Francisco, nuevo Papa
La grandeza de un gesto
Desde el pasado 11 de febrero, fecha de la elección del Papa Francisco, todos los medios de comunicación, y nosotros con ellos, se han hecho eco de la capacidad del nuevo Pontífice para mostrarnos con gestos cómo se puede hacer el bien y comunicar al pueblo la maravilla del amor de Dios. En este contexto entra el detalle –no sólo bonito, sino ejemplarizante– de lavar los pies a los presos de un centro penitenciario romano. ¿Qué ha pretendido el Papa con este gesto? ¿Llamar la atención? ¿Buscar un titular en los medios de comunicación? A mi parecer, es más sencillo que todo eso. Ha intentado, como en todo lo que viene haciendo desde el momento de su elección, mostrar al Dios hecho hombre por amor, al Dios que en la tierra pasó haciendo el bien, al que es nuestro ejemplo y modelo de vida, Jesús. Y el Papa Francisco, meditador asiduo de lo que Jesús hizo y dijo, ha copiado al pie de la letra lo realizado por el Maestro, precisamente la víspera de su pasión. «Jesús se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido» (Jn 13, 4-5). El lavatorio de los pies es la más genuina expresión del amor de Cristo y un ejemplo de humilde servicio. Y el Papa, «siervo de los siervos de Dios», quiere decir al mundo que él está para servir, que su poder es servicio en la perspectiva de la cruz, como recordó en el discurso del inicio de su pontificado. Y ha querido mostrar al mundo que servir es... servir, que todos los seres humanos, creyentes o no creyentes, estamos capacitados para hacer el bien y, en consecuencia, para hacer la vida más útil y agradable a los demás, especialmente a los más pobres y excluidos. El Papa, en suma, nos quiere recordar que al final de nuestras vidas seremos juzgados y evaluados por nuestro servicio en las pequeñas cosas y en los pequeños detalles que componen nuestra vida. Dios, si servimos bien, nos dirá lo de la parábola de los talentos: «Bien, siervo bueno y fiel, has sido fiel en lo poco, en lo pequeño, entra en el gozo de tu Señor». Lección hermosa la de Jesús y gesto hermoso el del Papa Francisco, imitándolo al lavar los pies a unos jóvenes privados de libertad en una cárcel de Roma. Con nuestro ejemplo hemos de hacer comprender al mundo que el verdadero señorío, la verdadera grandeza de la condición cristiana radica no en dejarnos servir, sino en volcarnos en el servicio a los demás. Y por amor.
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