Papa
Lágrimas de Bergoglio para un «entierro digno» a las madres de mayo
Buenos Aires- Sus restos aparecieron en la costa de Santa Teresita a mediados de 2005. Azucena Villaflor de Vicenti, María Ponce de Bianco y Esther Ballestrino de Careaga, tres de las primeras Madres de Plaza de Mayo, habían sido secuestradas, dopadas y arrojadas con vida desde aviones navales a fines de 1977: nunca iban a enterarse de que aquellos vuelos, los vuelos de la muerte, formaban parte de un plan de exterminio de los detenidos-desaparecidos planificado por la dictadura militar. Las tres formaban parte de un grupo que se reunía en la puerta de la iglesia de Santa Cruz para pedir pacíficamente por la aparición de sus hijos. Azucena Villaflor, la madre de las Madres, y sus dos compañeras habían sido marcadas por Alfredo Astiz, el represor que en esos tiempos se hacía llamar Gustavo Niño y simulaba ser hermano de un desaparecido. Casi tres décadas más tarde, el 24 de julio de 2005, los restos de dos de esas mujeres eran enterrados en un pequeño pero simbólico rincón verde del templo del barrio de San Cristóbal. «La verdad nos hará libres», se leía aquel día en un cartel colgado en el altar.
«Cuando en julio de 2005 el Equipo Argentino de Antropología Forense confirmó la aparición de los restos me comprometí a pedir una audiencia con Bergoglio para plantearle que queríamos que descansaran en la iglesia de Santa Cruz. La respuesta fue inmediata. Cuando nos vimos y le relaté la historia, la lucha de nuestras madres, el paso por la ESMA y de la participación de Astiz se le llenaron los ojos de lágrimas. Estábamos sentados uno al lado del otro y yo le di unas palmadas en la pierna porque él estaba completamente conmovido». El que buscaba darle ánimo a Jorge Bergoglio o, si se prefiere, al hombre que desde el miércoles el mundo conoce como Francisco era Luis Bianco, el hijo de «Mary» Bianco.
Luis cuenta que en su encuentro con el cardenal, Bergoglio lloró por segunda vez cuando le mencionó que una de las personas que querían que descansara en la iglesia era Esther Ballestrino de Careaga, la bioquímica paraguaya que había sido compañera de trabajo de él en un laboratorio: «Le mencioné, para su sorpresa, que él mismo había guardado libros de Esther durante la dictadura». Bergoglio intercedió para que se pudiera cumplir el deseo de los familiares de Mary y de Esther y también de Azucena, cuyas cenizas fueron guardadas en la iglesia. Es la misma iglesia de los curas pasionistas de la que también desaparecieron las monjas francesas Alice Domon y Leonie Duquet y otras siete personas. Las historias de los secuestrados pudieron reconstruirse con el tiempo. Desde entonces, cada año se las homenajea con una misa.
Ninguna tan emblemática como cuando depositaron los restos. «Esther, Mary y Azucena. 30.000 detenidos y desaparecidos presentes. Ahora y siempre», se observaba en una pancarta, a la izquierda de las fotos de las Madres.
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