para que el Evangelio penetre en los corazones de los hombres». Me dijo esto poco antes de renunciar a la sede de Pedro. Cuando, unos meses más tarde, los cardenales nos reunimos para el Cónclave que elegiría rápidamente Jorge Mario Bergoglio, tuve la oportunidad de hablar de América Latina y Cuba con el futuro Papa. En un momento de la conversación, al referirnos al diálogo y su importancia en la situación actual de gran transformación en América Latina, me vino a la mente mi última conversación con Benedicto XVI, lo que me había dicho sobre el diálogo como único camino de la Iglesia en su relación con las estructuras políticas y, contextualizándole, repetí la frase de Benedicto XVI al futuro Papa Francisco, que alzando sus brazos exclamó: «Esta frase debería estar escrita en un cartel en la entrada de cualquier ciudad en el mundo», y la repitió palabra por palabra. Luego añadió: «Todos los procesos sociales y políticos deben ir acompañados de un clima de diálogo».

Cuando unas horas después de que el cardenal Bergoglio fuese elegido para ocupar la Cátedra de Pedro, llenándonos de alegría porque teníamos un Papa latinoamericano, cercano a nosotros, no podía dejar de pensar en lo que Benedicto XVI me había dicho sobre la misión de la Iglesia: «La Iglesia está en el mundo con el Evangelio para penetrar en los corazones de los hombres». Eso fue lo que el nuevo Papa, haciéndose eco de esas palabras, me había repetido con convicción profunda, que es, además, lo que está animando en su pontificado.

Se trata de Francisco, que ahora nos visita en Cuba: un Papa misionero, que se encuentra en nuestro pequeño país, al igual que en Sarajevo, en Sri Lanka, en Albania; es decir, en un país que ha superado el aislamiento gracias al diálogo que la Iglesia y los Papas del siglo XX han promovido. Fue el propio Francisco quien promovió y apoyó el diálogo entre los pueblos y gobiernos de Cuba y Estados Unidos. Viene ahora para reafirmar la condición misionera de la Iglesia, así como su amor por los humildes y los pobres. Se presenta como un «Misionero de la Misericordia»; ningún otro lema podría definirlo mejor en medio de este mundo marcado por la dureza, la soledad y por todo tipo de pobreza, de esperanzas desvanecidas y vacío de Dios, donde el amor se ve como un juego. Y esto ha socavado la familia, cuyo papel es insustituible en la formación de las nuevas generaciones y, por lo tanto, está en el centro de la atención pastoral del Papa. Existe un vínculo fundamental entre la crisis de la familia y las preocupaciones y aspiraciones de los jóvenes, con los que Francisco se reunirá en La Habana. Por consiguiente, esta reunión será un momento muy especial de su visita. Dios, que es amor, será presentado en Cuba por el Papa a la gente joven, las familias, sacerdotes, religiosos y demás: el Dios misericordioso que entiende y perdona.

En la Plaza de la Revolución «José Martí», delante del altar donde el Papa presidirá la Eucaristía, habrá una imagen gigante que cubrirá parte de la Biblioteca Nacional. Será la imagen de la misericordia de Cristo. Nuestro pueblo cubano, como todos los pueblos del mundo, tiene que experimentar el momento en el que vivimos que la misericordia no es piedad, ni mera condescendencia, sino la comprensión del corazón humano en sus ansiedades y sus limitaciones. Sentiremos el aliento de quien se hace presente entre nosotros para elevar nuestra mente con sencillez y humildad, como Francisco sabrá hacerlo en la celebración de la Santa Eucaristía, a su paso por las calles de La Habana y en especial con los jóvenes.

¿Se puede hacer todo esto en tan poco tiempo,viendo al Papa desde lejos? A veces, sólo una mirada, un gesto, una sonrisa, es suficiente para saber que Dios está con nosotros y que, a través de su vicario en la tierra, Cristo está de visita entre su pueblo.

Así hemos recibido a Juan Pablo II, a Benedicto XVI y así esperamos al Papa Francesco.

Frente a la nueva senda que parece abierta ahora, con sus riesgos y sus beneficios, nuestro pueblo debe volver la mirada a Dios y poner su futuro en las manos de Jesús misericordioso. El Papa invitará a hacerlo. Ahí está la esperanza. Francisco vendrá a sembrar esperanza en medio de nosotros, que no es otra cosa que confiar en la misericordia de Dios, que nos ayudará en el futuro próximo para superar los riesgos y descubrir, con su ayuda, que los beneficios serán mayores. Esto debería liberar a nuestras familias y a nuestra juventud de un excepticismo paralizante, que es ajeno a la fe cristiana y en la que Dios no está presente. El Papa viene a decirnos algo nuevo en un momento nuevo de nuestra historia. Esta es, ciertamente, la intuición del pueblo de Cuba que espera al Papa Francisco.

Estoy convencido de que aquellos que lo esperan como el que viene en nombre del Señor, no verán defraudadas sus expectativas. Es cierto que el pueblo cubano desea que el país progrese y prospere, pero no sólo eso; en lo espiritual, nuestro pueblo anhela un amor estable y duradero en las familias, así como la paz en la vida familiar y nacional. En pocas palabras, anhela disfrutar de una vida reconciliada y feliz. No será un anhelo inconmensurable, si no olvidamos que Dios es el hacedor de todo bien y que para Él no hay nada imposible.

El Papa Francisco viene precisamente para esto, para que no nos olvidemos de esto, para que no nos olvidemos de Dios. Su paso por Cuba va a dejar huellas indelebles.